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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

El poeta que tuvo un sueño para León

El escritor rumano Mircea Cartarescu, eterno aspirante al Nobel, recogerá el día 25 en el Musac el galardón leonés que no cumplirá 18 años. El Leteo se ha convertido en uno de los premios literarios independientes más importantes del mundo. Desafortunadamente, Ledo Ivo y Juan Gelman murieron poco después de recibir el Premio Leteo. Paul Auster cruzó el océano para llevarse el Leteo y el estrambótico Houellebecq reapareció en León con su perro para recibir el galardón leonés con mayor proyección internacional. El premio dice hasta luego con el rumano Cartarescu, que lo recoge el día 25 en el Musac.

Podría ser la letra de una canción de Sabina, porque sucedió una noche en un bar. Así se alumbró el Premio Leteo. Aquella pandilla de jóvenes poetas nunca pensó que podría traer a León a Martin Amis o a Houellebecq. Porque el Leteo jamás ha tenido dotación económica. Y, además, se otorga en una ciudad tan pequeña, que, muy probablemente, el neoyorquino Paul Auster tuvo que buscarla en el mapa.

Diecisiete años después, el poeta Rafael Saravia, presidente del Club Leteo, prefiere no decir adiós pero sí hasta luego. El premio que ha dado mayor visibilidad internacional a León no cumplirá la mayoría de edad. Saravia está cansado de ‘mendigar’ en cada edición para conseguir financiación económica; a pesar de que la cuantía es ‘calderilla’ para cualquier institución. Se trata sólo de pagar el viaje y la estancia del premiado y las jornadas culturales que arropan el premio. Mircea Cartarescu recogerá el día 25 en el Musac el que, de momento, se anuncia como el último Leteo. El escritor rumano, eterno candidato al Nobel, es una de las voces más potentes, kafkianas y relevantes de la literatura europea actual.

Sin críticas ni resentimientos, Saravia pone en stand by uno de los proyectos más originales, del que incluso se ha hecho eco el tótem del periodismo, el rotativo The New York Times.

En 2015, cuando el galardón ya pendió de un hilo, los intelectuales leoneses lanzaron la campaña ‘Yo también soy Club Cultural Leteo’, para defender su continuidad. Se inventaron una cuestación —50 euros, a cambio de una suscripción a la revista Leer y las publicaciones del sello Leteo de ese año—, lo que, unido a las aportaciones de la Fundación Cerezales y la Clínica San Francisco, permitió salvar los muebles. Tras el susto inicial, el premio lo recogió la norteamericana y premio Pulitzer Sharon Olds.

Si misión casi imposible ha sido mantener el Leteo en las últimas ediciones, los comienzos tampoco fueron sencillos. Para los ‘chicos Leteo’, que por entonces apenas eran una decena, el galardón fue «una excusa para acercarnos al poeta que más respetábamos. Vivía en nuestra ciudad y hasta entonces tan sólo nos habíamos atrevido a entablar conversación con gente allegada suya, como el poeta Ildefonso Rodríguez. Fue nuestra oportunidad de conocerle en persona y, desde entonces, siempre ha sido un maestro que nos apoya en cada caso», cuenta Saravia. El proyecto parecía condenado al fracaso. Los políticos no valoraron el alcance de ‘salir en la foto’ con algunos de los grandes escritores contemporáneos y le dieron la espalda. Aún así, al año siguiente el Leteo recayó en Belén Gopegui, descrita como la mejor de su generación por Francisco Umbral y la primera de las cuatro mujeres que hasta la fecha lo han recibido. «Le gustó nuestro proyecto y nos animó a ser coherentes con el premio».

Al poeta chileno Gonzalo Rojas le concedieron el Leteo en 2003, el mismo año que el Cervantes. «A última hora le fue imposible acercarse a León. Yo me desplacé a la Residencia de Estudiantes para ofrecerle la estatuilla de Amancio González y tener un día entero de conversaciones maravillosas», recuerda Saravia. Ha sido una excepción, porque el Club Leteo siempre ha defendido que los leoneses puedan conocer de cerca a escritores excepcionales.

La concesión del Leteo al siempre estrafalario Fernando Arrabal supuso un punto de inflexión. «Nos catapultó a los medios nacionales». Ciertamente, Arrabal es un escritor que deja huella. Tras recibir el galardón leonés pidió que no volvieran «a premiar a más reaccionarios de izquierdas». Al año siguiente, la estatuilla que el artista Amancio González diseñó pensando en la Luna como fuente de inspiración para escritores y artistas, la recogía un ‘lunático’ llamado Houellebecq, quien puso como condición para recoger el premio poder asistir con su perro, con el que se paseó por el escenario del Auditorio.

