cabecera 1080x140

Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Jiří Kratochvil y la novela del realismo mágico a la morava

La literatura rumana está de moda en estos días de Feria del Libro en Madrid. Es el país invitado a la Feria y como ilustre embajador han traído a un escritor de relumbrón: Mircea Cărtărescu. Además, su última novela, publicada por Impedimenta, ha sido un enorme éxito.

Me estoy refiriendo a Solenoide, de la que habla todo lector que se precie, mientras el espacio internauta se ha llenado de reseñas y referencias al libro, y el escritor, además, ha recibido hace poco el Premio Formentor a la totalidad de su obra. Sería una buena ocasión para hablar de algo de esto, pero en Achtung! somos diferentes, muy diferentes diría, y por lo tanto voy a dedicar mi columna de El Odradek de hoy a el escritor checo Jiří Kratochvil con motivo de una novela suya que acabo de terminar, Buenas noches, dulces sueños, que también edita Impedimenta.

Porque mucho antes de que la Feria del Libro de Madrid anunciara que Rumania era el país invitado, ya dedicamos esta columna de El Odradek a esa literatura. Puedes leerla en este enlace: http://www.achtungmag.com/literatura-rumana-mucho-mas-alla-de-mircea-cartarescu/

Y desde luego, me gustaría en algún momento poder hablar de Solenoide, pero de momento no ha caído todavía en mis manos. Espero hacerme con ella pronto. Mientras, tenía pendiente reseñar un libro de la misma editorial que publica a Mircea Cărtărescu, esta Impedimenta que ha llenado su catálogo de buen gusto y calidad, tal y como queda demostrado en la novela de Jiří Kratochvil a la que me refería antes: Buenas noches, dulces sueños.

A mí no me cabe ya ninguna duda de que Kratochvil es uno de los grandes autores checos del momento, a menudo comparado con Milan Kundera —algo que no termina de convencerme—, pero también con Günter Grass, y en esto sí que estoy completamente de acuerdo. Kratochvil desarrolla en sus obras, y en esta Buenas noches, dulces sueños, especialmente, un ambiente onírico y fabuloso que podría definirse como un tipo de realismo mágico centroeuropeo, a la checa, a la morava.

Sin lugar a duda, este tipo de fantasía albergada en la narración es una cualidad determinante para cierto tipo de narrativa de Mitteleuropa, y en concreto de la conocida como literatura de Praga, pero que también desarrolla Kratochvil en sus novelas, que abarcan un complejo universo alrededor de la ciudad de Brno.

Esta ciudad, al final de la ocupación nazi durante los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, será el escenario de Buenas noches, dulces sueños. Y nunca mejor empleada la palabra escenario, porque Brno aparece caracterizada como un enorme teatrillo en el que cualquier cosa es posible, presentando una galería de personajes sorprendentes y sazonada de sucesos chocantes.

En este sentido disparatado, la novela comparte otras de esas características de la novela de Mitteleuropa a la que me refería antes: el humorismo, el esperpento y casi lo ridículo. Si os interesa descubrir o recordar algunas características determinantes de la novela centroeuropea, que sin duda posee la obra de Kratochvil, podéis leer esta columna de El Odradek en donde os hablé ampliamente de ello con motivo del análisis del ensayo de Jean-Pierre Cometti sobre Robert Musil y que ha publicado Ediciones del Subsuelo:

Un escritor fuera del tiempo. El hombre exacto: ensayo sobre Robert Musil

Lo primero que nos resulta chocante en la novela de Kratochvil es el tratamiento de la voz narrativa: alterna la tercera persona con la primera de una forma completamente heterodoxa, añadiendo, para mayor confusión de voces, la transcripción de una carta como soliloquio o monólogo a modo de capítulo final. Esta mezcla de perspectivas, esa focalización saltarina, que incluso incluye interpelaciones directas al lector, toma mucho de cierta tradición oral de la zona, tiene hechuras de balada heroica, de retazos tomados de la lírica popular.

Por eso, tal vez, la novela posee ese enorme componente mágico en donde cualquier cosa puede ocurrir: desde una funambulista ciega, una boda de enanos de circo en un tejadillo amenazado por los bombardeos, una gata que habla o un lago subterráneo…, entre otros muchos sucesos y personajes disparatados. Pero sin duda, la idea de un tiempo cero es una de las estrellas de la novela, y en gran parte la causa de ella.

El tiempo, en efecto, es uno de los grandes protagonistas, junto a un par de parejas. La odisea que afrontan estos cuatro personajes dura 24 horas, las 24 horas finales en las que manda ese denominado tiempo cero, ese:

“final del horror de la guerra, en el tiempo y espacio cero. Algo, dentro de su propia esencia, está rompiéndose, quebrándose durante estos días. Justo ahora nos encontramos en ese único e irrepetible instante que decidirá sobre el futuro de todas y cada una de las cosas. Y justo ahora se da también la oportunidad de participar en ello. Pero ese instante está limitado a unas pocas horas”.

Inmersos en esta premisa cuántica, las dos parejas protagonistas llevan a cabo su aventura limitada a esas horas escasas. Por un lado están Kosta y Kuba, un dúo chocante aglutinado alrededor de la pintura. Porque ambos son apasionados del arte, y en concreto de un cuadro del maestro realista Iliá Repin en el que aparecen unos cosacos —en efecto, Repin, el autor del estremecedor Los sirgadores del Volga, o del no menos tremendo Ivan el Terrible y su hijo—. Aunque no se determina exactamente el título del cuadro, ciertas características que se describen del mismo me llevan a pensar que se trata de los Cosacos de Zaporozhia escribiendo una carta al Sultán de Turquía, pintado entre 1880 y 1891, del que se conservan, además, diferentes variantes de esbozos al óleo (pueden contemplarse en el Museo Estatal Ruso de Alejandro III en San Petersburgo).

