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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

CORAZÓN QUE RÍE, CORAZÓN QUE LLORA y LA VIDA SIN MAQUILLAJE

Maryse Condé nació en 1937 en Guadalupe, en una familia negra de clase alta educada en el amor a la cultura y la sofisticación francesas. Un amor voluntarioso y tenaz que no se arredraba ante el racismo evidente que sufrían cada vez que iban de vacaciones a París. En Guadalupe los consideraban unos arribistas soberbios, traidores de su raza, mientras que en París, los camareros de los restaurantes de lujo en los que cenaban les elogiaban su buen dominio del francés con un cumplido que para ellos era una herida en su identidad de franceses, tan duramente conseguida, que ningún francés blanco estaba dispuesto a aceptar.

En La vida sin maquillaje, nos trasladamos a África, donde una Maryse Condé casada y separada emprendió una búsqueda de sus raíces en la efervescencia de la descolonización. Allí aprendió el amor por un pueblo traicionado por sus gobernantes. Aprendió la compasión. Aprendió que nada pesa más que el sufrimiento de un niño. Aprendió que, como dijo John Lennon, «woman is the nigger of the world», y que no podía dejar que la encasillaran en todas esas pequeñas jaulas verbales (mujer, negra, antillana) que tanto daño hacen a las que no han nacido con privilegios. Poco a poco se fue dando cuenta de que la negritud no era más que una hermosa utopía. A menudo, el color de la piel no significaba nada. No hermanaba a nadie. Sólo dejaba patente lo tristes que podían ser los conflictos entre pueblos que siempre habían sido víctimas del colonialismo.

Este segundo volumen de sus memorias trata también sobre la maternidad, una maternidad insegura, marcada por mudanzas continuas, por el desarraigo, el destierro y el racismo. Su frescura y la sensibilidad llena de encanto que vive en estas páginas por momentos me han recordado a las novelas de Chimamanda Ngozi Adichie. Estos dos libros de memorias son una oda a la espontaneidad y a la libertad, frente a la rigidez de los que se pasan la vida pretendiendo ser otros, controlando y sofocando su verdadera naturaleza. Ambos cantan como pájaros enjaulados, con risa y con llanto, buscando la llave de su libertad.