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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

El horror de Hiroshima contado por un misántropo

Casi al mismo tiempo dos acontecimientos culturales recuperan de la desmemoria la barbarie de Hiroshima. Uno de ellos es la exposición montada por el Centro Internacional de Fotografía de Nueva York, que ofrece una muestra de 66 imágenes perturbadoras que vencieron la censura oficial impuesta por Estados Unidos.

Coincidiendo con la exhibición neoyorquina, la editorial Impedimenta rescata uno de los libros que mejor han retratado esos tiempos de desolación. Se trata de ‘Flores de verano’, de Tamiki Hara, un japonés que sobrevivió a la hecatombe y escribió una de las más obras más conmovedoras sobre el bombardeo atómico.
El 6 de agosto de 1945, a las 8.15 horas, cayó sobre Hiroshima la primera bomba atómica de la historia. Tres días después, el 9 de agosto, la fuerza aérea estadounidense volvió a sembrar la devastación en Nagasaki. Los efectos de la destrucción fueron escalofriantes. En Hiroshima la explosión acabó con la vida de 140.000 personas, mientras que en Nagasaki perecieron otras 70.000. Eso sin contar con las vidas que segó en los meses y años siguientes la radiactividad. Tamiki Hara se encontraba en Hiroshima ese 6 de agosto fatídico que mostró el horror de la destrucción atómica. Como el mismo autor cuenta en ‘Flores de verano’, ese día se hallaba en una casa construida por su padre, lo suficientemente lejos del lugar de la explosión como para sobrevivir a la catástrofe. El libro se compone de tres relatos que evocan el antes, el durante y el después de la tragedia. Con una prosa despojada de cualquier manierismo y artificio, Hara describe cómo emergen los claroscuros de la condición humana en ese trance.
Sombra de la muerte
Misántropo y de carácter retraído, octavo hijo de una progenie de nueve, Tamiki Hara tuvo una vida presidida por la muerte. A los doce años vio morir a su padre; a los trece a su hermana preferida; a los 19 su hermana mayor ; a los 36 a su madre y a los 39 a su esposa, circunstancia que supuso un durísimo golpe del que jamás se recuperó.
Tras un fugaz escarceo con la literatura proletaria, Hara renegó del activismo político y abrazó la vida licenciosa y las costumbres del dandi. Fumaba cigarrillos caros y llegó a contratar los servicios de una prostituta de Yokohama durante un mes seguido hasta que la mujer logró escapar del enclaustramiento. Como explica en la introducción de la obra Fernando Cordobés, uno de los dos traductores de los relatos, Tamiki Hara se podía permitir esas veleidades de la vida elegante y libertina. No en vano, había nacido en una familia acomodada dedicada a la industria textil.
Su matrimonio con Nagae Sadae le procuró estabilidad y el tiempo para poder dedicarse a la escritura, la única forma que tenía el autor de comunicarse con los demás. Era un literato brillante y retirado del mundo, que abordaba en su obra los sueños y pesadillas de su infancia. Si no hubiera sufrido la tragedia de Hiroshima, quizá no hubiera descollado en el panorama literario de su país.
La bomba de Hiroshima y la muerte de su mujer en septiembre de 1944 a causa de una tuberculosis le infligieron un dolor lacerante, pero al mismo tiempo le sacaron de su ensimismamiento antisocial.
A raíz de los bombardeos, sus premoniciones más agoreras, sus alegorías más funestas cobraron un nuevo significado, de manera que durante los cinco años siguientes a la devastación se dedicó a hablar de las explosiones. Para ello tuvo que sortear la ley del silencio ordenada por el Ejército de Estados Unidos, que impidió durante años tener un acceso detallado y de primera mano a lo que de verdad ocurrió. En los días siguientes al desastre los pobladores de Hiroshima no abandonaron la ciudad. Pensaban que habían padecido los efectos de una bomba convencional, aunque más potente de lo normal. No sabían que muchos de ellos morirían por los efectos aniquiladores de la radiactividad.
No fue el caso de Tamiki Hara, quien se arrojó a las ruedas del tren el 13 de marzo de 1951. Para explicar su suicidio algunos invocaron el hecho de que el presidente Truman, el mismo que ordenó arrojar las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki, amenazara con hacer algo semejante en la península de Corea, por entonces sumida en una guerra civil. Yamamoto Kenkichi, amigo de Hara, plantea una explicación más poética: «Su muerte fue como la de un grillo cuando llega el invierno y apaga su último canto».