Ambos, Kosta y Kuba, emprenden una búsqueda con ribetes de absurdo, rastreando por la apocalíptica ciudad de Brno a un personaje que llaman Mr. Penicilin y que presuponen será un soldado americano que ha sido lanzado en paracaídas en algún bosque cercano con un montón de dosis de penicilina en su mochila, algo crucial para atender a la multitud de heridos que aguantan en improvisados hospitales, víctimas de las refriegas finales durante la retirada de los nazis y la llegada del Ejército Rojo.

Esta búsqueda los llevará a un recorrido por el absurdo, un disparate urbano que busca reflejar el caos de esos momentos de indecisión que separan la guerra de la paz. Comentaba el escritor Ángel García Galiano que durante una estancia en una jungla africana se percató de que todo el rugido selvático se quedaba en un silencio mortal por unos instantes, durante el momento que separaba el atardecer del anochecer, unos segundos suspendidos del ocaso antes de que estallaran los bramidos de los animales nocturnos.

Este tiempo cero de Brno por el que se mueven los protagonistas viene a significar algo parecido. Unas bestias en retirada, los nazis: un régimen concebido por y para la guerra, que dará paso a los soviéticos: esas bestias de la paz. En medio de ese tránsito, otra extraña pareja afronta su destino. Se tratan de Jindrich y una gata que habla, Kanka. La gata, regalo de una gitana misteriosa y demiúrgica, también adopta la figura de una especie de chupatintas burocrático, que el propio Jindrich bautiza como el Minotauro.

La gata alterna esas dos figuras con el objeto de preservar la vida de Jindrich, porque se antoja decisiva para el futuro humano, y más en concreto el hijo que dentro de muchos años tendría con la funambulista ciega. Pero Jindrich arrastra un grave problema que lo destroza y reconcome: no ha sido capaz de evitar que sus padres, dueños de una próspera fábrica, hayan sido gaseados en un campo de concentración. Esta carga convierte el cuento de hadas que nos narra Kratochvil en una pesadilla que saca a flote lo peor del ser humano, los comportamientos más abyectos producto de la guerra y el odio.

Jindrich, aquejado de ese mal del superviviente al que hacen referencia Primo Levi e Imre Kertész, entre otros supervivientes del Holocausto, no consigue superar la carga. El mal del superviviente se denomina vergüenza del superviviente, que una y otra vez se pregunta por los motivos que lo han salvado a él y condenado a otros, interrogándose por su comportamiento, por si hizo algo infame con objeto de salvarse, con la sensación imposible de aplacar de haber dejado en la estacada a quienes han muerto.

Por este motivo, Buenas noches, dulces sueños, es una novela que tiene mucho de terrible y desgarradora, a pesar de que la narración se nos envuelva en un mundo onírico con gotas de picaresca e incluso de absurdo —o quizás es así por eso mismo, para que tanto horror pueda ser digerido. En este sentido hay una conexión directa con El tambor de hojalata (Alfaguara) de Günter Grass.

En este sentido, los enanos, los elementos circenses, los fantoches…, todos ellos recuerdan a la nutrida galería de personajes grassiana, porque parece que, para ambos escritores, la mejor forma de plasmar el espanto de aquella guerra radica, precisamente, en convertirlo en una apoteosis de lo absurdo y de lo ridículo.

Algunos críticos entienden que esta forma de aproximarse a la desgracia de la contienda, a la brutalidad de la masacre, es una manera optimista de hacerlo. Discrepo en este punto, y la novela de Kratochvil, con su final desgraciado, viene a darme la razón, Exacerbar los elementos cómicos y paródicos todavía pone más al descubierto el nervio doloroso de la infamia humana, el hueso descarnado de la ignominia y, si bien es cierto que hacen más llevadera la exposición de miserias, después arrojan una gran amargura y tristeza al finalizar la lectura. Así nos ocurre al terminar la novela de Grass, como sucede al cerrar el volumen de Kratochvil.

Kratochvil y Grass comparten mundo onírico y esperpéntico en sus novelas:

Sin embargo, en este aspecto radica la grandeza de estas literaturas. En concreto, la novela de Kratochvil nos cubre con un manto de amargura, algo que me parece totalmente comprensible porque yo soy de los que siempre ha entendido la literatura como un ejercicio de dolor. Y las verdades literarias que se albergan en Buenas noches, dulces sueños son tan poderosas, tan sinceras, que resultan determinantes para convertir a la novela en Gran Literatura.

Por supuesto, esta no es la única ni la primera novela de Kratochvil. Desde aquí quiero recomendar En mitad de la noche un canto o La promesa de Kamil Modráček (ambas en Impedimenta) esta última sobre otro tipo de terror, el estalinista —aunque tal vez se trate del mismo tipo de pavor, al fin y al cabo—, pero considero como la más sincera y dolorosa de todas ellas este Buenos días, dulces sueños que derrama sobre nosotros el embrujo de un realismo mágico que nos hipnotiza para, después, hacernos tragar con un embudo la barbarie y la sordidez humanas.

Al menos, ante tanto dolor nos queda un consuelo: esta enorme tristeza ha sido capaz de generar una novela magnífica.

JOSÉ CARLOS RODRIGO BRETO