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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«La actual Unión Europea recuerda a Yugoslavia»

El autor de «Bonavia», un retrato de los efectos de la guerra, alerta del fantasma de la desintegración.

Dragan Velikic (Belgrado, 1953) no es solo uno de los escritores serbios más importantes de la actualidad, sino también una voz autorizada para hablar de la cruenta Guerra de Yugoslavia y las desastrosas consecuencias políticas y humanas que tuvo. No perdió a ningún ser querido, pero, al igual que muchos compatriotas, sufrió los efectos de la desintegración del Estado en el que nació y ha tenido que emigrar de país en país buscando su sitio y adaptándose a la idiosincrasia de cada uno.

Precisamente, en esta misma situación se encuentran los personajes de su novela «Bonavia» (Impedimenta), que presenta las vidas entrelazadas de cuatro personajes «reales, con ejemplos vivos y no imaginarios», que intentan superar en territorio extranjero los estragos de aquella contienda, la más grave sufrida en Europa durante las últimas décadas: Miljan, un restaurador que huyó de su Belgrado natal para instalarse en Viena, abandonando a su hijo recién nacido; Marija, una filóloga con pánico a la soledad que conoce a Marko, un escritor frustrado –que el propio Velikic considera su «alter ego»– y Kristina, que decide empezar una nueva vida en Boston. Cuatro seres sin rumbo fijo, víctimas de un exilio que probablemente ellos no habrían elegido, que recuerdan al alienamiento de otras obras del autor como «Via Pula» o «La ventana rusa». «‘‘Bonavia’’ nació de todas las experiencias que viví de primera mano sobre cambiar de lugares y de ambientes constantemente y adaptarme a ellos. Las mismas que han vivido los ciudadanos de la antigua Yugoslavia durante su desintegración u que no las tienen otros europeos. La gente de estas antiguas repúblicas de los países están vacunados contras las malas circunstancias. Para ellos es como jugar en casa», asegura el autor.

–¿Se han curado ya las heridas de la guerra?

–Es difícil decirlo, porque ha pasado mucho tiempo, pero las personas que han sufrido más no han llegado a resolver definitivamente las heridas. Los Balcanes es un estado congelado por el conflicto.

–¿Cuántas generaciones son necesarias para olvidar o perdonar?

–Tras nacer justo después de una guerra (la II Guerra Mundial), yo creía que iba a pertenecer a una generación que no iba a tener esa experiencia. Si hubiera habido dos o tres generaciones más sin guerra después de la mía se habría creado una nación yugoslava con un tejido social más fuerte y no se habría llegado a ese odio que se dio a partir del 91.


–¿Cuál es su experiencia personal de ese tiempo?

–No perdí a ninguno de mis cercanos, pero, por ejemplo, mi casa en la costa croata la perdí. Una vez escuché esta frase, referida a Bosnia: «No es fácil construir una casa en mitad del camino». Yugoslavia sí que era una casa en mitad de un camino.

–¿El primer paso para perdonar sería precisamente olvidar?

–Sí. La actual Europa se ha construido en torno al eje Francia-Alemania tras la guerra. El problema es que en la desintegración de Yugoslavia hubo muchos más culpables fuera que dentro.

–Lo que antes se llamaba Guerra de Yugoslavia, ahora podría ser la de Siria…

–En todas influye la propaganda. Para mí, la Unión Europea de hoy recuerda un poco a la antigua Yugoslavia con su empeño de aunar diferentes culturas, situaciones económicas y mentalidades e intentar que convivan. La burocracia de Bruselas se asemeja mucho a la de Yugoslavia, por ejemplo.

–¿Y es diferente la reacción de Europa ante estas dos guerras que mencionamos?

–Yo no sé muy bien lo que pasa en Siria, pero siempre hay intereses y la víctima siempre es el pueblo. La desintegración de Yugoslavia era un deseo de Europa, era demasiado grande para las necesidades de las compañías multinacionales. La situación económica en Serbia era buena, pero había intereses, tanto de Oriente como de Occidente.

PABLO GUGEL