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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

¡Jo, qué temporada!

La editorial Impedimenta recupera Bajo la red, novela debut de la escritora irlandesa Iris Murdoch

Jack Donaghue vive en Londres, es escritor pero utiliza su actual ocupación como traductor para procrastinar una vez tras otra –y ya lleva así varios años– el inicio de un nuevo libro propio. Jack traduce a un escritor parisino a quien no tiene en gran estima, hablando en términos literarios, pero cuyos libros le permiten ir tirando. No tiene grandes gastos porque vive con su novia Madge, que prácticamente lo mantiene. Un día, a su regreso de un viaje de trabajo a París, Jack se encuentra con la desagradable noticia de que Madge lo echa de casa y le da un día para llevarse todas sus cosas. ¿El motivo? Va a casarse con un célebre corredor de apuestas reconvertido en hombre de negocios. A causa de su ensimismamiento intelectual, su egoísmo y sus visitas a los pubs, Jack ni siquiera se había percatado de que la mujer con la que vivía había iniciado una relación con otro hombre. Echas a un lado las lamentaciones, la primera preocupación de Jack es encontrar otro sitio donde alojarse, un lugar barato o, mejor aún, gratis, donde pueda vivir a costa de alguna otra persona y disponga de tranquilidad para trabajar.

Bajo la red, publicada en 1954, fue la primera novela de Iris Murdoch, y asombran en ella la destreza narrativa de la que hace gala la escritora debutante; los insospechados extremos a que lleva la trama, partiendo de una premisa tan sencilla como la arriba descrita; y las similitudes –y asimismo las diferencias –con posteriores obras de la escritora y filósofa dublinesa. Iris Murdoch disfruta de una merecida fama como novelista por títulos como El mar, el mar, El príncipe negro, Amigos y amantes y El libro y la hermandad, entre la más de una veintena de sus obras narrativas. Encontramos en ellas protagonistas masculinos a los que su carácter intelectual y reflexivo no facilita precisamente las cosas en el día a día, y que incluso los convierte en poco empáticos, en el mejor de los casos, o en unos irresponsables emocionales, en el peor. Esos hombres acostumbran a moverse entre una tupida maraña de otros personajes, unidos por vínculos familiares o sentimentales, a lo largo de tramas que se despliegan de forma fractal hasta desembocar en episodios de naturaleza epifánica –con frecuencia relacionada con algún animal–, aunque la epifanía surja a menudo de lo más cotidiano y pueda resultar incluso cómica. En Bajo la red aparecen ya estas características generales, pero provistas de un tono juguetón, y por momentos carnavalesco, alejado de la carga filosófica tan presente en novelas posteriores. Entre las amistades a lasque Jack Donaghue acude en petición de alojamiento se halla Dave Gellman, un filósofo judío –la presencia de algún filósofo o de un erudito experto en Platón es otra de las marcas de la casa de Murdoch–; pero en este caso Gellman no nos deleita con una suerte de diálogo socrático con algún otro personaje sino que hace uso de sus habilidades intelectuales y dialécticas para redactar la nota de rescate por un perro, aunque no uno cualquiera: la estrella de cine Míster Mars –un Rin Tin Tin en versión pastor alsaciano–. Jack se codea también con Lefty Todd, un líder socialista –siendo la política otro de los intereses de Murdoch–, claro que en esta novela el debate político se deja atrás con prisa para que Jack, Lefty y sus colegas puedan emprender una larga juerga nocturna que concluye en uno de los varios momentos mágicos de la novela: un baño nocturno en el Támesis coincidiendo con el cambio de la marea.

El periplo de Jack en busca de alojamiento y sustento le hace pasar también por el mercado de Covent Garden un amanecer, donde se pasea entre pasillos y pasillos de flores sin que nadie lo moleste; a dormir bajo las estrellas en parques abrazado a Míster Mars; a visitar un estudio de cine, donde presencia el derrumbe de un decorado de la antigua Roma; y a recorrer la ciudad de París y contemplar sus rincones con una mirada inédita y estremecida. Y a medida que nosotros, lectores, somos llevados de un momento digno de recordar a otro, y que Jack se reencuentra con amistades y amores del pasado, nos percatamos de lo que está haciendo Iris Murdoch. En Bajo la red, Londres cesa de ser para Jack Donaghue la urbe grisácea y ruidosa que conocemos para tornarse en un campo de juegos a disposición del protagonista. Es por eso por lo que Murdoch se permite relajar la causalidad que habitualmente rige el género novelístico y se divierte –y nos divierte– con abundancia de casualidades y, por momentos, tomarse licencias en cuanto a la verosimilitud de lo narrado. ¿Por qué Finn, primo segundo y dócil secuaz de Jack, nada rico en talentos, es capaz sin embargo de forzar fácilmente cualquier cerradura? ¿Por qué Hugo Belfounder, amigo con el que Jack tiene cuentas pendientes, lleva en los bolsillos detonadores de pirotecnia con los que, llegado el caso, puede derribar muros para pasar al otro lado? Porque todo Londres está a disposición de Jack. Paradójicamente cuando su expareja lo pone en una situación que parece obligarlo a madurar y asumir responsabilidades, se ve atrapado en un remolino que lo devuelve a la infancia. La única escena en que Jack coincide con Anna Quentin –cantante, antigua novia y renovado objeto de su afecto– tiene lugar en el almacén del teatro donde ella trabaja y se halla desprovista de carácter sexual; más bien recuerda a dos niños que jugaran a disfrazarse y gozaran del mero hecho de reírse juntos.

En algún momento, sin que él parezca percatarse, a Jack dejan de preocuparle la búsqueda de alojamiento y de dónde provendrán sus próximos ingresos. Para él, las mujeres se idealizan, a la vez que se vuelven distantes y esquivas, gracias a los que pervive la idealización. Satisface su sueño de la niñez de tener un perro. Lo único triste es que, en esta celebración de la ciudad de Londres y de la infancia, Jack no es plenamente consciente de lo bien que se lo está pasando.

Jon Bilbao