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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«En Rumanía la sensación es que los escritores están muertos»

El eterno candidato al Nobel Mircea Cartarescu defiende la idea de la Europa «moderna»

Mircea Cartarescu escribe sus novelas en libretas. Las novelas de Mircea Cartarescu son poderosamente modernas. Tienen más en común con cualquier clásico del XIX o de principios del XX, clásicos musculosos y de largo aliento, como los de Dostoievski, los de James Joyce o los de su adorado Franz Kafka, que con los de sus contemporáneos. Y las escribe a mano y sin volver atrás.

Cuando las acaba -algunas tienen cientos de páginas y tienen como eje el pasado, la infancia, la adolescencia, porque la literatura, dice el escritor, «es siempre una terapia: si los escritores no escribiésemos, seríamos enfermos mentales»-, las entrega a su editor con el cometido de que las publique exactamente como las recibe. Es decir, que lo leemos en Lulu, en Nostalgia, en Levante, y el resto de sus novelas que, por fin, están llegando a España, a través de Impedimenta, es exactamente lo que había en aquellas libretas. ¿Y cómo se consigue algo así? Cartarescu sonríe, se encoge de hombros y dice: «Supongo que cuando escribes diarios, aprendes a ordenar tus ideas».

El escritor rumano, cuyo nombre suena cada vez más y cada vez más fuerte para el Nobel -cada año figura en las listas, él prefiere no pensar en ello y seguir escribiendo sobre tipos que descienden a acáro y se convierten en el Jesucristo de las motas de polvo-, cree que existen dos tipos de escritores: los que escriben diarios y los que no. Él no puede evitar hacerlo. Si pasa tres días sin escribir en su diario, la sensación, dice, es la de que la vida no tiene sentido. Pese a que lleva 20 años sin escribir un solo verso, se considera poeta. «Escribí poesía sólo al principio, durante siete años», dice. De esa época data Levantul, la epopeya heroico-cómica que es también una aventura a través de la historia de la literatura rumana, 1.500 páginas de versos. «Digo que es mi identidad como escritor porque todo lo que busco en el mundo es poesía. No importa si estoy leyendo a Balzac o un tratado de física cuántica. La poesía es lo único que busco. La poesía es una de las cimas del conocimiento. Mis novelas más extensas también son poemas», asegura.

Y aunque diga que su mundo tiene el diámetro de su cráneo, a Cartarescu le gusta considerarse europeo. «Es uno de los rasgos de mi identidad», dice. Algo que los rumanos han tenido que conquistar. «En Rumanía no podemos permitirnos ser euroescépticos. Durante los últimos 200 años no hemos querido ser otra cosa que europeos. Para nosotros la idea de Europa tiene mucho que ver con la idea de civilización», apunta. Aunque nada le gustaría menos que ser un escritor político. De hecho, aborrecería ser cualquier cosa relacionada con la política. «Estoy orgulloso de no haber ostentado ningún cargo público y es algo que nunca haría. He salido a protestar, sí, pero preferiría no haberlo tenido que hacer. Preferiría quedarme en casa y escribir», dice. Cartarescu da clases de literatura en la universidad. Literatura rumana. Curioso. Siendo él el autor más importante de su país, ¿habla de sí mismo? «No, para nada, eso se lo dejo a los demás», contesta.

Pero los demás tampoco hablan de él. «En Rumanía la sensación es que los escritores están muertos. Que no hay escritores vivos. A la gente le sorprende cuando me conocen y descubren que soy escritor. A menudo me dicen: ‘¡Vaya! Yo creía que todos los escritores estaban muertos!’. La crítica es muy cruel. Nada les parece bien. A no ser que lo escriba alguien de fuera», relata. Su paso por Barcelona es fugaz. Pronunció una conferencia sobre la idea de Europa, y a ella vuelve cuando se le pregunta por el fascinante aire moderno de todo lo que escribe. Un aire moderno que, dice, tiene mucho que ver con lo andrógino, y con, claro, Europa. «La cultura andrógina, a la manera en que ya estaba presente en Platón, es fundamental para la cultura europea. Podría decirse que es la expresión más interesante del alma europea. El manierismo marcó una época, allá por 1520, que reunió a Shakespeare y a Góngora. Y el modernismo procede de ahí, esa obsesión por cultivar la forma hasta el absurdo que define el arte europeo, procede de ahí. Lo malo es que hoy tiene una connotación negativa. Cuando se habla de un escritor manierista estamos pensando en un escritor académico y nada más lejos de la realidad», expone.

Admira a Nabokov, aunque dice que su obsesión por las mariposas -escribió una novela con forma de mariposa en la que no había una sola página en la que no apareciera una de ellas- no es tal, que más bien es su hija quien, en realidad, «las odia». Y sobre todo admira a Kafka. «Es mi héroe», dice. «El mejor escritor de todos los tiempos», añade. Cartarescu admira al artista que lo es sin esperar nada a cambio, como lo fue Kafka, que ni siquiera se consideró escritor. «No quería publicar, no le interesaba el destino de sus textos, el 80% de lo que escribió, desapareció, y lo que no, debería haberlo hecho también. Escribía con el único fin de entenderse. Es el escritor absoluto. Un ideal de austeridad extrema», asegura. ¿Y hace él lo mismo? ¿Escribe para entenderse? «Digamos que la escritura y el arte te mantienen con vida, pero que no sé por qué escribo. Me pregunto a menudo si puede escribirse un libro que sustituya al mundo, como se lo preguntaba Mallarmé. Y lo busco constantemente», sentencia.