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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Entrevistamos a Eduardo Berti

"Pienso más en lo que yo puedo aportar de distinto, que en lo que las novelas puedan aportarme a mí".

Un padre extranjero (Impedimenta, 2016) es la nueva novela del autor porteño Eduardo Berti. Aunque decir “novela” puede resultar un tanto encorsetado para definir este libro que trasciende las fronteras de la ficción, lo autobiográfico o lo estrictamente narrativo. El resultado es una original historia en la que el narrador trata de desvelar los secretos que su padre ocultó en vida al tiempo que descubre una novela inconclusa que este comenzó a escribir en los últimos años. Y, al mismo tiempo, trenzada con esta historia, asistimos a la de un escritor (Joseph Conrad) amenazado por uno de sus lectores y que mantiene, al mismo tiempo, una peculiar relación con su propio hijo. Berti logra hilar estas dos tramas, protagonizadas por excéntricos personajes, a través de un narrador divertido, irónico y sumamente observador, con gran soltura literaria y excelentes reflexiones sobre la condición de la paternidad y de la extranjería.

Cioran decía: “No se habita un país. Se habita una lengua. Una patria es eso y nada más”. La importancia de los idiomas y los acentos está muy presente en tu libro. ¿Cómo se habita una lengua (y su país) cuando no se domina completamente o no se logra perder el acento originario?

La pregunta es interesante, así planteada, porque no descarta a los nativos. No solamente a un extranjero le ocurre que no termina de habitar un país cuando no domina bien su idioma. También le pasa a la gente nacida en ese mismo país, gente que está en desventaja porque es analfabeta (o casi) o porque no se expresa bien… Es algo que suelo argumentar frente a aquellas personas que preguntan para qué sirve el estudio de los libros o la adquisición de una retórica más o menos sutil… Lo del acento es menos grave, me parece, salvo que estemos ante un acento tan marcado que impida entender y sea como un árbol que tapa un bosque. Y es, por otra parte, más subjetivo: hay gente que habla con acento y no se acompleja ni incomoda por eso. En cuanto a la frase de Cioran, la he comprobado el otro día cruzando a pie la frontera entre Francia y España. Si no fuese por el cambio de lengua, uno no se enteraría de que ha atravesado una suerte de límite: las caras de la gente son las mismas, el paisaje es el mismo, la arquitectura es la misma… Sin embargo, como por arte de magia, los que están allí, al otro lado del río o de la calle, hablan todos en otro idioma. Por supuesto, no se trata de magia. Lo sé muy bien. Allí están todavía los severos edificios de los viejos puestos aduaneros.

El derumbe es una historia dentro de Un padre extranjero. Pent Farm, otra. Y luego está la principal del libro, que las termina asimilando. ¿Como logra un autor la unión de elementos inicialmente tan dispares?

Creo que se logra, en primer lugar, con temas o asuntos comunes. Yo he sentido la necesidad de mezclar esas historias en un libro porque sentí que todas hablaban de lo mismo, que todas venían de una única y profunda inquietud. A eso se le pueden sumar estrategias formales. A mí me gustan los ecos y las analogías. Siempre he dicho que las novelas “riman”, al igual que lo poemas, pero que lo hacen de otro modo y mediante otros recursos como el de los leitmotifs.

Aunque uno siempre está muy presente en sus libros de una u otra forma, Un padre extranjero puede parecer un ajuste de cuentas con el pasado, tanto el tuyo personal como el familiar. ¿Qué te ha aportado esta novela que no te hayan aportado tus anteriores libros?

En general, busco que las novelas me pidan o me exijan cosas diferentes. Pienso más en lo que yo puedo aportar de distinto, que en lo que las novelas puedan aportarme a mí. Hay cosas que se repiten en mis libros “de una u otra forma”, como bien dices. El reto, para mí, es que esas obsesiones (contra las cuales sería vano combatir) aparezcan, de ser posible, siempre de otra forma. El reto es sentarme a escribir un libro que de antemano no sé cómo escribir ni, tampoco, si seré capaz de escribirlo. En el caso de Un padre extranjero me sedujo, en un primer momento, la idea de escribir una novela en “dos niveles”: por un lado, un texto con la novela que va escribiendo el escritor; por otro lado, un texto que cuenta la trastienda y las dudas y las reflexiones del escritor que escribe esa novela. Este primer pulso, este punto de partida, se fue volviendo más complejo con la suma de otros ingredientes, a medida que avanzaba en la composición. Entre esos ingredientes que se fueron agregando está la pequeña historia que llamo, dentro de mi novela, “El derumbe” (así, con una sola “r”: mezcla de derrumbe y cambio de rumbo). Para escribir esa historia usé, como texto base, una novela que mi padre dejó inconclusa… La única novela que él intentó escribir en toda su vida, ya anciano. Fue experiencia maravillosa porque pude escribir “con” padre. En tal sentido, creo que este es el mayor regalo que me hizo Un padre extranjero, al lado de otros también entrañables: por ejemplo, que me escribieron una maestra de la escuela primaria y hasta la viuda de un profesor de matemáticas y escritor que tuve en la misma escuela, otro polaco del que hablo en la novela.

En un momento dado el narrador dice “Me incomodaba pensar en mi padre jugando (o no) a ser escritor”. ¿Por qué?

Si bien esta novela tiene muchos elementos autobiográficos, más que en mis libros anteriores (lo cual es otro elemento novedoso, volviendo a la pregunta anterior), el narrador de la novela no soy yo. Es alguien muy parecido a mí. Alguien que podría ser yo. Y a este narrador le causa una mezcla de celos y de temor ver que su padre también quiere escribir un libro. Como si ese terreno tuviese que ser exclusivamente suyo en el ámbito de su familia. A mí no me pasó exactamente eso. Me gustaba y me intrigaba la idea, que me resultaba inquietante. No me incomodaba ni me daba celos.

