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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Kingsley Amis: (a)típicamente británico

Impedimenta publica los Cuentos completos, una faceta del novelista inglés en la que se muestra tan completamente iconoclastas como clásicos, a través de un amplio registro de géneros que incluyen la ciencia-ficción y el fantástico.

Érase una vez en Inglaterra, hace mucho tiempo, un joven y supuestamente airado escritor llamado Kingsley Amis, que decidió utilizar su genio para dinamitar elegantemente las convenciones de una sociedad que le parecía tristemente elitista, conservadora y estirada: la británica, por supuesto.

Aunque primero quiso ser poeta, Kingsley Amis (1922-1995) pronto se convirtió en un novelista de éxito, un eterno polemista y, cosa quizá poco sabida, en autor de un buen puñado de relatos, que muestran su enorme talento en el campo de la narrativa corta. Algo que ahora, afortunadamente, nos recuerda la editorial Impedimenta, con la publicación de un magnífico volumen que recoge los Cuentos completos de Amis, ofreciéndonos la oportunidad de disfrutar –y mucho- con la faceta menos conocida de su autor. Una faceta que él mismo se limitó a cultivar solo ocasionalmente, tanto por preferencias personales, ya que se encontraba más cómodo en el formato novelístico, como por el hecho de que el cuento comenzaba ya en su época a ser una forma literaria en decadencia, debido a la desafección de lectores y editores, alentada por unos y por otros, y que se ha convertido en desgracia endémica de las letras actuales.

Pero dejémonos de lamentaciones, porque lo cierto es que la publicación de estos Cuentos completos es, por el contrario, motivo de celebración. Que un autor poco inclinado al relato breve como Amis llegara a cultivarlo con tal éxito, resulta sintomático de esa capacidad literaria a prueba de bombas, que le convierte no solo en uno de los 50 mejores novelistas ingleses de la segunda mitad del siglo XX –según afirmara The Times, y cualquiera lo discute-, sino también en un escritor a rescatar urgentemente de un olvido más injusto que relativo. Especialmente, para recordar a muchos de los fans de Martin Amis que de casta le viene al galgo, y que su padre no solo fue un autor notablemente popular entre los lectores de su tiempo, además de bien considerado por la crítica literaria (combinación menos fácil de conseguir de lo que se piensa), sino, de hecho, todo un modelo canónico de lo que uno espera y quisiera obtener siempre de un genuino escritor británico de pura cepa.

No deja de resultar curioso que un autor habitualmente clasificado entre los Angry Young Men de los años 50 y 60, la camada de jóvenes literatos ingleses que decidieron que ya era hora de dar un vuelco a la sociedad británica y ponerla patas arriba por su propio bien, tan a menudo comparada con la beat generation, se convirtiera con el paso de los años en auténtico ejemplo de lo más esencialmente británico: lo brit en estado puro.

El simpatizante comunista, que había prometido votar siempre a los laboristas, acabó por pasarse a un conservadurismo tan rebelde e iconoclasta, al fin y al cabo, como lo fuera su primer socialismo. El autor que casi puede decirse que inventara en 1954 un nuevo género con su primera novela, Lucky Jim, sátira de la vida universitaria inglesa que se convertiría en modelo seguido e imitado hasta la saciedad y hasta la actualidad, era todo un estilista, elegante y perfeccionista en su empleo de la lengua inglesa, lo que atestigua también la excelente traducción de sus relatos firmada para Impedimenta por Raquel Vicedo.

El escritor que retrataba ácidamente las realidades de la vida cotidiana en la Inglaterra de la posguerra, traumatizada por bombardeos que habían sido tan psicológicos y culturales como físicos y materiales, acabaría dando la bienvenida a la ciencia ficción, lo fantástico y el thriller. Su simpatía por los marginados, su sentido del pudor frente a los tradicionales abusos de las clases altas británicas, su desprecio por el clasismo de militares, aristócratas y académicos varios, no le impidió amar los buenos vinos, el mejor whisky y frecuentar pubs y clubes como un auténtico sibarita, en la estela de su admirado Ian Fleming –o su admirado James Bond, que viene a ser lo mismo-.

