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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Iris Murdoch, cuestión de fe

Lo mejor de Iris Murdoch está en su «Henry y Cato». La historia de dos almas vagabundas en busca de brújula para una travesía que se anticipa tormentosa.

La última vez que las conté, llegué hasta dieciséis editoriales españolas -más dos argentinas- por las que se había paseado la gran Iris Murdoch (Dublín,1919-1999).

Así, el retorno de Henry y Cato, de 1976 (alguna vez en Alfaguara). es motivo de celebración. Opus 18, inmediata antecesora de la magistral El mar, el mar. y disparo de salida para una larga traca final de grandes y muy ambiciosos títulos, Henry y Cato es una obra bifronte. Porque se las arregla para funcionar como resumen de mecanismos y temas pasados de la autora a la vez que abre la puerta a lo que vendrá. y porque Murdoch vuelve a enfrentar aquí a dos seres opuestos a la vez que complementarios.
Seres (Murdoch no trabaja algo tan mundano como personas o personajes) que responden a los nombres de Henry Marshalson y Cato Forbes. Dos almas vagabundas buscando brújula. Pero la travesía se anticipa tormentosa.

Vodevil metafísico

Sigamos, sigámoslos. Así, el malicioso Henry; tras nueve años en Estados Unidos, vuelve a Inglaterra para heredar una fortuna desafortunada; mientras que el sufrido sacerdote Cato sufre al enamorarse de Joe El Guapo, un joven marginal. y uno y otro no tardarán en juntarse y confundirse en un vodevil metafísico. En una de esas tramas murdochianas (ya lo dije en más de una ocasión: Murdoch es quien mejor ha sabido llevar a lo novelístico las estrategias de Shakespeare) en las que no faltará un revólver, una epifanía en la National Gallery frente a un cuadro de Tiziano, alguien que escribe haikus a medianoche, una invocación del pintor Max Beckmann, una gran mansión y un refugio antiaéreo abandonado, una exprostituta, una madre formidable, una hermana enamoradiza (la de Cato, que suspira por Henry), un secuestro, ingentes cantidades de dinero pasando de mano en mano, casualidades que no pueden sino entenderse como formas inasibles de magia, y fantasías de salir volando lejos.

La primera parte de Henry y Cato se demora en cruces y desencuentros. En la segunda, los acontecimientos se precipitan, se arriba a un final impredecible, y vuelve a probarse aquello de que todo el mundo es un escenario. Y por encima de todo y de todos, campea uno de los grandes temas de Murdoch: la pérdida o extravío y recuperación de la fe (o viceversa), trascendiendo los motivos cristianos para explorar raíces más antiguas y paganas.

La caverna de Platón

Aquí, una vez más, lo divino es irradiado por las sombras en la luminosa caverna de Platón; para cuando sus criaturas salen de allí, ya son otras. Y no es que Dios no esté, sino que se limita a contemplarlas con una mezcla de pérfido amor y amoroso desprecio. Por suerte sí vuelve a estar Iris Murdoch entre nosotros. Por favor, que sus nuevos anfitriones impidan que se vaya de nuevo. Somos muchos los que siempre creeremos en ella.

Por Rodrigo Fresán