La azafata que echó a Houellebecq

El autor de Las partículas elementales, su mascota y Fernando Arrabal —que insistió en participar en la ceremonia— formaron una improvisada y surrealista performance que dejó atónito al público. Houellebecq, a pesar de hablar correctamente castellano, se negó a pronunciar una sola palabra en español. Y a punto estuvo de no recoger el premio cuando una azafata del Auditorio le prohibió entrar con el perro. Saravia tuvo que echar a correr y le alcanzó a la altura del río. Nunca el Leteo había despertado tanta expectación. «Estaba desaparecido y reapareció en León. Medios como La Vanguardia hicieron desplazarse a corresponsales desde Grecia para cubrir la noticia», rememora Saravia. Lo cierto es que, al final, Houellebecq protagonizó un acto «lleno de curiosidades y excentricidades, provocadas por una persona más humana de lo que nos muestra en sus libros y entrevistas».

En el 2006 el galardón recaía en una de las enfants terribles de la literatura contemporánea, Amélie Nothomb, cuya existencia ha estado marcada por el exilio. Apátrida desde niña (nació en Japón y siguió a su padre embajador por medio mundo), recaló en el país de sus ancestros en plena adolescencia. Su llegada a Bruselas coincide con el inicio de la universidad, donde se siente rechazada por llevar en su apellido el aura de un abuelo ultraderechista. Con los años, la calidad de sus novelas, muchas de ellas convertidas en un auténtico fenómeno editorial, acabarían tapando muchas bocas. «Amélie acudió a León con un novio mago, que se encargó de amenizar la cena posterior a la entrega del premio con trucos de ilusionismo. Nothomb escribió después las maravillas que le sugirieron las habitaciones del Hostal de San Marcos, como sus camas con dosel», recuerda Saravia.

Un grupo de adolescentes llenaron el salón el año que recogía el premio Martin Amis. Se habían enamorado del atractivo escritor británico al ver los carteles del autor de El libro de Rachel. «Pusimos una foto del escritor cuando tenía 24 años», recuerda entre risas Saravia, «y se llevaron un gran chasco al ver a un autor de cincuenta».

El Leteo se ha convertido en uno de los premios literarios independientes más importantes del mundo. Ali Ahmad Said, conocido en el ámbito de las letras como Adonis y un fijo en las quinielas de los Nobel, aterrizó en León en 2008 para recoger el Leteo. «Aunque yo, como poeta árabe, estoy enraizado en mi lengua, mi poesía está abierta a todos los eres humanos y a todos los continentes y, en ese sentido, yo me siento universal a la vez que totalmente árabe», dijo. Los organizadores quisieron agasajar al autor de Sufismo y surrealismo con exquisiteces de la gastronomía local y le dieron a probar la típica morcilla. El escritor árabe la degustó con deleite hasta que le explicaron que era sangre de cerdo. «Se quedó de piedra », comenta Saravia, , que no ha olvidado la entrañable imagen de Gamoneda poniéndole el abrigo a su admirado Adonis, quien, por cierto, no es tan guapo como su seudónimo pudiera hacer creer.

A Paul Auster fue Martin Amis quien en una cena en Londres le habló maravillas del trato que había recibido en León por parte de los ‘chicos de Leteo’. El autor de La trilogía de Nueva York recogió el galardón en el 2009. Auster transformó un acto cultural en un fenómeno de masas. Le hizo gracia que un grupo de futuras promesas de la literatura le otorgaran el premio. Auster, que quería haber sido jugador profesional de béisbol, llenó por completo el vestíbulo del Musac. Al igual que el gran cineasta Billy Wilder, Auster considera que «hay que escribir comedia cuando te sientes triste y tragedias cuando estás en la cima de tu vida». El escritor neoyorquino, que vino a León acompañado por su mujer, la escritora Siri Hustvedt, autora de El verano sin hombres, quedó prendado del licor de café que le sirvieron al final de la cena en el Hotel Quindós, mientras su esposa se pasó la velada hablando de Kierkegaard. A Paul Auster lo que realmente le fascinó de la ciudad fue el lapidario del Museo de León, en la planta baja de Pallarés.

Las declaraciones de Enrique Vila-Matas, que recibió el Leteo un año después que Auster, dejaron atónitos a los espectadores, que no sabían si creer o no las anécdotas que relató. «Ese año nos acompañó Ray Loriga, con quien seguimos manteniendo conversaciones».

