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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Entrevista a Enrique Redel de Editorial Impedimenta

Entrevista a Enrique Redel, editor de la editorial independiente Impedimenta. Por Trifón Abad López.

Pregunta: Crear una editorial independiente es para muchos sinónimo de lanzarse a un abismo, pero ha resultado ser un vuelo plácido que aún dura…

Enrique Redel: Efectivamente una editorial es un salto al vacío. Requiere una inversión razonable de dinero, y es una cantidad que tarda mucho en volver. Cualquiera que monte una editorial, tiene que tener claro que es una vocación que requiere mucha constancia, mucho trabajo y disfrutar con ello. Es algo fundamental. Y la paciencia es clave, este es un negocio complicado, básicamente porque la gente no lee.

Hace no demasiado tiempo las editoriales independientes eran una avanzadilla que ganaba terreno a los grandes grupos título a título, batalla a batalla. Hoy son un ejército al que cada vez se adhieren más voluntarios, los sellos que nacen por auténtica y romántica vocación proliferan, y el lector lo agradece. ¿Cómo valoras el actual momento del sector en este sentido?

ER.: Creo que es una cuestión de viejos y nuevos estilos, no tanto de volumen. Estamos en un momento privilegiado, en los últimos cinco años han nacido multitud de editoriales que han renovado de forma radical el panorama, y han ido creciendo de una manera muy sostenida y rápida. Hace años estuve en Londres, entré en una librería independiente y me emocioné, casi literalmente, al ver la oferta que tenía, de títulos interesantes y muy desconocidos. Hace no mucho volví a aquella librería y fui consciente de que el nivel de España en este sentido se estaba equiparando. Frente a modelos de edición más caducos y centrados en la novedad de usar y tirar, se está volviendo a los viejos oficios, algo que existía en los 70 y 80 con los editores de Alfaguara y Alianza, las propuestas mohicanas de Herralde o De Moura. Hoy se están volviendo a hacer libros como oficio, no como negocio, y partiendo de la idea de que hay que pedirle nivel a un tipo de lector que estaba hambriento de literatura de calidad intelectual. Ese es el reto en el que nos encontramos. Tengo amigos en grandes grupos que son profesionales con los que hablo en el mismo idioma, y otras editoriales pequeñas que hablan lenguas totalmente diferentes. En mi opinión, más que de potencia, se trata una cuestión de capacidad para colaborar en el mercado, hoy en día me encuentro más cercano a editores como los de Mondadori o Alianza que a otras editoriales pequeñas.

Impedimenta forma parte de ‘Contexto’, una plataforma en las que os habéis unido varias editoriales jóvenes. ¿hasta qué punto el éxito de un pequeño sello puede depender de la confraternización con sus iguales?

ER.: Efectivamente existen grupúsculos, y no creo que esto sea malo. Entre casi todos nosotros la admiración es mutua. Hay muchos sellos que no pertenecen a Contexto y a los que admiro como Blackie Books, Libros del Silencio, 27 letras o Errata Naturae, por citar solo a algunos. Entre ellas también tienen sus propias órbitas de influencia. Nos hemos dado cuenta de que es mejor colaborar que competir. Buscar cierta simbiosis. Nos hemos dado cuenta de que ganamos todos y nadie pierde. En Contexto incluso hemos llegado a compartir bases de datos de medios, creemos que esa es la línea a seguir. Esto es algo sano, que surge a raíz del momento privilegiado que atravesamos, óptimo para recuperar obras y hacer libros lo más atractivos posibles.

En el proceso de búsqueda y selección de un clásico extranjero o de éxito que se pretende recuperar o traducir, ¿existe ya un catálogo elegido conforme al gusto del editor y que se elige dependiendo del tipo de literatura que se consume en cada momento?

ER.: Creo que en nuestro caso y en el de otras editoriales que conozco no es así, pero sí que cuenta de algún modo cierta capacidad de improvisación. En Impedimenta partimos de la idea clara acerca de qué queremos publicar, y uno va lanzando propuestas, siempre muy defendidas por parte del editor, porque es su elección. Pero también los lectores, libreros o traductores te sugieren cosas que no conoces y que son auténticos tesoros. La capacidad de prospección de los colaboradores de las editoriales es muy importante. Muchos lectores me han propuesto vías nuevas a considerar. La oportunidad de los autores rumanos, por ejemplo, de los que he publicado a Mircea Cartarescu o Mihail Sebastian, me ha llegado gracias a mi traductora Marian Ochoa de Eribe. Es una profesional que sabe muchísimo de esta literatura y mee propone autores y títulos. También unos libros te van llevando a otros, y si ves que has conectado con una sensibilidad concreta que te sirve para transmitir lo que te interesa, hay que seguir por ahí. Tenemos dos líneas: una es recuperar el viejo espíritu de libros que han funcionado y nos gustan, y otra es buscar nuevos proyectos que a uno le convencen y el fin es convencer al lector de que son tan interesantes para ellos como lo son para ti, que has apostado por ellos. Nos ha pasado con Stella Gibbons, que ha sido un éxito total, u otros como Boris Savinkov. Pero lo que nunca haremos es apostar por una novela de zombies, por ejemplo, porque sea lo que vende.