Presto a denunciar siempre con sarcasmo e ironía la hipocresía victoriana, que tan a menudo sigue apareciendo y reapareciendo en la sociedad inglesa, repitió en su vida algunos de los vicios públicos y las virtudes privadas propios de aquella, arrastrando tras de sí una no del todo injustificada fama de adúltero patológico –womanizer, que dicen los ingleses- y bebedor no siempre moderado, que empañó sus matrimonios y amistades. Hombre, pues, como todos los grandes, paradójico e inclasificable, al que quizá le cuadre, mejor que a ninguno de sus contemporáneos y compañeros de viaje, el término de iconoclasta, puesto que siempre y en todo momento se negó a dejarse identificar con una imagen o un personaje concretos, derribando los pies de barro de todos los ídolos a su alcance, sin hacer excepción de sí mismo.

Todo esto y más, aparece reflejado de una u otra forma, en sus Cuentos completos. Aunque no se trate, ni mucho menos, de escritos autobiográficos, el mismo Amis reconocía que, al igual que en sus novelas, aparecen en ellos elementos tomados de su propia vida y experiencias, algo inevitable y posiblemente incluso deseable en cualquier caso. Un hecho que resulta especialmente evidente en los relatos que abren el volumen, aquellos que, como ‘El enemigo de mi enemigo’, ‘Comisión de investigación’ y ‘Espío a desconocidos’, retratan la vida en una compañía militar de comunicaciones destacada en Europa al final ya de la Segunda Guerra Mundial, con todas sus mezquinas rencillas, maquinaciones e intrigas producto de los abusos de superiores y mandos militares tan hipócritas como lamentables, reflejo de las propias experiencias de Amis en el Real Cuerpo de Señales del Ejército Británico, donde sirviera temporalmente hasta 1945.

En estos relatos de tono agridulce e incluso ácido, tono que comparten otros, fuera ya del contexto militar, como ‘Sangre en las venas’ y ‘Toda la sangre que hay en mí’, encontramos al más genuino Angry Young Man, que cuestiona la superficie de la sociedad británica poniendo al descubierto sus secretas mezquindades con implacable severidad, pero también con una sensibilidad humana y humanista, que transmite a la vez ternura y piedad por sus patéticos personajes.

La sátira más virulenta e ingeniosa, si bien tan elegantemente desarrollada que parece esconderse tímidamente a lo largo de sus páginas hasta estallar en un final afilado y cruelmente divertido, la encontramos en ‘Querida ilusión’, historia de un poeta laureado que pone al descubierto la triste pequeñez intelectual del mundo académico, incluso cuando se disfraza de las mejores intenciones. Un relato cuya lectura debería ser obligada entre todos los poetas, tanto consagrados como principiantes, antes de que decidan iniciar o proseguir su carrera, e igualmente recomendable para toda suerte de críticos y exégetas literarios.

Poco a poco, tras estos primeros relatos que se centran en las flaquezas del ser humano en general y en las del ser británico en particular, bajo el prisma de un humor agridulce, lúcido y a veces hasta cruel, siempre al acecho en una narrativa prístina y elegante, de una claridad en la construcción absolutamente intachable, nos encontramos con el Amis más delirante y rayano en la parodia. No es quizá suficientemente reconocido que el autor de Lucky Jim fue un auténtico amante de la ciencia ficción, en un tiempo en el que esta distaba mucho de ser todavía un género bien considerado. De hecho, su ensayo New Maps of Hell: A Survey of Science Fiction, publicado en 1958 en base a una serie de conferencias sobre el tema, fue uno de los primeros en prestar seria atención crítica al género, contribuyendo a su aceptación y estudio como forma literaria tan digna de atención, como relevante en todos los sentidos.

Sin embargo, el humorista que fue (casi) siempre, se inclinaba preferentemente por lo que él mismo bautizara como “infiernos cómicos”, para referirse a las distopías satíricas más provocadoras y divertidas. Solo Amis podía imaginar que el viaje en el tiempo, de tanta raigambre británica si pensamos en su gran precursor literario: H. G. Wells, llegara a utilizarse para… ¡seguir la suerte del vino, la cerveza y las bebidas alcohólicas y espirituosas en el futuro, asegurando su permanencia y calidad! ‘El clarete de 2003’, ‘Los amigos del morapio’ –el título lo dice casi todo-, ‘Demasiadas molestias’ e ‘Inversión en futuros’, siguen las aventuras de un esforzado viajero del tiempo, que llegará hasta el más apocalíptico y lejano futuro probando vinos imposibles y brebajes absurdos en una de las propuestas más divertidas del género que uno ha leído y que, encima, resulta ser extrañamente profética, en el más juliovernesco sentido del término.

