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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

De heroínas, brujas y madrastas

Los cuentos tradicionales recopilados por Angela Carter, por fin en castellano y en un único volumen.

Decir que Angela Carter (1940-1992) se dedicó a recopilar y reescribir cuentos clásicos se ha convertido en un lugar común, y como sucede con los lugares comunes, tal afirmación es simplista y en buena medida errónea. Carter fue una de las mayores escritoras inglesas de la segunda mitad del siglo veinte, imaginativa, provocadora, inconformista, freudiana, pícara, feminista… Firmó novelas –La pasión de la nueva Eva, Las infernales máquinas del deseo del doctor Hoffman y Noche en el circo, por citar unas pocas–, relatos, poesía, ensayo, piezas teatrales y colaboró en la adaptación al cine de algunas de sus obras; recordemos En compañía de lobos, la muy atmosférica traslación a la pantalla que Neil Jordan hizo del relato homónimo. Como si este corpus de escritura no fuera suficiente, Carter también dedicó parte de su tiempo a la traducción y la edición. Y es en estas dos facetas donde su vínculo con el cuento tradicional es mayor. Carter volcó al inglés los cuentos recopilados por Charles Perrault y –llegando ya al tema que nos ocupa– realizó dos antologías de cuentos de hadas para la editorial inglesa Virago Press, publicadas en 1990 y 1992, en la segunda de las cuales trabajaba en el momento de su temprana muerte. Ahora la editorial Impedimenta nos permite disfrutar por primera vez en castellano de estas dos antologías, ofrecidas en un único volumen: Cuentos de hadas de Angela Carter.

Pocas hadas

Para evitar equivocaciones y eludir prejuicios, es necesario informar de que, pese a su título, en este libro aparecen pocas hadas; ya saben ustedes: esos personajes con atuendos sospechosamente parecidos a saltos de cama y que, varita mágica en mano, revolotean por bosques y castillos dejando tras de sí una estela de purpurina. Como la propia Carter advierte en el prólogo, la denominación “cuento de hadas” es un ejemplo de uso figurativo del lenguaje. En realidad, con ese término nos referimos a una ingente cantidad de narraciones, de temáticas y orígenes muy diversos, con una finalidad tanto lúdica como instructiva, y que se transmitían de manera oral.

Entre las historias recogidas en la antología nos encontramos, por ejemplo, con el cuento de la anciana a la que un vecino le robaba los huevos del gallinero, y, no sabiendo cómo atraparlo, emprendió un viaje para pedir consejo al mismísimo Sol Inmortal; o el de la mujer que vivió en un tiempo en que los niños se sacaban de la tierra, como las patatas, y al ser incapaz de conseguir uno, cavó y cavó hasta llegar al otro lado de la Tierra, un lugar donde todo funcionaba al revés, donde los recién nacidos eran más grandes que los adultos, y dos de esos bebés gigantes se apiadaron de ella y la cuidaron como si fueran sus padres; o el de Capamusgo, la chica que abandonó su casa para escapar de las pretensiones matrimoniales de un buhonero y empezó a trabajar en las cocinas de una gran mansión, donde todos los demás criados la explotaban y se burlaban de ella, hasta que consiguió ganarse el afecto de su joven amo.

Angela Carter recopiló relatos de todo el mundo y son varias las cosas que nos llaman la atención en ellos. La primera es su concisión, incluso su parquedad de palabras, podría decirse que la ausencia de literatura, la falta de interés en “hacerlo bonito”. Se trata de una consecuencia del carácter oral de las narraciones: historias que se contaban a los niños en las fiestas o para que se durmieran, que duraban unos pocos minutos y cuyo significado no podía enturbiar ningún arabesco estilístico. Son narraciones populares, sin autor ni origen conocido, que se adaptan a las capacidades y caprichos de cada nuevo narrador. De hecho, se podría pensar que el ponerlas por escrito las desvirtúa, les resta frescura y aborta su evolución. En el prólogo de la antología se menciona el enojo de los hermanos Grimm cuando, en el siglo XIX, recorrieron Alemania recopilando muestras del folklore narrativo patrio y se encontraban con que algunas historias que les contaban eran las versiones que Charles Perrault había plasmado en papel doscientos años antes.

Pero ni siquiera el poder de la imprenta puede vencer el ansia de propagación y cambio de este tipo de relatos. Que los Grimm, Perrault y ahora Carter los hayan puesto en negro sobre blanco no les corta las alas. Pensemos en las versiones Disney –expurgadas de crudeza– de muchos de ellos, desde Blancanieves y los siete enanitos hasta la ubicua Frozen, o en las que nosotros seguimos contando a nuestros hijos antes de dormir, sumando o eliminando personajes dependiendo del gusto de los oyentes, o abreviando la trama cuando tenemos prisa por poner fin al cuento y a la jornada. Y no podemos dejar de recordar las versiones que la propia Carter hizo de algunos de ellos, volviéndolos del revés, haciendo que los lobos más peligrosos fueran los que tenían “el pelo por dentro”.

Versiones diferentes

Eso nos lleva a la cantidad y diversidad de versiones de algunas de estas narraciones. Nos asombra que un cuento como el de Caperucita Roja, también recogido por Carter –con un lobo triunfante y ahíto– sea bastante diferente al que creíamos conocer. Dice la antóloga que manejó más de treinta versiones diferentes de este relato, algunas ciertamente extrañas, como ésa en la que Caperucita ni siquiera lleva caperuza y se libra de acabar devorada diciéndole al lobo que tiene que salir a orinar. Y estas versiones no proceden de un único entorno geográfico, sino de muy diversos, lo que ejemplifica los estilemas de los que nos hablaba Lévi-Strauss. Reconocemos, por ejemplo, rasgos que nos recuerdan a la célebre Cenicienta en cuentos de origen tan dispar como Inglaterra y China.

Una particularidad que diferencia los Cuentos de hadas de Angela Carter de otras antologías de relatos populares es que todos los textos que aparecen en ella se hallan protagonizados por mujeres. La antóloga los agrupa bajo epígrafes como “De chicas buenas, y adónde van”, “De madres e hijas” o “De mentes despiertas y artimañas rastreras”. Sí, hay muchas heroínas y osadas viajeras y mujeres adelantadas a su tiempo, pero también las hay tramposas y ladinas, y, cómo no, brujas y madrastras. Nos recuerda Carter que la recopilación de muestras de cultura popular suele coincidir con momentos de reafirmación identitaria, en los que se hace necesario dejar claros los cimientos sobre los que se levanta una cultura. Al escoger únicamente cuentos con protagonistas femeninas, la antóloga persigue un objetivo similar: “Que yo y otras muchas mujeres vayamos buscando heroínas de cuento de hadas en los libros es otra versión del mismo proceso: deseo validar mi reivindicación a poseer una parte equitativa del futuro, y expreso para ello la exigencia de que me concedan la parte del pasado que me corresponde”.

Jon Bilbao