Sueles hacer una descripción precisa de las excentricidades de los personajes. ¿Hemos pasado de la literatura de las grandes gestas a la literatura de gestos?

Es una muy buena imagen. Y es posible, sí, que describa bien el viaje que ha hecho la narrativa: de los grandes relatos y la gran épica a la indagación de lo “infraordinario”, por citar a Georges Perec. De todos modos, creo que siempre hubo “literatura de gestos”. Pienso, no sé, en Dickens y en su talento para describir los rasgos de algunos de sus personajes… No creo que sea algo novedoso. Y tampoco creo que la épica esté totalmente abandonada.

En la historia paralela de Joseph Conrad, Meen quiere matarlo porque lo ha utilizado, sin permiso, como personaje de uno de sus cuentos. Tú has incluido en Un padre extranjero a tu familia, a tu esposa, incluso a tu editor. ¿Lo has hecho sin permiso y debemos temer futuras y severas represalias?

Espero que no quieran matarme… Aunque debo hacer una aclaración: el lector llamado Meen quiere matar a Conrad no tanto porque no le pidió permiso como porque, a su entender, él aparece “ridiculizado”, convertido en un personaje digno de burla… Lo curioso es que este personaje llamado Meen existió realmente y realmente quiso matar a Conrad. Esto cuenta la mujer de Conrad (Jessie) en un libro de memorias. Meen afirmaba que él aparecía ridiculizado en un cuento llamado “Falk”, convertido allí en el personaje de Hermann. Ahora bien, yo leí el cuento y no termino de entender qué cosa pudo molestarle tanto a Meen. No hay razones en ese personaje (ni en ese cuento) para matar a Conrad…

¿Crees que, quizá, la extranjería más insalvable es la distancia entre generaciones de una misma familia?

No lo sé. Hubo épocas de mayor corte generacional que esta, me parece. El corte entre padre e hijos fue mayor en los tiempos de los Beatles, por ejemplo… con eso me refiero a la complicada posguerra de los años sesenta y sus enormes cambios culturales. También depende de cada familia. Lo que sí tengo en claro es que hay un efecto de extranjería en el paso del tiempo. Por eso mismo cito, en un pasaje de Un padre extranjero, una famosa frase de un autor inglés ( L. P. Hartley ) quien decía que “el pasado es un país extranjero”.

¿En la literatura dejas de sentirte extranjero?

En el único lugar donde no me siento extranjero es en familia, con mi mujer, con mi hijo, con mis mejores amigos. O, a lo sumo, en mi casa, entre mis libros, mi música, mis cosas… Escribir no llega a ser un remedio contra eso. Tal vez porque cuando uno escribe literatura tiene un vínculo de distancia, de refriega y de desconfianza con el idioma. Por más que sea su idioma natal. En mi caso, por ejemplo, trato de no caer en lugares comunes, en obviedades. Trato de ser preciso, ni muy barroco y complicado ni tampoco muy simplón, pero al mismo tiempo tengo en cuenta la música de la frase, la “eufonía”. Y esa exigencia con la lengua hace que uno se sienta, por momentos, un poco extranjero. En un vínculo singular con esa misma lengua que otros emplean en forma más automática o “natural”: lo cual explica por qué, como decía Proust (creo que Proust, sí), muchos de los libros que nos hechizan parecen escritos en una lengua extranjera.

Mezclas la biografía y la ficción y así lo reconoces en el libro. ¿Te parece que los géneros puros se quedan cada vez más cortos para relatar las historias que un autor quiere transmitir?

No sé si es un problema de “cortedad”. A mí, personalmente, nunca me interesaron mucho los géneros puros. Desde siempre. Incluso en el campo del periodismo, el documental o la no ficción. Pienso en esa magnífica película de Orson Welles, F for fake, que se burla de todos los géneros y de todas las fronteras entre realidad y ficción mientras explora, no tan de paso, los límites entre originales y falsificaciones en el arte. Ese tipo de películas o de libros siempre estuvieron entre mis favoritos.

Como extranjero que eres siempre en alguna parte, cuéntanos algún pequeño secreto tuyo.

Te diré que soy un gran mentiroso y que no tengo ningún secreto.

El culto a las últimas palabras de los escritores. ¿Cuáles te gustaría que sean las tuyas?

Habrás visto que menciono ese culto, en mi novela, con cierto desdén o cierta ironía. El narrador de Un padre extranjero decide viajar al sur de Inglaterra, a la zona de Kent, y visitar la casa donde vivió Joseph Conrad no del todo convencido de que eso pueda serle útil para la novela que desea escribir, pero (digámoslo así) por las dudas y porque el viaje, aunque resulte inútil, no dejará de ser placentero. Una de las cosas que encuentra allí es una especie de clan o círculo literario de fanáticos de Conrad. Y al narrador (como a mí, dicho sea de paso) le molesta todo ese culto y ese fetichismo en torno a los escritores.

También hablas de las primeras palabras de los escritores. Tienes libertad para engañarnos y decirnos cuáles fueron las tuyas.

Lo primero que escribí para un público lector fue un pequeño cuaderno con una historieta. Tenía nueve años y ese cuaderno fue de mano en mano de mis compañeros de escuela, quienes fueron mis primeros lectores. Siempre he dibujado bastante mal, así que aquella historieta tenía más textos que ilustraciones. La primera frase era el título de la aventura: “El planeta misterioso”…