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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Hadas fuera del cuento

Nos adentramos en la peligrosa literatura encantada de los "círculos de hadas" para redescubrir el folclore y los secretos feéricos mejor guardados de la "gente menuda".

Los cuentos populares, a menudo destinados los niños después de un desbravamiento progresivo, suelen agruparse bajo el genérico de «hadas:’ Desde que los cachorros del psicoanálisis empezaron a envenenar el mundo, muchas aportaciones han contribuido a volver tarumba a las generaciones nacidas después de la Segunda Guerra Mundial. Bruno Bettelheim, antes de suicidarse a los ochenta y seis años, dedicó parte de su existencia a desentrañar la mecánica de los cuentos de maravillas y encantamientos, a hallar en sus historias indicios claros de las represiones del yo y el despertar sexual en reflexiones cuyo nonsense cautivaría a las mismísimas hadas, tan amantes del barullo y la confusión. La realidad, teorías aparte, es que en los llamados «cuentos de hadas»… bien pocas hay.

En su agudo ensayo La Bruja debe morir, el alegre Sheldon Cashdan libera a los cuentos populares del corsé psicoanalítico, los enlaza con los siete pecados capitales, narra su origen poco infantil ya que los primeros recopiladores cumplían funciones de animadores en los rutilantes salones de las cortes francesas del Siglo de las Luces y la Ilustración. Los pianeros del arte del cuento responden a los nombres de Charles Perrault, el hábil hedonista, y su misterioso hijo con quien comparte la reelaboración de sus tres cuentos en verso y ocho en prosa donde destacamos El gato con botas, y la intrigante antiespañola Madame d’Aulnoy cuyos Cuentos de hadas estaban destinados a levantar un revuelo picante en los salones de moda donde brillaba como avispada cortesana. Luego llegaron los hermanos Grimm con sus Cuentos de la infancia y del hogar. Afanásiev y sus Cuentos populares rusos donde abunda la presencia de la aterradora bruja Baba Yaga; Andersen, capaz de hacer una joya literaria con un tapón y un trozo de cuero de cerdo y que inventó más que ninguno de los anteriores; y, más recientemente, los Cuentos de Hadas de Angela Carter, delicioso recopilatorio de relatos agrupados según el carácter y comportamiento de las mujeres en fantasías de todo el mundo, o las inefables Hadas de Villaviciosa de Odón de la inspirada María Luisa Gefaell que con tanto acierto ilustró Benjamín Palencia. Pero en estos ejemplos, tantas veces subtitulados «de hadas» apenas se palpa la presencia real de las auténticas hadas.

Ni buenas ni dóciles

¿Qué es un hada? Una de verdad, nada de las civilizadas madrinas de Cenicienta, de la matemal Hada Azul de Pinocho o de las pequeñas criaturas encantadoras de tantas postalitas infantiles a lo Cicely Mary Barker. La Campanilla de Peter Pan sí es un hada: envidiosa y malevolente, llena de furia. Bajo el signo de la palabra «hada»: «fairy» en inglés, se abre el universo feérico, tras el que se revuelven, en una sementera parecida al Jardín de las Delicias de El Basca, goblins, boggarts, elfos, trasgos, la Dama del Lago, el Phooka, Al Fir Darrig, merrows y otros seres de múltiples tipos y condiciones desde el tenaz Leprechaun hasta los enloquecidos Cluricauns o los caníbales caballos del agua each-uisge y kelpies potámides. Hasta las de apariencia más hermosa aparecen hundidas por detrás, en una muestra del engaño de su origen o, si abandonan su existencia en su reino paralelo, caso de las selkies, su piel de foca debe permanecer fuera de su alcance o abandonarán a su nueva familia sin dudarlo. ¿Cuál es su origen? Siempre pagano y a regañadientes con los hirsutos santos y los tristes ritos de la redención de la carne. Este pueblo secreto bebe directamente del corazón humano y de los pechos de las mujeres, sus nodrizas favoritas. Algunas historias aseguran que son los gusanos nacidos del cadáver del gigante que dio lugar al mundo entero, Barrie asegura que nacieron de la risa del primer niño, otros testimonios los consideran restos de una raza declinante que mengua en tamaño y vigor, no en la malicia que les obliga a robar niños humanos para entregarlos de diezmo al infierno, dejando en su lugar a un viejo suyo o a un tronco de madera encantado para tener apariencia humana, en una suerte de rústico doble. Las hadas, la gente menuda, la alegre comitiva, el pueblo invisible y demás nombrecillos simpáticos que aplacan su susceptibilidad suelen imitar los entierros humanos pues ni mueren ni gozan de sentimientos parecidos a los nuestros aunque les divierta nuestra pompa funeraria. A veces pueden hacerse pasar por humanos mas siempre les delata una deformidad: un rabo, una hendidura demasiado pronunciada, un solo agujero de la nariz. Su hogar natural abarca Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda. Algunas emigraron al Nuevo Mundo, hasta las Ozarks y más allá de las Antípodas, siguiendo, cual garrapatas, a los humanos a quienes tanto les divierte torturar a cambio de nada y para siempre, de generación en generación y hasta los confines de la tierra conocida y desconocida. Pueblan la Materia de Bretaña Artúrica, conquistaron Albión sin esfuerzo pues disfrutan haciendo pasar halas secas por un glorioso asado provenzal y la niebla les place más que la dulce campiña, se desparramaron durante el XIX hechizando plumas y también los pinceles de Richard Dadd, Arthur Rackham, Fizgerald o Altamont Doyle y salpican el siglo XX y el XXI desde las películas Disney a la saga de Harry Potter o Las Crónicas de Spiderwick. A menudo se las ha «buenizado’: como si fuera posible domesticar a la caprichosa Reina Mab, al eternamente abatido goblin que sólo puede alimentarse por la nariz o a Juanita Dientesverdes cuya dieta se compone de criaturas que se acercan demasiado a las orillas de los cursos de agua dulce. Las hadas dan miedo. No forman parte de nuestra naturaleza y, si se antropomorfizan es por puro capricho. Encarnan lo desconocido. El caos es su elemento natural. La ausencia de reglas, su ley. Nada se aprende de ellas y tampoco nos pueden enseñar. El mundo de MacDonald en Fantastes o la atrayente novela de William Morris Las aguas de las islas encantadas e incluso la Narnia de C. S. Lewis donde las criaturas mágicas se postran ante los hijos de Adán son universos demasiado reglados para su naturaleza. No existe en su hueste armonía alguna. Su esencia salvaje y primitiva sólo conecta con nuestro canibalismo original y el deseo de sangre natural reprimido por las buenas maneras, que también las cautivan sin doblegar su naturaleza. Pueden ser vencidas mas su rencor es eterno. Pueden tener rasgos de bondad pero en el engaño reside su impulso último y verdadero. La gente menuda es rencorosa, atrabiliaria, de memoria de pez, arbitraria, agresiva y tramposa. Oscilan entre los muertos y los vivos o tienen una vida demasiado distinta para nuestra razón. Se les acusa de no tener alma. Nos desprecian y envidian igual que les tememos y envidiamos. Soñamos con que se nos aparezcan indicios de su existencia y, si sucediera, sería nuestra peor pesadilla.