Júzguese si no por estas frases del primero de los relatos citado: “…El esnobismo del vino se está extendiendo cada vez más: la gente bebe vino porque cree que le otorga cierta categoría. Como la gente “equivocada”, sin clase alguna, está empezando a beber vino, los pubs y la cerveza comienzan a considerarse, en cierto modo, una forma de distinguirse del vulgo…”. Resulta bastante familiar, ¿no? Otros relatos de ciencia ficción más canónicos serían ‘Algo extraño’, con su angustiosa distopía, muy al gusto paranoico de la época (fue publicado en 1960), o la ucronía ‘1941/A’, nueva variante de un posible final para la Segunda Guerra Mundial, muy distinto al de nuestro mundo.

La literatura en sí misma se convierte en campo de juego para algunos de los cuentos más divertidos y provocativos del libro. Así, ‘Hemingway en el espacio’ es una genuina y lograda aventura viril al estilo del Hemingway más típico y tópico… que traslada su acción de las cacerías africanas al espacio exterior, mostrando cómo el autor de Las nieves del Kilimanjaro está más próximo de lo que suponíamos a cualquier escritor de space opera pulp. ‘El misterio de Darkwater Hall’ es un peculiar pastiche sherlockiano, que protagoniza el mismísimo Dr. Watson, pero que, sobre todo, cuestiona la moralidad victoriana tanto como los lugares comunes asumidos dentro del género detectivesco, que Amis estimaba y conocía bien –era amigo íntimo de Edmund Crispin, sin ir más lejos-. ‘Ver el sol’, aunque asume con toda intención el formato epistolar del Drácula de Stoker, resulta ser una historia de vampiros gótica y romántica, a la que no le falta el característico apunte iconoclasta sobre el puritanismo y la hipocresía británica, aunque curiosamente mucho más ortodoxa de lo que el lector pueda esperar.

La heterodoxia posmodernista y la desmitificación histórica a la vez que literaria protagonizan también relatos como ‘Asuntos de muerte’, perfil del Macbeth histórico que juega al tiempo con la popular imagen shakespeariana del personaje, mientras que ‘El secreto del señor Barrett’ aventura una explicación no menos iconoclasta del repudio que mostró el padre de Elizabeth Barrett Browning hacia su hija, tras el matrimonio de esta con el poeta Robert Browning, y que –ojo: spoiler-, convertiría a este último sin saberlo en miembro de un muy colorista trio de autores románticos, junto a Alejandro Dumas y Pushkin (a buen entendedor…).

En la obra teatral radiofónica –la radio inglesa ha sido desde siempre refugio para los buenos escritores de relatos- ‘La oportunidad del capitán Nolan’ se nos da una nueva y, otra vez, desmitificadora versión de lo ocurrido en la famosa Carga de la Brigada Ligera en Balaclava, que no puede dejar de evocar la película de Tony Richardson (un Angry Young Filmmaker, sin duda), La última carga (The Charge of the Light Brigade, 1968), aunque su explicación del desastre militar difiera en su esencia.

En todos estos ejemplos, la erudición y la perfección narrativa se hacen cómplices del humor y la siempre presente heterodoxia iconoclasta de su autor, que no ceja en sacar a la luz los secretos y mentiras tanto de la sociedad, la historia y los emblemas culturales británicos, al tiempo y a la vez que se constituye en epítome de estos, en paradójica expresión del enorme poder de convicción que caracteriza lo mejor de la literatura anglosajona y su capacidad para generar mitos y contra-mitos, que se retroalimentan enriqueciéndose entre sí.