Es usted un apasionado a los nuevos formatos de series de televisión. Se está generando un interesante debate sobre si podrían ser considerados un género literario específico, como el guión cinematográfico. Sin embargo, para los puristas de la literatura, solo la palabra ‘serie televisiva’ causa rechazo…

ER.: La gente necesita que le cuenten historias, y cuando el respeto al receptor entra en juego, el formato no importa si ofreces excelencia estética. Yo llevo mucho tiempo diciendo que la nueva narrativa de calidad se está haciendo en las series. Como las entregas de Dumas o Dickens, presentan la fórmula al receptor basada en el “qué pasará en el próximo capítulo”. The Soprano, Six feet under, Mad Men o The Wire se componen de historias de una calidad indiscutible y en mi opinión ahora la mejor narrativa se está haciendo en este tipo de series.

46 títulos hasta la fecha en 38 meses de vida… El prolífico Mircea Eliade ­(del que Impedimenta ha publicado “La novela del adolescente miope”) estaría orgulloso de la labor editorial que realizan. ¿Cuánta gente trabaja en el equipo de una editorial como Impedimenta, sin contar a los traductores?

ER.: En la editorial trabajamos Pilar Adón y yo, esencialmente. Adón además es autora, es una magnífica escritora y apostamos por “El mes más cruel”, y no nos equivocamos. Ella trabaja desde hace un año en Impedimenta. Siempre hemos tenido gente en prácticas, pero básicamente somos el núcleo de la editorial. Es la tendencia actual de los pequeños sellos, dos o tres personas máximo. Yo llevo labor de dirección y diseño del plan editorial en su conjunto, y ella se encarga de la administración, que es básico, y todo tipo de relaciones con traductores, agentes, derechos de autor, etc. Nuestra labor de búsqueda es muy profunda y damos a veces muchas vueltas hasta dar con un título.

Aunque estemos hablando de letras, ¿qué porcentaje de tiempo se dedica se dirige al diseño de un libro en Impedimenta?

ER.: El 75 por ciento de la labor de un editor es comunicación, porque básicamente comunicar es lo que hacemos. Y parte importante de esa labor de comunicación es una marca de imagen muy característica, a la que hay que añadir una obsesiva elección de los motivos de cubierta, algo que te pueden causar días de zozobra, y también una obsesión por los materiales, pues sería una falta de respeto al autor y al lector ofrecer un libro feo. Yo no lo compraría. Creo que lo que hay dentro del libro también forma parte del diseño, desde si es bueno o malo hasta la calidad de la traducción, todo tiene que ver con la estética final de la obra. Dicho esto, y respondiendo a tu pregunta, yo dedico a que el libro quede bonito y bien, que me convenza desde el tacto hasta el olor, el 90 por ciento del día, y creo que Impedimenta no sería lo que es hoy sin esas obsesiones estéticas de las que hablo.

Apenas unos pocos autores en castellano han sido publicados hasta la fecha por la editorial. ¿Seguirá esta dinámica o pretende el sello ser partícipe de la eclosión de buenos autores que vive nuestro país hoy en día?

ER.: Siento la necesidad de sacar obras nuevas. Porque esa es la labor de un editor, es muy cómodo difundir obras que funcionan en Inglaterra o Rumanía, pero lo que ha de hacer el editor es descubrir talentos. Estamos abiertos a la recepción de originales, pero en estos años me he forjado tal criterio de excelencia que me es difícil hallar cosas que de verdad me interesen. En una etapa que viví como lector pasaron por mis manos unos dos mil ejemplares y acabé seleccionando solamente dos títulos. Muchos de los escritores que me gustan ya se están publicando en otras editoriales que se dedican a esta búsqueda. Ojalá pudiera hacerme un día con un autor de la calidad de Pablo d’Ors, Eloy Tizón o Julián Rodríguez, autores excepcionales que ya tienen su vía de publicación. Aunque uno siempre anda a la búsqueda.