A Ledo Ivo los poetas del Club Leteo lo conocían por un poema del villafranquino Juan Carlos Mestre, aunque «el gran valedor de la literatura de Ivo en España fue el maestro Pereira. Ivo nos contó que siempre quiso conocer la tierra de su amigo Pereira —fallecido dos años antes— y que le hubiese gustado compartir con él este encuentro». «Ledo se llevó un buen sombrero comprado en la calle Ancha, aconsejado por Mestre y Gamoneda. Hubo magia entre ellos». Ivo fallecía un año después de recoger el Leteo.

En 2012 el premio recayó en el escritor argentino y premio Cervantes Juan Gelman. Desafortunadamente, el autor de Bajo la lluvia ajena (notas al pie de una derrota) fallecía dos años después.

En 2015 la noticia de la posible desaparición del Leteo llegó hasta la patria de James Joyce. John Banville, el novelista irlandés que recibió el galardón en 2013, mostró su desagrado ante la noticia de que la falta de financiación y el desinterés de las instituciones leonesas pudieran acabar con las jornadas culturales del Club Leteo. El escritor, premio Príncipe de Asturias, fue contundente en su mensaje: «Pido a la ciudad de León que reconsidere tan insensata decisión».

Al año siguiente el galardón recaía en el controvertido escritor italiano Erri de Luca, quien no pudo recogerlo por enfermedad. «Tuvo la amabilidad y el respeto de escribirme estando en la ambulancia que le llevaba al hospital por su derrame cerebral, para decirme que creía que no le dejarían volar para venir a León».

Dos mujeres se han alzado con el Leteo en 2015 y 2016. En primer lugar, la subversiva Sharon Olds, la poeta que plantó cara a Bush y premio Pulitzer. Una mujer rebelde y contestataria. «No puedo sancionar con mi poesía las atrocidades que lleva a cabo mi gobierno. Por eso cuando el marido de Laura Bush me invitó a la Casa Blanca rechacé la invitación».

A Olds le tomaría el relevo la no menos escandalosa Angélica Liddell, vilipendiada en España y aclamada en Francia. Y es que resulta difícil de asumir que una admiradora de Lewis Carroll, de quien tomó prestado su apellido artístico —Alicia Liddell es la niña que inspiró las aventuras del autor británico—, pueda mutilarse en un escenario.

Esta edición, quizá la última del Leteo, será el rumano Mircea Cartarescu quien lo reciba el día 25 en el Musac. Censurado durante la dictadura de Ceaucescu y poco conocido aún en España, Cartarescu (Bucarest, 1956) es un autor complejo, deslumbrante y dueño de un universo onírico insuperable. Algunos sectores de la crítica le han ‘encasillado’, con poca fortuna, como un posmoderno. El poeta rumano que no escribe versos se consagró con Nostalgia, uno de los textos más originales y revolucionarios de las últimas décadas. Cartarescu es también autor de novelas como Lulu, historia de una obsesión que sumerge al lector en el mundo de lo surreal, un libro de complicada lectura, al igual que su epopeya cómica Levantul, en la que recurre a los capítulos del Ulises como fuente de inspiración.

El ojo castaño de nuestro amor es una fusión entre ensayo y recuerdos, que empieza siendo unas memorias y termina por leerse como las confesiones de un alma inteligente. Una obra, como sostienen los especialistas, «de calidad superlativa» y con un dominio del lenguaje extraordinario. La editorial Impedimenta acaba de publicar Solenoide, considerada su obra más madura hasta la fecha.

Además del premio, el Club Leteo ha preparado un amplio programa para fomentar las nuevas letras. La 17 edición de las Jornadas Leteo incluyen una mesa redonda en torno a la obra de Cartarescu con la participación de los editores de Impedimenta y expertos en su obra, entre ellos, el novelista de León Alberto R. Torices. También la presentación del nº 24 de la colección de poesía Azul de Metileno de Ediciones Leteo, Los macroorganismos que retienen una porción de mí, de Ana Navío, ilustrado por la creadora polaca Dorota Magdalena Dudzik. Asimismo, la publicación de la nueva novela del escritor Miguel Paz Cabanas, Todos los últimos días grises, dentro de la colección Relojero de Banaguás de Ediciones Leteo.

«Si he de escribir simple y complaciendo para que me lean más, desisto de hacerlo», sostiene el poeta Rafael Saravia, columnista del Diario de León y presidente del Club Leteo, que un día soñó e hizo realidad que grandes escritores de todo el mundo vinieran a León. Conquistó a Paul Auster y a Houellebecq, a Martin Amis y Adonis. El sueño sólo ha durado 17 años.