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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Sanshiro», de Natsume Sôseki

Sanshiro es una novela que, sin tratarse de un torbellino de emociones, merece ser leída.

Continuando con las reflexiones sobre literatura que inauguré la pasada semana, hoy os comento la novela Sanshiro, que al igual que Kokoro, fue escrita por Natsume Sôseki. Mi intención es abordar las diferentes perspectivas de este autor, que no sólo escribió sobre el «yo» (algo de lo que ya os hablé), sino que criticó de forma muy certera la sociedad del Japón industrializado y cambiante de principios del siglo XX.

Sanshiro (三四郎), publicada por primera vez en 1908, nos cuenta las andanzas de un chico proveniente de un pueblecito de la isla japonesa de Kyushu que viaja a Tokio para estudiar literatura en la Universidad Imperial. Sanshiro se siente de inmediato impactado por el frenético ritmo de vida de la gran ciudad, donde se empieza a relacionar con una singular galería de personajes individualistas, estrambóticos y en ocasiones desquiciados. Junto al pícaro Yojiro, cuya amistad mete a Sanshiro en algún que otro lío, luchará por adaptarse a su vida de estudiante urbano, en medio de la marea de occidentalización y locura por la modernidad.

Sanshirog> es, más que la historia de una persona con tal nombre, un fresco de la sociedad japonesa de transición entre los siglos XIX y XX. Describe, en un tono desenfadado y satírico (muy diferente a Kokoro) las dificultades de los japoneses para convivir con la tradición y a su vez con aquello que venía de la otra parte del mundo. El mundo intelectual de Japón, representado por la Universidad, era un auténtico hervidero de ideas nuevas con las que algunos anhelaban crear una sociedad presuntamente más libre que la anterior; pero otros no lo veían tan claro. Por un lado, tal y como se deduce de las palabras de uno de los personajes de la novela, el profesor Hirota, existía un sentimiento de admiración hacia los occidentales:

Nosotros los japoneses constituimos una triste visión a su lado (…) Podremos ganar a los rusos y llegar a ser una gran potencia, pero eso no cambia nada. Seguimos teniendo las mismas caras, los mismos enclenques cuerpecillos. Solo hay que mirar a las casas donde vivimos y los jardines que construimos a su alrededor: son exactamente lo que se esperaría de caras como estas……

Sin embargo, de otra parte, hay miedo. Miedo a una «invasión»», temor a una pérdida de la identidad japonesa. El escurridizo Yojiro, en medio de las encendidas soflamas que pronuncia en las cenas de estudiantes, grita: «no estudiamos al literatura occidental para rendirnos ante ella, sino para emancipar nuestras mentes…». Japón quería aprovechar las ventajas de la cultura occidental, pero no para diluirse, sino para avanzar por sí misma, reafirmarse y encontrar su lugar en el mundo. Este planteamiento está muy presente en toda la obra de Sôseki (Teoría de la literatura, 1907).

Y en medio de todo esto, una historia personal: la del simple y entrañable Sanshiro, un paleto bastante inocente pero juicioso, que también busca su lugar en aquel “nuevo mundo” que se abre ante sus ojos pero que ofrece muchos peligros: la soledad y el aislamiento (el científico Sohachi), la apatía (profesor Hirota), la picaresca cruel (Yojiro) y también, cómo no, los reveses del primer amor. Su encuentro con una bella muchacha de la capital, segura e independiente, será fuente de desvelos y muchos dolores de cabeza…

Esta novela se escribió en un momento (cuarenta años desde la apertura Meiji) en que en el Japón comenzaba a enfriarse, en cierto modo, el encendido entusiasmo por Occidente, y se ponía en duda la conveniencia de tener tantos ingenieros y docentes extranjeros. Se me antoja (personalmente) que esta historia tiene para Sôseki muchos tintes autobiográficos:

Hay en el libro una situación parecida a la que se produjo cuando Sôseki sustituyó en 1903 al irlandés Lafcadio Hearn en la cátedra de Literatura de la Universidad Imperial. Según algunas versiones, Hearn se vio obligado a renunciar al puesto al imponérsele una importante bajada de sueldo, bajo la amenaza de ser sustituido por un profesor japonés. Esto enlaza con lo que comentábamos más arriba sobre la creciente aversión de Japón hacia los forasteros.

Sanshiro tiene mucho de Sôseki. La bella Mineko dibuja al muchacho y le pone un nombre, stray sheep, algo así como «oveja extraviada». Sanshiro, como ella, se siente a veces perdido e indefenso en un Tokio inhóspito, duro, individualista. Es el “alter ego” de Sôseki, que al relatar el período en que estuvo en Inglaterra, dice esto:

Los dos años que pasé en Londres fueron los más desagradables de mi vida. En medio de caballeros ingleses viví en la miseria, como un perro extraviado en medio de lobos.

Esta obra es, fundamentalmente, una crítica social, pero tiene de todo. Momentos hilarantes (protagonizados en su mayoría por Yojiro), muchos pasajes donde se exalta el amor, y escenas de reflexión filosófica, estas quizá las más duras de seguir. El ritmo de la acción es lento, y se desarrolla día por día, con mucho más detalle que en Kokoro o en Luz y oscuridad, lo que da al lector a veces la sensación de no avanzar. El estilo es dialogado; la descripción de situaciones prevalece sobre la trama. Y Sanshiro es el altavoz de las reflexiones que Sôseki pone en el papel; permitiéndonos alejarnos por momentos de esa atmósfera a veces ingrata de la vida de la ciudad.

Sanshiro es una novela que, sin tratarse de un torbellino de emociones, merece ser leída. Fábula de las bondades y miserias de un Japón que crece a un ritmo vertiginoso, es, sobre todo, el retrato de una época.