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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

El traductor hombre-perro y otros «inventos inventados»

Eduardo Berti y el dúo Monobloque publican un libro con un centenar de artilugios imaginados por escritores. Algunos se recogen en una muestra en la librería Zubieta.

¿Se imaginan una máquina traductora perro-humano? ¿Y un artilugio que convirtiera en electricidad real la energía desbordante de los niños? ¿Un espejo con memoria? ¿Una máquina que fabricara críticas literarias?

Hubo escritores que idearon inventos así. El autor argentino Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964) empezó a apuntarlos en un cuaderno. Luego se animó a inventar él mismo otros más, y después contagió esa pasión al llamado colectivo Monobloque, un dúo formado por la francesa Dorothée Billard y el alemán Clemens Helmke. Así nació un proyecto que se llama Inventario de inventos inventados.

Esa iniciativa incluye un libro, subtitulado «Breve catálogo de invenciones imaginarios», editado por Impedimenta y presentado ayer en Donostia. Fue también una exposición que se mostró en París y se verá en Marsella, y de la que se puede ver un pequeño fragmento durante este mes en la renovada librería Zubieta de Donostia, en la calle Reyes Católicos. Y suma un video que también ahonda en ese viaje literario por las imaginaciones literarias para la mejora de la vida humana.

Berti estaba ayer feliz en San Sebastián. Vuelve a la ciudad que le acogió durante seis meses hace unos años. «Vine gracias a una beca del Donostia International Physics Center, que promueve acciones que ponen en contacto a escritores y científicos para derribar las viejas fronteras entre letras y ciencias. Fue una experiencia apasionante que, en lo personal, me sirvió para decidir que ya no quería vivir más en ciudades grandes y quería ciudades de dimensiones más humanas. También recuperé las raíces vascas de las que desciendo».

Y así, tras vivir en Buenos Aires, París o Madrid, Berti decidió asentarse en Burdeos, que descubrió gracias a una beca y es donde reside ahora con su familia. Ahí cumple al fin su anhelo de vivir de la literatura y lo que rodea a los libros: además de escribir, imparte talleres y desarrolla distintos proyectos culturales.

La «energía« infantil

Pero ayer volvía a San Sebastián para hablar de su libro, de este inventario de inventos. «Todo empezó con mis manías de lector. Empecé a apuntar los inventos que algunos escritores introducían en sus libros. Pienso que el primero fue uno del mexicano Juan José Arreola, del cuento ‘Baby HP’. Ahí Arreola inventa un artefacto que convierte esa metáfora común de ‘la energía desbordante de los niños’ en energía real que da electricidad. En su relato presenta el manual de instrucciones para utilizar el artefacto. Es una ideal genial que me dio pie a buscar inventos que no existen, o inventos que existieron primero en la ficción y acabaron siendo realidad. Hice una primera lista. Luego contacté con mis amigos de Monobloque, que viven en Berlín. Él es arquitecto, ella es diseñadora, y pensamos en hacer el libro con instrucciones, con diseños, con gráficos. Y luego sumé mi idea de imaginar escritores que escriben inventos».

¿Qué tipo de inventos? El traductor perro-hombre, sacado de una película en la que Jacques Prevert fue guionista, o el espejo con memoria, que aparece en varios textos de ficción. También la máquina que hace crítica literaria, que bien podría servir para juzgar la máquina que crea textos. Y la máquina de hacer silencio. ¿Más? La kallocaína o droga de la verdad de la escritora y pacifista sueca Karin Boye, la ‘superficina’ del polaco Sigismund Kryzanowski, el miopicida de Raymond Queneau y diversas maquinaciones de autores tan variados como Jules Verne, Italo Calvino, Jorge Luis Borges, Alphonse Allais, J. R. Wilcock, Stanisław Lem, Juan de la Coba, Roald Dahl o Dino Buzzati.

Los pendientes despertador, los anteojos para ver viejos, el amortiguador humano, el Fluido García, el GPS sentimental, la píldora contra el acento, la cafetera para masoquistas, el murciélago bomba, el paraguas para enamorarse o el televisor indiscreto son otros inventos. Una exposición más amplia recogía algunos en Madrid; en Donostia se ve una mínima parte, pero queda el libro, un original artefacto que juega con la realidad, la ficción y los prodigios de la imaginación.

MITXEL EZQUIAGA