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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

A la sombra de un árbol

Dice Fowles que hay que conocer la naturaleza como un arte y como una ciencia, que hay que entenderla desde nuestra naturaleza personal y su relación con ella.

La naturaleza sobrevive en un bodegón de caza. Sólo el siglo XIX nos la ofrece desnuda y en sombras,misteriosa y sensual. Aquel paisaje del que una vez formamos parte y que a la vez es protagonista de su propia historia.Hace tiempo que su indómito universo lo convertimos en un espacio escénico de lamemoria, del cine, de la fotografía.Herramientas con las que reproducir el latidomisterioso de una imagen intransferible. ¿Por qué siempre hemos querido domesticar la naturaleza, rebajarla a una joyamodificable y que puede cultivarse en pequeñas parcelas? ¿realmente tiene algo que ver la rebeldía de un sembrado con un huerto diseñado en el patio de atrás de una vivienda? es necesario leer El árbol de John Fowles para entender que no. Y también para saber que un libro de escasas hojas es un bosque en el que hacerse una casa entre las palabras, que son sus ramas.un hogar al que sólo se puede llegar a través de unomismo. en la lectura de El árbol, el impreso y el físico en el que reflejamos tantas veces nuestro sueño de permanencia y de fuerza, se escucha el trino del zarapito, el graznido del cuervo, el silbido del agua, los gorjeos de las sombras, el susurro verde y rojizo del árbol oráculo del que escuchan sus relatos los demás árboles que lo custodian.no se trata de una imagen feérica de los cuentos orales irlandeses. tampoco es un personaje ni una trama de unos de losgrimm. Basta con adentrarse a solas en un bosque como el deorrsprong del pueblo holandés deoosterbeeck para entender la unidad, el conjunto, la fuerza del bosque y sumagia.Que la naturaleza nos lee a nosotros.

JOHN FOWLES NOS REGALA EN ESTAS PÁGINAS la luz íntima de los bosques que ha conocido. Las nervaduras de sus árboles en busca de las nubes, lamanera en la quemurmuran su lenguaje, la penumbra y elmovimiento del duende verde como reafirmación simbólica de su valormágico y vivo frente al elemento decorativo de la naturaleza aprehendido por el hombre que todo lo reduce a la posesión, a la ortodoxia de las etiquetas y sumanipulación, y al desapego emocional e intelectual con respecto al entorno que debiera respetarse. Escribe Fowles acerca de la naturaleza totémica de lo salvaje desde la memoria afectiva y desde la introspección literaria. La primera le permite hacer del jardín unametáfora sobre la arisca relación con su padre, un superviviente de la Primera guerra Mundial que encuentra en su jardín adosado del barrio y en el trasplantado a un pueblo inglés, a causa de Hitler, un exilio delmundo y a la vez unmétodo de producción cuantificable de manzanas y peras para concursos. Filosofía victoriana santuario. La segunda esmás compleja.remite a la naturaleza, a la creación artística y al conocimiento que echan raíces en un manto que se extiende a lo largo de sus páginas para reflexionar sobre unmundo del que aprender admirándose. La necesidad de crear es la necesidad de escapar de la realidad cotidiana, escribe Fowles para explicar que el bosque, como la novela, es el desplazamiento desde un presente visible hacia un futuro oculto. Lo mismo que indaga acerca del arte de podar las ramas igual que se poda el caos de la realidad.

NADA SOBRA EN ESTE HERMOSO LIBRO DE FILOSOFÍA y ecologismo, de literatura y simbología, que busca despertarnos el mundo de lo sensorial, la capacidad de sorpresa, la idea de lo salvaje, de vermás allá y entre la ignorancia y elmiedo, entre el páramo y elmatorral, para que seamos capaces de dialogar con la belleza y la conciencia de lo natural, con el silencio y la quietud que laten een el universo particular de cada bosque. esa naturaleza que se transforma en un jardín de la escritura, en un caballo salvaje. Dice Fowles que hay que conocer la naturaleza como un arte y como una ciencia, que hay que entenderla desde nuestra naturaleza personal y su relación con ella, y que esa relación es única, nunca puede reproducirse. Hay que reconocerle la sencillez, la belleza y la hondura con las que, a la sombra de un libro, nos regaló un bosque en el que encontrar el árbol que cada cual lleva dentro.

Por Guillermo Busutil