cabecera 1080x140

Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Condé, el racismo desde niña

Poco sabemos de la isla de Guadalupe, aparte de que la descubriera y le pusiera nombre Cristóbal Colón, de modo que este libro empieza sorprendiendo por su ambientación en dicha isla y sus costumbres sociales a comienzos del siglo XX, época que describe Maryse Condé en sus recuerdos de infancia de Guadalupe.

La autora fue la última e inesperada hija de ocho hermanos y se mostró enseguida como una niña imaginativa que se inventaba todo tipo de historias y las contaba como si fueran reales, una niña que «solo era feliz del todo soñando con los ojos abiertos», la pequeña de una numerosa familia negra y burguesa en una época en la que la gente no se mezclaba y negros, mulatos y blancos solo trataban con los de su propia raza. Su madre, maestra de profesión, y su padre, empresario, se consideraban superiores al resto de la población por su nivel de vida y sus vacaciones anuales en París, pero sobre todo por su exquisito dominio de la lengua francesa, al que Condé hace referencia en estas memorias de su infancia y primera juventud.

Sus padres ignoraban su herencia africana y la autora tardó unos años en atisbar el racismo, fue con una blanca le atisbó «un patadón en plena tripa» argumentando que se lo merecía por negra. La pregunta posterior a su madre: «¿Por qué los negros se merecen que les peguen?» fue para Condé la clave para comprender «la arquitectura del mundo», en su caso, el racismo contra el que ha luchado en sus libros de forma tan clara y magistral que, ante la anulación del Nobel de 2018, la Nueva Academia le otorgó el Nobel Alternativo de Literatura. Pero en estas memorias de infancia encontramos además temas universales tratados con una extraordinaria sensibilidad, como el apego a una madre distante y egocéntrica, su necesidad de agradarla y de estar a su lado y el dolor por su pérdida, cuando Condé ya era independiente y vivía en París.

Desierto afectivo

Una joven extremadamente inteligente que había aprendido a disertar sobre el anticolonialismo en la Sorbona, que conocía en profundidad a los clásicos, sobre todo, ingleses y franceses, pero que vivía durante años en un desierto afectivo, acompañada por una pertinaz soledad que no se despidió de ella hasta la última página de este libro, en una esquina de París, donde se tropieza con la vida de verdad y comienza, «deslumbrada, incauta», un porvenir que sabemos lleno de penas y alegrías. Su nacimiento fue un presagio de que sabría reír las penas más grandes y estas memorias ofrecen esa mezcla de dicha y dolor aderezadas con la melancolía característica de las islas antillanas.

Sagrario Fernández Prieto