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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Otoño», de Jon McNaught

¿Cómo convencer a alguien de que se gaste casi 20 euros en un libro que se lee en cinco minutos? Difícil tarea y, además, pregunta mal formulada: ni esto es un libro, ni en Pollito Libros buscamos convencer a nadie y, faltaría más, poco o ningún sentido…

¿Cómo convencer a alguien de que se gaste casi 20 euros en un libro que se lee en cinco minutos? Difícil tarea y, además, pregunta mal formulada: ni esto es un libro, ni en Pollito Libros buscamos convencer a nadie y, faltaría más, poco o ningún sentido tiene aplicar elementos como tiempo y dinero en la ecuación para explicar novelas gráficas de la calidad de Otoño, de Jon McNaught. Aquí la historia es otra.

Concretamente, dos: una pareja de cuentos otoñales en los que Jon McNaught se sirve de la belleza de hojas crujientes y atmósfera color café (tan de spot de rebajas de El Corte Inglés) para sumir al lector en el más profundo de los desasosiegos. Y esto ya es mucho, dada la brevedad de los relatos y de las micro viñetas (cuya configuración en la página hacen de cada página un lienzo también digno de admirar). El efecto narrativo que nos propone el autor británico, que se sirve de multitud de recursos más propios del cine o de la ficción televisiva, se produce mediante el contraste de la bella atmósfera otoñal con aquello que en varias ocasiones hemos tenido a bien de etiquetar en este blog como «la vida y lo puta que puede llegar a ser».

Qué bonitos son los dibujitos y qué tétrica la historia que nos cuentan. En Pollito Libros, que entendemos de cómics más o menos lo mismo que Mariano Rajoy de diálogo con la oposición (con la salvedad de aquella entrevista al cada vez más mediático Toni Nievas, enhorabuena, jefe), nos hemos fijado en Otoño atraídos por esa curiosa e intrigante llamada de la nota de prensa: «Una joya del cómic para lectores de novela» (¿qué querrá decir?). Con todo, optaremos por aparcar consideraciones técnicas como las del trazo, la calidad del dibujo o la discreta variedad de la paleta de colores usada (apenas cinco), para destacar lo que de verdad hace a esta obra un libro al que merece la pena asomarse.

Si el genial Paco Roca se caracteriza por la abundancia de diálogos para plasmar el clima social de toda una generación, Jon McNaught prefiere centrarse en los contextos y en sus silencios para que sean los entornos en los que viven sus personajes los que dibujen en la mente del lector la historia. Ante todo, la contemplación. Estamos hablando de un dibujante dispuesto a invertir tres de sus mini viñetas para enseñarnos a un topo que corretea por el bosque donde pasean dos personajes, o más de cincuenta (dos páginas) para plasmar el momento en el que un trabajador de residencia de ancianos friega los platos mientras su compañera fríe un huevo. Entremedias, pasa que ésta le dice al joven que la señora Madson, la de la habitación 12, murió anoche, momento que Jon McNaught aprovecha para, lejos de cortar y pasar a otra secuencia, seguir grabando: seguir dibujando el incómodo silencio de la cocina, roto únicamente por los obligados sonidos adminsitrativos: chocar de platos, regurgitar de agua hirviendo, sonido de masticar. Y al fondo, en la viñeta invisible que vamos formando en la cabeza, la levedad y volatilidad de una vida en la que la mayor parte del tiempo nos dejamos arrastrar por la corriente en lugar de tratar de explicarla.

No hemos mencionado las rebajas del Corte Inglés por casualidad. Entre las variadas transiciones otoñales (aves, plantas, clima…) que vemos en el decorado de esta novela gráfica, el pegado y sustitución de gigantescos pósters publicitarios es uno de los recursos preferidos de un autor que parece obsesionado con la huella, cada vez más grande, de lo artificial en nuestras vidas. Volverán las oscuras golondrinas y, con ellas, el 50% en textil y corti coles.

El fin último de este libro, plagado de yuxtaposiciones entre la sociedad real y la de consumo, es el de poner de manifiesto un conflicto (¡una calamidad!) que todo el mundo parece haber acatado e interiorizado con la misma parsimonia y silencio con los que uno asume el hecho de tener un trabajo de mierda, la locura de que los periódicos informen del descubrimiento de nuevas galaxias, las ardillas que son atropelladas, la muerte de la señora Madson, la de la habitación 12… la vida, resumida como un escenario de acontecimientos sin mucho sentido en el que la invasión de la publicidad, el consumo de televisión y, en general, la abstracción por medio de mecanismos artificiosos (la segunda historia versa sobre el consumo de videojuegos) terminan de manchar un panorama desolador de gentes tristes, inocentes animales que corretean, y mientras, las hojas que caen. No es un libro para regalarle a tu sobrino de nueve años.

Por Anthony Coyle