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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«El barco faro», de Siegfried Lenz, relatos que percuten belleza y conciencia

La introspección de estos relatos son la secuencia de una capacidad narrativa incontestable por su dimensión psicológica, el trasunto de la realidad y la preciada fabulación que precipita el lenguaje.

La lectura nos redime y alivia. En esta afirmación no existe la pretensión maniquea de abundar en los aspectos terapéuticos que, innegablemente, pueden contraer las personas cuando se asoman a una obra literaria. Y no precisamente porque ésta posea y contenga ese fin, sencillamente porque al desentrañar su argumentación ponen en solfa la conciencia del individuo ante su propia biografía. Plano ficticio y contrapalano real plegados por la narración que no deslinda ambos universos. Más bien los vincula e, incluso, los entremezcla, agita y sirve como un todo vivencial y literario. Procura, a modo de ventanal, la visión amplia y nítida del pormenor de un acontecimiento que nos acompaña de uno u otro modo. Es la piedra en el zapato que nos obliga a pararnos y atender ese requerimiento tan insignificante como solícito.

El barco faro es el título de la novela corta que es antesala de una serie de relatos que constituyen esta selecta obra. Sin duda, una narración que, como deflagración o disparo a quemarropa, atrapa la atención del lector en primera persona para, posteriormente, abordarlo sin contención. El ser humano se enfrenta a sí mismo desde el grado de responsabilidad colectiva e individual que contrae en el reducido espacio de una vieja embarcación, rescatada de la reserva y anclada en el mar Báltico que cumple la misión, tras la segunda guerra mundial, de señalizar una zona marítima peligrosa para la navegación por la existencia de minas y concentración de bancos errantes. La tripulación, habituada a periodos de aislamiento, ve afectado su ordinario quehacer por la llegada intempestiva de tres hombres que pondrán a prueba las verdaderas convicciones que profesan.

En este escenario sobresalen Freytag, el capitán del barco, y el doctor Caspary, un imperturbable delincuente que se nos presenta como maleficio esquizofrénico que obra en la indagación psicológica de aquél. Desde el arbitrio de un oscuro pasado, encubre su perspicacia existencial con el fundamento filosófico de la supremacía de quien ostenta la herramiento del poder como amenaza, “Lo que dice no es ninguna novedad, capitán, del mismo modo que hoy en día un revólver puede alterar el orden de las palabras, ya la honda más primitiva sirvió para cambiar el tono de la conversación entre las personas“. Y a la que, según sus propias palabras “Todo hombre es igual a su enemigo”, se opone su alter ego, el capitán, “Mientras creas que la única posibilidad de un hombre desarmado es negociar con la boca de un fusil, me da igual lo que sepas. Te dire una cosa, chico, nunca fui un héroe, pero tampoco quiero ser un mártir, porque los dos siempre me han resultado sospechosos. Murieron con demasiada facilidad, incluso al morir seguían estando seguros de sus causas…, demasiados seguros, creo yo, y esa tampoco es la solución“.

Esta visita inopinada, que coincide con la última guardia, provoca un enfrentamiento en el que la responsabilidad de los actos no siempre coincide con el proceder al que, en principio, podíamos entender como el correcto si apelamos a la conciencia en eviterna pugna con la culpabilidad. La violencia contenida es otro condicionante en la postulación de los principios morales y éticos a los que se ven abocados los personajes. Arrojados al proceloso mar de las contradicciones y, como naúfragos, con el deseo de llegar a toda costa a tierra firme. Otros elementos confluyen como el pasado, la soledad, la presunción, la incomunicación, el silencio. La narración en tercera persona posee empatía con la voz queda del capitán. La descripción del paisaje emocional se transfigura en el puramente real que transcurre en el navío preso de su propio destino, sin posibilidad de huida, al albur de las variaciones climatológicas o meramente azarosas, como lo son la de los propios actores de la historia. Un exilio claustrofóbico cuya tensión aumenta en cada página y en el que la atmósfera intempestiva de brumas y tormentas que azotan al barco adquiere unos matices de relato negro en la que la fuerza psicológica de los personajes no ceden un milímetro en sus pretensiones.

Esta obra tuvo una versión cinematográfica dirigida en 1985 por el realizador polaco Jerzy Skolimowski. Los otros 9 relatos inciden en otras tantas miradas al ser humano, de menor extensión pero de acentuado estilo, detonadoras de otra realidad que se bifurca para contemporizar, incidir, esperanzar o malograr el decurso de los acontecimientos.

Siegfred Lenz –Lyck, Prusia oriental, 1926-Hamburgo, 2014 – con un lenguaje directo, sin ambages pero con una riqueza en la aprehensión de lo belleza consciente al que nos tiene acostumbrados, nos presenta esta selección de relatos publicados en 1960, hasta ahora inéditos en español. La pulcritud del autor de Lección de alemán es un rasgo caracterísitico de su prolífica producción literaria. Esta gavilla compuesta por 10 relatos es una muestra de su capacidad introspectiva a la que añade, con veraz inclinación y ponderado apasionamiento, el gusto por insertar en los diálogos la carga de profundidad que se traduce en los ambientes que habitan los personajes. Instintivamente presentados y resueltos desde la alegoría pero también con el componente inexcusable de su propio yo en respuesta al destino que les espera.

En su proceder creativo el autor alemán no se inmiscuye aparentemente en la inmersión ética y moral. Su escritura conforma una celosía desde la que el lector asiste como espectador y con la que aquél imprime ese carácter de voyeur a éste para que recomponga el pensamiento en atención a lo que lee. Encajar las piezas argumentales para componer un todo. Entender la relación entre ellas y analizar su proyección en la resolución literaria que nos propone.

Impedimenta hace gala de una cuidada edición de continente y contenido que se agradece con justo veredicto. Incidir en este apartado no es una cuestión discrecional. La exigencia editorial contribuye en gran medida a la atención y respeto a la obra y autor como del lector que se aproxima a ella y se siente reconfortado por la distinción que señala el gusto por este satisfactorio encuentro. La calidad de la obra se acrecienta con la calidad que sustenta el soporte que la contiene.

Por Pedro Luis Ibáñez Lérida