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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Escocia, 1869: el triple crimen de la divina Providencia

Graem Macrae escribe en Un plan sangriento el testimonio de un inexplicable asesinato adolescente en las Tierras Altas

Un plan sangriento: el caso Roderick Macrae (Impedimenta) lleva un título y una etiqueta de moda: es un true crime, el relato a medias novelesco, a medias periodístico, de un crimen real y, esta vez, muy remoto (en el extremo norte de Escocia, en 1869). De modo que los aficionados a la intriga pueden tomar nota, pero no sólo ellos. También los lectores que busquen una emoción más indecible, una tristeza más dulce, están convocados. A veces, Un plan sangriento se lee como un reportaje de sucesos; otras veces parece un eco de El extranjero de Camus o de una tragedia griega o una versión de La casa de Bernarda Alba en un mundo de hombres en las tierras altas.

No es poco, ¿no? «Bueno, lo de Camus me halaga. Leí El extranjero de adolescente, supongo que como todo el mundo», cuenta Graem Macrae, autor del libro. «Supongo que, en el fondo, hay una pregunta común en los dos libros: ¿es dueño el individuo, Roderick en este caso, de sus actos?».

¿Qué es Un plan sangriento? Su núcleo es el texto que Roderick Macrae, asesino confeso de tres vecinos en la aldea de Culduie, escribió a instancias de su abogado para presentarlo ante el juez. Roderick era un crío de 17 años, un bicho raro salido de una aldea miserable en la que apenas se hablaba inglés. Su texto, sin embargo es conmovedor como retrato costumbrista y como exploración en el alma de un adolescente bastante desvalido. El chico era muy inteligente pero patoso para las relaciones sociales. Anhelaba el afecto de su madre muerta y vivía atenazado por la pobreza y por la presión social. A veces hablaba solo y a veces veía las cosas con demasiada lucidez y por eso se metía en problemas. En el fondo, sólo quería ser un hombre cabal y responsable.

Alrededor de ese testimonio, Graeme Macrae construye un libro al que llama novela en el que se dan la voz los vecinos, el abogado y los médicos de Roderick. También aparece por ahí un cura, el pastor de su parroquia, que resulta ser el testigo menos compasivo, el autor del relato más duro de todos los que aparecen en Un plan sangriento.

No es por casualidad. La novela de Macrae está llena de referencias a la divina Providencia, a la voluntad de Dios que predetermina la vida de sus personajes. «La idea de la Iglesia Presbiteriana de Escocia es que los actos no nos pertenecen, nos vienen dados», explica Grame Macrae. «La hermana de Roderick tuvo una visión, dijo que sus vecinos iban a morir y Roderick interpretó que debía hacer cumplir esa voluntad. ¿Que para qué sirve esa manera de ver la vida? La verdad es que yo no le veo nada positivo, pero supongo que a las élites les ha funcionado muy bien, les permitió, durante muchos siglos, tener a una servidumbre dócil y resignada a su miseria».

En el fondo, su novela va sobre eso, sobre los de arriba, los de abajo y los que están en medio. Las víctimas de Roderick son los miembros de una familia vecina designada para hacer de delegados del poder. El padre era un don nadie con vocación de tirano pero su hija, en cambio, podría ser la enamorada de Roderick y por eso recuerda a Bernarda Alba. «Es curioso porque yo quise escribir una historia lo más escocesa que fuese posible y ahora me encuentro que voy a Rusia y los lectores reconocen la historia como propia. Vengo a España y me pasa lo mismo… Supongo que para eso sirve la literatura».

Más: Jetta, la hermana de Roderick, era el personaje de tragedia griega de la novela, la portadora de «una cultura secreta casi mágica» de visiones e intuiciones. Su providencia fue la más desgraciada de todas. Y Roderick era el pequeño señor Meursault de esta historia, capaz de entender el horror y el vacío de su vida y de explicarla con claridad pese a que su destino es la horca.

Sin embargo, hay un momento clave en Un plan sangriento. Cuando Roderick va al cadalso, su piernas flaquean. «Para mí, fue muy emocionante encontrar ese testimonio. Cuando di con el discurso final de su abogado, que estaba muy bien, me entusiasmé. Una parte de mí pensaba ‘vamos, aún se puede salvar a Roderick’, aunque ya conocía la historia. Cuando leí la noticia de su ejecución, lloré».

LUIS ALEMANY