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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Impedimenta añade valor a Hans Christian Andersen

Érase una vez una época de cuentos sin azúcar. Érase una vez unos cuentos con grandes tintes de realidad. No importa qué edad tengamos. Nunca es demasiado tarde para leer un cuento. Y mucho menos si nos dejamos arrullar por el universo de Hans Christian Andersen.

Impedimenta recupera Los zapatos rojos clásico incontestable del autor de El patito feo, El sastrecillo valiente, El soldadito de plomo o La sirenita.
Los zapatos rojos son el oscuro objeto del deseo de la pequeña Karen, una niña tan pobre que en verano va siempre descalza y en invierno calza unos pesados zuecos que le producen rojeces en los tobillos. Tras la muerte de su madre, una rica anciana se hace cargo de la pequeña. Cuando Karen cumple la edad suficiente para hacer la confirmación, la anciana la lleva a una zapatería para que escoja el calzado. Y Karen, aprovechándose de las deficiencias visuales de la anciana, escoge unos preciosos zapatos rojos de charol. La coquetería le puede. Y los zapatos se convertirán en el principio de su desdicha.

Karen tiene mucho del propio Hans Christian Andersen. Ambos comparten una infancia pobre y desgraciada, e incluso encontramos algún guiño autobiográfico: Andersen era hijo de un zapatero, instruido pero enfermizo, y de una lavandera alcohólica. Era habitual encontrar al pequeño durmiendo bajo un puente o mendigando por las calles. A los catorce no pudo más. Se fugó de casa y marchó a Copenhague, donde intentó ser cantante de ópera y bailarín. No cuajó. Años más tarde, sus tanteos en el mundo de la literatura le llevarían a plasmar sus cuentos de hadas: más de 150 cuentos infantiles que lo encumbran como unos de los grandes autores del género de todos los tiempos.

Impedimenta rescata esta pequeña joya de Andersen para inaugurar su nueva colección El mapa del tesoro. Y lo hace de la mano de la ilustradora Sara Morante, cuya obra ensalza la historia de Andersen con un universo propio en blanco y negro, y -cómo no- de un rojo implacable, el rojo del pecado. El resultado es un pequeño gran tributo al cuento clásico, con exquisito cuidado de todos los detalles.

Por Laura De Andrés Creus