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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Mircea Cărtărescu: la literatura como religión

La presencia de Mircea Cărtărescu invita al misterio. Una especie de desolación y luminiscencia quieren asomarse entre su cabello y algunas de las canas que se esconden cada vez con menos timidez en la cabeza del rumano. La soledad que cargó e…

La presencia de Mircea Cărtărescu invita al misterio. Una especie de desolación y luminiscencia quieren asomarse entre su cabello y algunas de las canas que se esconden cada vez con menos timidez en la cabeza del rumano. La soledad que cargó en un pasado y que resucita en ciertos episodios del presente acarrea desvaríos, paranoias y fronteras entre lo real y lo fantástico, que no siempre es lo maravilloso.

Ha vivido siempre en la Bucarest del castillo Bran, del castillo Peles, del Ateneo Romano y la iglesia Stravropoleos, construida en el siglo XVIII. La Bucarest que ha narrado detona lo existente para que florezca un nuevo universo, uno en el que los personajes tienen algunas pesquisas de las calles que habita, recuerda y padece.

El valor de lo onírico viene de las mañanas de antaño en que su madre se sentaba a contarle los sueños que había tenido la noche anterior. Sin esas narraciones, que nunca tuvieron los adornos de un lenguaje proveniente de la academia sino únicamente de las vivencias del campo y la vida doméstica, y sin ese hábito que él también decidió acoger al escribir todos sus sueños a diario, el poeta rumano no habría captado el valor de un lenguaje que se debate entre ese limbo en el que se dificulta distinguir lo real de lo ilusorio.

El cajón de la mesa de noche es una especie de metáfora de su narrativa, esa que se muestra como prosa pero finalmente resulta ser un poema extenso, tan extenso como los 62 otoños que componen su vida. Libros de Kafka, Rilke, Dante, Borges, Homero y Dostoievski se debaten ese finito espacio que es el cajón y que también puede llegar a ser una mente que se refleja como inagotable, pero que ha encontrado un límite que le recuerda que su condición le impide ir más allá, aunque sí le permite desbordar esa frontera del pensamiento, el hastío y la locura para afrontar una nueva perspectiva y un nuevo relato sobre una existencia que ha descendido del cielo y del infierno del que habló Borges con Bioy Casares y que se ha quedado deambulando en los siete círculos del infierno que narró Dante.

El escritor rumano, autor de textos como Nostalgia, El ala izquierda, Solenoide y El ojo castaño de nuestro amor, entre otros, afirmó en la conferencia magistral en la inauguración de la 77ª Feria del Libro de Madrid que «en una página de Salinger, Seymour y Buddy Glass se encuentran en la oficina de reclutamiento. Bajo el epígrafe «Profesión» del formulario para ser admitidos en el ejército, Buddy pone «escritor». Seymour, que es el poeta y profeta de la familia, se echa a reír: «¿Desde cuándo es la escritura tu profesión? Yo pensaba que era tu religión». En esta palabra radica todo el secreto de la literatura, que es mucho más que un oficio y mucho más que un arte. La catedral puede presentar una arquitectura perfecta y estar pintada de forma celestial, decorada con estatuas, arabescos y magníficas vidrieras. Pero si no está consagrada, si no habita en ella un dios, si no es un santuario, nada la diferenciará de las casas de los ricos, levantadas por vanidad y orgullo. Será un cenotafio en el que no está enterrado sino el vacío».

Cărtărescu habita en sus libros y cree en ellos ciegamente. Se introduce en cada página sin temer a un sinsentido. La fe por lo que lee y lo que escribe lo suscribe en los universos que construye y lo aparta de la realidad que lo interpela a diario. Escribe en una especie de ataraxia. En su proceso creativo no vale el mundo exterior. No valen las reglas, los mandamientos ni las lógicas del mundo. El rumano, que no se jacta de ser escritor, agarra lo más bello y lo más oprobioso de lo real y lo transforma en sátira, en crítica, en relatos que ponen en vilo lo establecido y todo lo que alguna vez se puso en un pedestal, para aterrizarlo y derrumbarlo, demostrando que nada de lo que habita o permanece en la mente de los humanos puede ser sempiterno.

«El pasado es un prólogo», escribiría el poeta inglés William Shakespeare, y si nos dedicáramos a leer el libro de la vida de Mircea Cărtărescu nos daríamos cuenta de aquellas fuentes del pasado de las cuales se nutre el presente del autor rumano. Su niñez, sus visos de genialidad, curiosidad e imaginación son elementos que alimentan la esencia de sus personajes. Los insectos que tanto aparecen en su literatura fueron los mismos con los que tuvo un vínculo destructivo y a la vez una sensación de admiración. La atención que le prestaba a su madre en las mañanas en que el café sabía a añoranzas y a luchas fueron las semillas de una flor que se abre cada mañana y que riega sus pétalos en cada página escrita. Las parábolas y el lenguaje metafórico son rastros de sus inicios como poeta y de su preferencia por habitar y narrar mundos fantasiosos que se abstraen de lo real.