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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

John Mortimer: «Los juicios de Rumpole»

Son pocos los detalles que John Mortimer aporta sobre la apariencia de su letrado predilecto, Horace Rumpole, como si prefiriese dejarlo a gusto del consumidor, otorgándole el derecho y el deber de imaginar un rostro para su protagonista.

Sin embargo, del mismo modo que asociamos la pipa y la gabardina a cierto vecino de Baker Street, ocurre lo propio con un purito oloroso y una botella de vino peleón en el caso de Rumpole. Esos serían sus atributos, elementos que ayudan al lector a configurar un concepto. Los adornos del personaje, convertidos finalmente casi en fetiche, constituyen las pistas para llegar a comprender su esencia.

Así, la amalgama de personajes que hacen avanzar las diferentes historias en las que se escinde Los juicios de Rumpole son igualmente atributos vaporosos de un protagonista al que percibimos sólido y concreto. Importa el letrado, y al igual que ocurre con el Wilt de Tom Sharpe, el rol de los secundarios es procurar que en ningún momento la estrella de la narración deje de brillar.

John Mortimer pone a su quijotesco Rumpole frente a los más diversos y esperpénticos enigmas judiciales mientras el lector avanza por una camino del que el abogado es abanderado indiscutible. El autor plantea una secuencialidad cinematográfica y descripciones ágiles y dinámicas que permiten visitar el Old Bailey y acompañar al protagonista en sus incursiones a la taberna cercana al bufete. Vemos a Rumpole en situaciones de lo más variado y es su particular gestión de las mismas lo que hace de él un personaje tan entrañable. Un abogado con una brújula moral que sí funciona y un original discurso creado inmejorablemente para que comunique sus pensamientos y sensaciones de cara al jurado y a los lectores.

El juicio supone el cierre del capítulo, la clausura del caso, el momento en el que Rumpole pone en juego sus dotes como orador y actor. El público aplaude, y vuelta a empezar con el siguiente cliente de Rumpole. Y en todo este proceso, importa realmente el desarrollo, todo lo que precede al juicio, la minuciosa tarea que el letrado lleva a cabo cuando se propone conocer hasta las últimas consecuencias del acontecimiento en cuestión y a los que lo protagonizaron. Y una vez conseguido el material, transformar y manipular la intangible realidad para que esta quede a su servicio.

El carismático protagonista maneja un humor al más puro estilo inglés, elegante pero simple en su forma, y lo dota de tal agudeza e inteligencia que sale airoso de casi todos los embrollos legales o no en los que se ve involucrado. Y a pesar de la ironía, y a veces incluso el cinismo, que caracteriza al letrado, no deja de ser una figura solemne y sensible que goza de un savoir faire extraordinario. Como corresponde al estereotipo de abogado que se ha vendido en literatura y cine desde hace tanto tiempo, Rumpole manipula y transforma la verdad para ponerla de su lado, pero lo hace con juicio y el criterio que solo pueden otorgar los años. Mordaz y aún así paciente, cauto y también valiente, firme pero flexible… El letrado encarna la genial contradicción que debería habitar en todos nosotros.

Cora Cuenca Navarrete