Los cuentos más sorprendentes, sin embargo, quizá sean aquellos que penetran en el campo del fantástico, sin carecer de humor, por supuesto, pero sin recurrir tampoco en exclusiva al juego erudito ni a la intertextualidad. La excepción, en este sentido, es ‘¿Quién o qué era’, peculiar historia de aparecidos, con aires a lo M. R. James, cuyo punto de partida es la novela del propio Amis The Green Man, una de sus mejores y más conocidas incursiones en el género, relato que se convirtió en involuntaria mixtificación, capaz -como explica el autor en el clarificador “Epílogo” incluido al final del volumen-, de fascinar a creyentes en lo paranormal y seguidores de lo extraño, hasta el punto de despertar el asombro de Amis ante el fenómeno inexplicable en que se había convertido su propio cuento.

Más genuinamente inquietante e incluso terrorífico, sin recurrir estrictamente a lo sobrenatural, ‘La casa del promontorio’, publicado en 1979, ofrece un espectáculo macabro y perverso digno de Clive Barker, que hace pensar en las orgías de Nueva Carne orquestadas por cineastas como el primer Cronenberg o el Brian Yuzna de Society (1989). Por su parte, “La vida de Mason”, quizá el más genuino cuento corto en sentido estricto del libro, es una impactante vuelta de tuerca al tema del “soñador soñado”, digna de alguna antología de Twilight Zone.

Si bien tampoco fantástico en el sentido tradicional del término “Un tirón del hilo” aborda la cuestión del doble, a través de la singular historia del encuentro entre dos hermanos gemelos idénticos, que se han visto abocados ambos, uno a cada lado del océano, a convertirse en sacerdotes, y el patético resultado de esta reunión cuando uno de ellos ve cómo sus ideas de la fe, la gracia, el libre albedrío individual y la existencia misma de Dios se derrumban como si alguien hubiera, simplemente, tirado de un hilo. De tintes también autobiográficos –al menos en lo que respecta al alcoholismo-, el cuento refleja fielmente la idea que de Dios tenía Amis, quien cuando fue preguntado por el poeta Yevtushenko si era ateo, contestó: “Es más bien que Le odio”.

Mucho más frívolos, encontramos también en el libro un buen par de ejemplos de cuentos de puro suspense y aventura: ‘Boris y el coronel’ y ‘Fatigas y problemas’, thrillers que nos recuerdan la admiración que el escritor sentía por Ian Fleming y que le llevara, entre otras cosas, a escribir varias guías sobre 007 y, de hecho, la primera novela “oficial” de James Bond publicada tras la muerte de su creador: Coronel Sun, firmada con el seudónimo de Robert Markham y que, por cierto, no está nada mal.

En definitiva, los Cuentos completos de Kingsley Amis confirman que su autor, pese a no considerarse especialmente dotado para la narrativa corta, lo estaba más que suficientemente, y resulta de lamentar su relativamente escasa aportación a este difícil formato. Por otro lado, el libro nos muestra con prístina claridad la evolución del autor, desde sus inicios como joven airado, nuevo realista dispuesto a retratar con pluma afilada, crítica e implacable las miserias de ser inglés… hasta su paradójica consagración como genuino autor inconfundiblemente británico, paralela en cierto modo a su evolución ideológica desde el socialismo y las simpatías comunistas hasta un conservadurismo tradicionalista, acorde en realidad con sus elecciones estilísticas, exquisitamente tradicional en la forma, siempre heterodoxo e innovador en su fondo.

Finalmente, aunque con toda seguridad Amis me odiaría por lo que voy a decir (a la luz de sus críticas demoledoras hacia el autor), como en el caso de su viejo compañero de generación, Colin Wilson, aunque sin llegar a sus extremos de extravagancia y militancia en las filas de lo paranormal y lo fantástico, nos encontramos ante un escritor que, desde parámetros aparentemente distantes, distintos y hasta opuestos a la literatura popular y de género, acabó por cultivarla con el talento y la gracia que a menudo solo, precisamente, quienes no están dentro del género mismo y su establishment tienen la fortuna de alcanzar. Motivos todos más que suficientes para recomendar encarecidamente la lectura de sus Cuentos completos, tan completamente iconoclastas como clásicos, por imposible que parezca. Typically british… or not.

Por Jesús Palacios