¿Qué opinas de la tendencia al libro digital, lo que algunos ven como una amenaza, otros una especie de cambio climático (que saben que vendrá y derribará todo… pero hasta que llegue aquí seguiremos) y otros como una tendencia a la que adaptarse cuanto antes para estar preparado?

ER.: Llegará, sin duda, aunque creo que es una tecnología a la que aún le queda mucho para ser una realidad atractiva. Quizá las editoriales que lo vemos como una realidad futura deberíamos ofertar catálogo en digital, pero es cierto que nuestros lectores objetivos son más de comprar en papel. Un ejemplo es “Las señoritas de escasos medios”, de Muriel Spark, que lanzamos en enero; estoy convencido de que la mayoría de los lectores que deseen tener este libro lo querrán en papel. Por otro lado sé que actualmente hay gente que lee en ebook, y yo sería uno de ellos. A mí no me importaría invertir en esta tecnología y buscar maneras de sacar un rendimiento a esto, vía páginas de descarga con publicidad, un Spotify de los libros, o algo por el estilo. Pero veo problemas: en primer lugar el nivel de piratería que hay en España, es tan acusado que hará difícil lanzar un libro sin que lo pirateen. Desde CEDRO nos dicen que en Francia o Inglaterra no viven la misma situación, porque no existen páginas de descargas ilegales, mientras en castellano la cantidad de posibilidades es increíble. Por otro lado, está comenzando a crearse un debate social en el que la gente se carga de razones morales para piratear libros. Se compara a los editores con la polémica reciente de la SGAE y los derechos de los músicos, en Internet he encontrado incluso foros en los que se asegura que los autores de las obras cobran un canon. Algo absolutamente falso, claro. Se está creando un caldo de cultivo propicio para que la gente justifique la descarga de libros. En un futuro habrá que planteárselo, con nuevas fórmulas. No entiendo a son los editores que creen que hay que luchar contra ello porque va a hundir a las librerías y a todo el sector. Quizá a ellos le suceda, pero ya haré lo que esté en mi mano para que no me afecte de una manera tan grave.

Rumano, inglés, francés, checo, japonés, polaco… El traductor es una figura a menudo relegada a un segundo plano, pero para su sello tiene una gran importancia. ¿Cuando se recibe una traducción de un idioma desconocido, cómo se coteja la calidad del texto?

ER.: Cuando la obra es del inglés o francés no es difícil cotejarla. En otros idiomas recurrimos a traducciones ya editadas en inglés o en francés para comparar. Nos ha ocurrido con una obra en japonés que difería bastante de estas traducciones, entonces comprendes que el japonés no se traduce, se interpreta. En este caso buscamos más ediciones en otras lenguas, y sobre todo le damos muchísima importancia a la expresividad del texto final. Te puede llegar una traducción muy pura y fiel, pero que no funciona en español, y hay que buscar alternativas. Nosotros confiamos en el traductor hasta el punto de ponerle en la portada, y en la web incluimos su biografía, porque es un artífice del texto, en menor medida que el autor ya que hace una interpretación y su papel no es tan creativo, pero sí es fundamental. En este sentido le pido al traductor una responsabilidad para que mi libro tenga salida, para que cuando el lector lo lea quede satisfecho con el resultado. Huimos de traducciones muy académicas y nos inclinamos por aquellas que, siendo fieles al original, consigan transmitir, que sean más literarias. Muchos de nuestros traductores, como Lluís Maria Todó, Mercedes Cebrián, Miguel Martínez-Lage o Pilar Adón, son además escritores. Esto aporta un grado de calidad indiscutible al resultado.

Si pudiera elegir un libro para editar ahora mismo, inalcanzable, difícil, admirado… ¿cuál sería?

ER.: En primer lugar “El Ulises” de Joyce. Sin duda. Aunque me lo coma con patatas. Pero por derechos de autor es imposible. Y porque ya está hecho, gracias a la traducción de Tortosa, que es magnífica. Otro sería “El arco iris de gravedad”, de Thomas Pynchon. Daría cualquier cosa por publicar ciertos libros, pero ya están hechos. Del mismo modo que a otros editores les encantaría editar “La hija de Robert Poste”, de Stella Gibbons. Hay obras que si de verdad te gustan mucho y tienes la ocasión de publicarlos, tienes que hacerlo. Por inalcanzables que sean.