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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Edith Wharton en El Nacional

Henry James la llamaba «tornado». Había en ella algo tozudo e irreducible. Como se sabe, fue una neoyorkina de la clase alta, que recibió una educación que sus amigos solían calificar de «incomparable».

A la edad de cinco años visitó Francia por primera vez. Su biografía da cuenta de la pasión que sentía por ese país: a lo largo de su vida cruzó el Atlántico en 66 ocasiones. En 1910 se instaló a vivir en París hasta su muerte.

Apenas comienza la guerra (este 2014 se conmemora el centenario del inicio de la gran guerra) toma notas de lo que ocurre. En febrero de 1915 se pone al frente de una misión de la Cruz Roja: ir de visita a los hospitales del frente para conocer sus necesidades y reportarlas. Sus influencias le permiten conseguir los permisos. Viaja en automóvil, incluso por caminos devastados. Francia combatiente reúne los seis textos que registran la experiencia.

La contraportada habla de artículos; Yolanda Morató, autora del prólogo, dice ensayos; por mi parte agregaré: crónicas de un espíritu observador, que dibuja con pulso firme y lápiz afilado el lado acá de la guerra, desde el momento en que los recién movilizados caminan con apremio por las calles, hasta que París luce paralizada tras la emoción del primer momento.

A lo largo de la guerra la ciudad mantiene su serenidad. Llueven las instrucciones militares, crecen las dificultades. Es inevitable que lo siniestro tome su lugar. «Nunca fue el silencio tan perfecto: el silencio de una calle es siempre mucho más profundo que el de los bosques o el de los campos». En pocas semanas el ánimo se debilita. Los refugiados aparecen todas partes. Wharton se aproxima a las zonas de combate. A medida que penetra en «el otro mundo», la prosa de la gran narradora se refina. Su genio para el detalle se posa en el paisaje y en las atrocidades causadas en los combates. Si las memorias de Robert Graves, Adiós a todo eso, es uno de los mayores documentos literarios de la primera guerra mundial provenientes de la realidad del combate, estas crónicas son portadoras de la razón complementaria: caminan por los padecimientos alrededor de la confrontación.

Wharton, cuya novela La edad de la inocencia obtuvo el Premio Pulitzer en 1921, siente en los términos de una patriota francesa: odia a los alemanes y admira sin fisuras a la nación de sus pasiones. Pero ni siquiera sus elogios abusivos («No hay ningún francés, hombre o mujer, que haya vacilado un solo momento acerca de la validez de la política militar de su país»), alcanzan a imponer su desánimo implícito: no se detiene en sus raptos apologéticos más de cuatro o cinco líneas, como si fuese un modo de cargarse de energía, antes de seguir con sus iluminadoras narraciones.

Por Nelson Rivera.