Maestras del engaño

Folcloristas como Robert Kirk, Crofton Croker, Francis James Child, Katharine Briggs, W. B. Yeats O Lady Wilde, madre de Oscar Wilde, han aportado datos memorables sobre su existencia y costumbres en maravillosas piezas de literatura y sociología feérica.

Robert Kirk pagó caro su estudio sobre la «buena gente’: En La comunidad secreta (Siruela), un curioso tratado escrito en la Escocia del XVII explica la naturaleza de aire coagulado de sus miembros que habitan la atmósfera y horadan las colinas huecas donde asientan su reino. Kirk defiende también que la Segunda Vista, don de los séptimos hijos (él lo era), es un bien divino y permite aproximarse a estos seres, buenos y malos. También habla por primera vez de los robos de las hadas, de los dobles, de los comensales, un espíritu parásito que devora la esencia del alimento de su víctima que languidece rápidamente; y cuenta sus experiencias con gente que ha vivido experiencias extrañas con ungüentos que, untados sobre un ojo, permiten ver las cosas según su forma en aquellos otros reinos. Luego Kirk tiene una muerte extraña. Sale a pasear de noche al túmulo encantado de Fairy Knowe, donde se hallará lo que parecería su cadáver. La leyenda dice que al poco se le apareció a un familiar diciendo que, durante el bautizo de su hijo póstumo, lanzara su dirk, una especie de puñal, para romper el encantamiento. Llegado el momento, aquella persona no se atrevió y Kirk quedó para siempre prisionero. Su tumba aún hoy puede visitarse en Aberfoyle.

Otros pioneros fueron el anticuario irlandés, amigo de otro gran curioso del mundo feérico, Walter Scott, Thomas Crofton Crocker que nos legó, entre otros, los tres volúmenes de Fairy legends and traditions of South Ireland (1825-28); el norteamericano Francis James Child, autor de cinco maravillosos volúmenes The English and Scottish popular ballads (1882); Katharine Briggs que nos legó un maravilloso Diccionario de las hadas (Olañeta). prodigio de erudición y buen hacer; y W. B. Yeats y la extravagante Lady Wilde, que hicieron lo propio en sendos volúmenes de cuentos. Toda una biblioteca para estudiar que las hadas nunca fueron dóciles ni buenas. Maestras de la trampa, son las únicas autorizadas a darnos gato por libre o presentarnos, como en el glorioso poema El mercado de los duendes (Pre-Textos) de Christina Rossetti, de la estirpe prerrafaelita de Dante Gabriel, donde nos narra un hermoso mercado repleto de viandas maravillosas a ojos mortales, en realidad un conjunto de hojas podridas y cáscaras de frutos secos y huevos, perfectos para condenarse a un desenfreno que, concluido, puede que nos arroje lejos de nuestra época y seres queridos para deshacernos en polvo ante el umbral de lo que fue, hace generaciones, nuestra casa, en medio de la cruel algazara de la «gente menuda».