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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Actual y rebelde

BAJO el pseudónimo de George Eliot se esconde Mary Ann Evans, una de las más sugerentes e interesantes voces de la novela inglesa del siglo XIX. Autora de una obra narrativa que incluye títulos como “El molino junto al Floss” o “Middlemarch”, Eliot es considerada hoy una de las precursoras de la novela naturalista. Durante todo el siglo XX, su obra ha sido continuamente reivindicada por la crítica.

Así lo demuestra, por ejemplo, el hecho de que ciertos sectores hayan visto en ella un hito fundacional del feminismo; su inclusión en el controvertido “canon occidental” de Harold Bloom; o el hecho de que Gabriela Bustelo, traductora y prologuista de la edición que nos ocupa, afirme que la autora “está considerada una de las cuatro grandes figuras de la narrativa inglesa, junto con Jane Austen, Henry James y Josep Conrad”. A su valía como novelista hay que sumar su sagacidad e inteligencia como crítica literaria. Por el miedo a criticar a escritores coetáneos, la falta de profundidad o el simple hecho de que la capacidad artística no siempre lleva aparejada la reflexión, no son muchos los escritores capaces de embarcarse en un ensayo en el que dar de forma fundamentada y coherente sus opiniones sobre literatura y salir airosos. Eliot, sin embargo, lo logra –y de qué manera- en “Las novelas tontas de ciertas damas novelistas”, un texto despiadado y lúcido que, a pesar de haber sido publicado por primera vez en 1856, se lee como si hubiera sido compuesto ayer. Su actualidad lleva a pensar que, a pesar de lo mucho que ha cambiado el mundo, quizá el hombre y lo que es capaz de crear no lo han hecho tanto, puesto que las reflexiones que Eliot vierte sobre la literatura de su tiempo pueden ser perfectamente aplicadas a la contemporánea. Tal y como su título indica, el ensayo se centra en lo que la autora denomina “novelas tontas de ciertas damas novelistas”, que vendría a identificarse con el género rosa, aún en boga en la actualidad, ya no solo en la literatura, sino también en los medios audiovisuales. Eliot ataca con vehemencia las obras de algunas escritoras contemporáneas –a las que aseguró, muy a su pesar, la posterioridad, puesto que si hoy se siguen leyendo es porque ella las denigró-, por su esquematismo formal, su absoluta falta de contacto con la realidad, su simplismo intelectual, su detallista erudición carente de toda reflexión y su degradación del papel de la mujer. Quizá fuera eso lo que más molestó a Eliot, quien, en definitiva, fue alguien capaz de firmar como un hombre para que su obra fuese tomada realmente en serio en una época en la que muchos creían que las mujeres no eran capaces más que de escribir novelas como las que ella criticaba. Más allá de su valor intelectual, y de su utilidad para comprender la literatura inglesa del siglo XIX, el ensayo de Eliot destaca por su rebeldía, su mordacidad y, sobre todo, por la concepción literaria que en él muestra. Al contrario que sus compañeras de generación, George Eliot demuestra que la literatura es un proyecto y un compromiso con la vida, algo por lo que merece la pena luchar y enfrentarse con los demás. Ojalá hubiera más escritores como ella.

Por JAVIER SÁNCHEZ ZAPATERO