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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

El Levante

Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956) empezó a escribir El Levante en la cocina de su casa, sin calefacción, poco antes de la caída del comunismo, sin apenas esperanzas de publicarlo, como un divertimento.

Que la obra haya llegado a ser considerada una cumbre de la literatura rumana del siglo xx habla de la importancia de la libertad creativa y de que crear con un ojo puesto en el mercado y otro en la posteridad produce un estrabismo estético que hay que hacerse mirar.

En el prólogo de la preciosa edición de Impedimenta, con traducción de Marian Ochoa de Eribe, se destaca muchísimo la originalidad de El Levante, que es un tótum revolútum de epopeya oriental, poesía, novela de aventuras, libro de humor, relato de viajes, posmoderna reflexión metaliteraria y, finalmente, pudorosa autobiografía atrevida. La mezcla es, además de paradójica, eficaz; y todavía falta algún ingrediente del que hablaremos después. Pero para un lector español no es tan sorprendente a poco que recuerde las obras de Álvaro Cunqueiro y de Joan Perucho, con la que esta fantasía desbordada y esta prosa exuberante muestran asombrosos parecidos. Asombrosos, sobre todo, porque no creo que Mircea Cartarescu las conociese.

Más allá del puro goce estético, a veces mareante, destacaría el ingrediente político, de gran interés latente. Hay una crítica a las tiranías, natural en un ciudadano de un régimen comunista, tal como era Cartarescu a finales de los ochenta, pero también hay una defensa de la civilización cristiana frente al fanatismo musulmán que, aunque ambientada en el siglo XIX, resulta inquietantemente familiar.

Por Enrique García-Máiquez