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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

El imperativo de la claridad

Un férreo concepto del deber, un modo riguroso y a la vez exuberante de cultivar el realismo, una mirada poco indulgente que puede observarse incluso en sus retratos, pero también el don de la fabulación, el nunca suficientemente ponderado de la amenidad y un sentido del humor que no se queda en la superficie.

Ya lectores devotos como Rodrigo Fresán o Ignacio Echevarría, así como su viejo admirador Álvaro Pombo, han señalado lo que nos perdemos por no tener más a mano la obra de Iris Murdoch, una autora con fama de excéntrica cuyas novelas, herederas de la gran tradición del XIX y por lo tanto alejadas de los caminos del modernismo, han resultado más perdurables que muchos prestigiados artefactos experimentales. Recuperada por Impedimenta en la traducción de Luis Lasse que publicó la Alfaguara de los primeros ochenta, Henry y Cato (1976) es una de las novelas más celebradas y representativas de Murdoch, que trata en ella de asuntos recurrentes en su trayectoria como el sexo, la familia, la religión —entendida como estado de tensión espiritual— o la búsqueda de una verdad que tiene siempre su correlato estético. Sobre su refinado ironismo, Murdoch tuvo la cortesía —que en su caso era un imperativo— de la claridad, pero ello no le impidió recrear situaciones y caracteres complejos.

Por Ignacio Garmendia