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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Esplendor de la forma

Naturalmente, Enterrado por placer está protagonizado, una vez más, por el profesor (ahora en su versión de candidato rural al Parlamento británico) Gervase Fen.

Es fácil vincular a Chandler con la era de la radio y los grandes automóviles, como es obvia la relación entre la novela negra de John C. MacDonald y el residuo, entre libertario y apático, de los 60. En el caso de Edmund Crispin, que pertenece al linaje británico de Doyle, Christie y Michael Innes, a quien tanto admiró Borges (me refiero al Innes de ¡Hamlet, venganza!), en el caso de Crispin, repito, no sólo cabe asociarlo a la literatura de entreguerras y su difícil supervivencia tras el desastre; sino a esa parte de la literatura que hoy conocemos como vanguardia, y que en buena medida fue una indagación formal de la que Crispin es un extravagante y admirable ejemplo, aplicado a esa versión campestre del roman policier que incia Willkie Collins en La piedra lunar.

Naturalmente, Enterrado por placer está protagonizado, una vez más, por el profesor (ahora en su versión de candidato rural al Parlamento británico) Gervase Fen. Y una vez más, mientras se resuelve y no el misterio, será el juego con el idioma -su abuso y disfrute-, aquello que Edmund Crispin nos ponga en primer término, concediéndole la misma importancia que a la resolución del crimen. Como digo, a Crispin se le nota que disfruta extraordinariamente escribiendo. Pero esto, y su naturaleza humorística, es también aplicable, por ejemplo, a Raymond Chandler. Lo característico de Crispin, en todo caso, es esa modulación formal, ese juego con el significado y el alcance de las palabras, que nos recuerda, más que a la literatura cerebral de Carroll, a la inteligencia disparatada y desbordante de Jardiel Poncela. Lo cual nos lleva al ineludible carácter formal de este modo británico que abordar el crimen y el misterio, y cuyo placer último es un placer, digamos, arquitectónico. Sobre esa arquitectura fantasmal, Crispin añade otro espectro de no menor tamaño: la palabra girando sobre sí, como una bacante ebria, como una floración espontanea, vibrante, despeinada, creciendo en el margen mismo el idioma, y por ello mismo, frívola y dichosa.