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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Enterrado en vida», de Arnold Bennett

La excelente traducción de Vicente Vera (1855-1934) aporta gran verosimilitud a esta divertida novela del escritor inglés Arnold Bennett (1867-1931), ya que es una traslación a nuestra lengua, traducida en 1921, prácticamente contemporánea a la edición original del libro, en 1908.

Los modos de hablar de entonces difieren de los de hoy en día y una nueva traducción habría perdido parte de la chispa de aquella manera de escribir. No obstante, hay una revisión actual de la traducción de Vera para que no nos ahoguemos demasiado con los giros, afrancesamientos y demás modismos del lenguaje florido de principios del pasado siglo.
Porque, todo hay que decirlo, esta es una historia divertida, muy amena y muy inglesa, dotada de la flema y el sarcasmo que les son típicos (y tópicos) a los habitantes de la Gran Bretaña. También es una historia sobre la vida y sobre el arte (o, más bien, sobre el mercado del arte), con feroces críticas, camufladas de humor, a muchas de las actitudes y actividades del ser humano. No se olvida tampoco Bennett de dar un buen rapapolvo al dinero como motor de nuestros movimientos más comunes e, incluso, de nuestros sentimientos. Ni siquiera se olvida de agitar fuertemente las sobrevaloradas esencias del sistema judicial británico y logra adelantarse unas cuantas décadas al loco devenir de la profesión periodística de baja calidad que busca el sensacionalismo barato, zafio y morboso con la única finalidad de vender.
Pero Bennett nos cuenta todo esto tan aparentemente complejo con una gran dosis de humor (británico, por supuesto), con bastante mala leche y camuflándolo en una historia que Jorge Luis Borges definió como «la mejor de las comedias domésticas» de su autor y que eligió como parte de su propia biblioteca personal.
Enterrado en vida es una historia que parte de un error. El criado de un gran pintor enferma y muere acostado en la cama de su señor. El pintor, Priam Farll, es un tímido enfermizo que siempre ha permanecido oculto a la fama, que vende por intermediarios sin exponerse demasiado a la sociedad y que siente verdadero pánico ante la idea de tener que tomar decisiones ante otros. El doctor que asiste al fallecimiento del enfermo confunde a este con su amo, el pintor, y este aprovecha la confusión para iniciar una vida más anónima alejado del oropel y exposición a la que le lleva irremediablemente su éxito como artista.
Pero esta errónea noticia de la muerte del pintor Priam Farll se extiende de manera no prevista por él mismo y accaba convirtiéndose en un asunto nacional, espoleado por la prensa sensacionalista, a lo que el propio Farll asiste horrorizado. Un miedo que se multiplica con la sola idea de tener que solventar el error, que llega al punto de celebrarse un gran funeral-homenaje al supuesto Farll muerto en la mismísima abadía de Westminster, ante la atónita mirada y espantada alma del propio enterrado.
Los acontecimientos, divertidos, alocados y trazados finamente con un lenguaje muy sarcástico, se desarrollan en tantas direcciones que el artista no se siente capaz de pararlos. De hecho, asumiendo la personalidad de su fallecido criado, ha llegado a unirse con la joven viuda Alice Challice, una mujer divertida y deliciosa, tan encantadora como práctica.
Casi desde la primera línea del texto hasta el final del mismo, uno puede pasar sonriendo las casi 300 páginas que ocupan la novela, una buena narración que nos apunta con mucho humor algunos de los males que sufrían (y sufren hoy de manera multiplicada) nuestras modernas, estructuradas y civilizadas sociedades.
Por cierto, como nota curiosa, la figura de Arnold Bennett inspiró una tortilla que es un clásico de la cocina británica, la llamada tortilla de bacalao Bennett (abadejo ahumado en la receta original), desarrollada en el Hotel Savoy de Londres donde el escritor solía pasar largas temporadas.

Por Javier Herrero.