Me despertó mi propio aullido. Y no encontré calma hasta que, horas más tarde, presencié la final del Campeonato del Mundo de Rugby entre las selecciones de Inglaterra y Sudáfrica, confirmándome que, de todos los deportes, el rugby es el más duro y a la vez el más caballeresco y pautado. Lástima que la novela le haya prestado poca atención. Por eso me ha alegrado la reciente publicación de El ingenuo salvaje (1960; Impedimenta), de David Storey, uno de los más conspicuos representantes de literatura de denuncia (y malestar) social de los Angry Young Men, el movimiento en el que se inscriben algunos de los más interesantes dramaturgos y novelistas británicos de los sixties (entre otros, John Osborne, Harold Pinter, Kingsley Amis, Alan Sillitoe). En ella el rugby funciona como telón de fondo de una magnífica historia de amor y lucha de clases, como diría Constantino Bértolo.
MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO