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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

De la guerra fría al amor geométrico

Los años cubanos del Che y dos curiosas aproximaciones a la imaginación erótica.

El amor y la guerra se fueron a vivir juntos a la misma consigna hace medio siglo. No era un matrimonio de conveniencia, sino más bien una reclusión forzada por la inconveniencia. O uno u otro. O amor o guerra. Veneno o antídoto. La disyuntiva, se ha visto, pecaba de inocente, de indocumentada incluso. Porque la juvenil incitación a enfrentar amor y guerra ignoraba enseñanzas muy añejas. Como que el amor se vuelve a menudo la más descarnada de las guerras o que en las guerras germinan algunos de los más trémulos amores. Por no hablar de la irredimible identidad de guerra, muerte, amor y vida, que deposita sin remisión en los ribazos de la intuición freudiana.

Pero si, además, la guerra es fría y el amor geométrico, entonces sobreviene el colapso. “Haz el amor geométrico, no la guerra fría” tiene aún menos opciones de posibilidad que el ancestral chillido hippy. A menos, claro, que intervenga la magia de la imprenta y, ayudada por la magia del calendario, haga convivir en la misma reseña una novela gráfica sobre el Che y dos aproximaciones a las artes amatorias. Tres volúmenes ilustrados en una página de diario. La magia del papel.

De entrada, la metralla. Che. Una vida revolucionaria es la biografía dibujada del argentino Ernesto Guevara que han compuesto el prestigioso reportero californiano Jon Lee Anderson y el cotizado dibujante mexicano José Hernández. Anderson, firma habitual en The New Yorker, se lo sabe casi todo de Latinoamérica y, más allá, se ha pateado los conflictos que vienen anegando el mundo en las dos últimas décadas. Y ese conocerse de memoria los terrenos que recorre le ha permitido una proeza: contar la vida de un icono sin caer en querellas de imágenes. Ni adorador ni martillo. Anderson publicó en 1997 Che Guevara: Una vida revolucionaria, aplaudida biografía del hombre que se convirtió en cartel, más tarde en chapa, siempre en “pin-up”, precisamente cuando amor y guerra iniciaban la cohabitación en la consigna. La versión gráfica se ha dividido en tres volúmenes, de los que ahora llega el primero, Los años de Cuba. Desde el pionero desembarco a bordo del “Granma” hasta la caída en desgracia y el cambio de aires rumbo al Congo. Unos días en los que Cuba, escenario en 1962 de la crisis de los misiles, elevó la temperatura de la Guerra Fría al nivel de la alerta termonuclear.

La temperatura de Kamasutra para domingos lluviosos es, por el contrario, gélida. Y ahí radica la genialidad de los dibujos de Ximo Abadía. El alicantino ha sido capaz de geometrizar la inventiva amorosa y plasmarla en sólo tres colores –blanco, negro y tierra– hasta poner en pie modos de coyunda que titula, por ejemplo, “La trompeta”, “El molinillo”, “La peonza” o “La piragua rusa”. Si “Kama” remite a la búsqueda del placer por los sentidos, Abadía conduce al lector por la senda del placer intelectual al transformar la convulsión en línea recta y la carnalidad en herramienta. Eso, sin entrar en la incitación al experimento que brinda a los más osados.

Por contraste, el Ars Amandi del bonaerense Oski (1914-1979) se revela complemento inseparable. Oski toma citas y figuras de clásicos amatorios como el Kamasutra (siglo VI a.C.), el Apophoreta de Forberg (1824), los Monumentos del culto secreto de las damas romanas, del barón D’Hancarville (1784); el Liber de coitu, de Constantino el Africano (siglo IX), y el anónimo mexicano Libro supremo de todas las magias. Su genialidad estriba en ilustrarlas con unos personajes narigudos, desmedrados y a menudo perplejos que, además de pegar la sonrisa al labio, despojan al arte amatorio de mixtificaciones. Si el amor geométrico cohabita mal con la guerra fría del Che, los monigotes rijosos de Oski son la llamada más directa a meterse las consignas debajo del colchón y dejar que se las coman los ratones.

Eugenio Fuentes