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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

La brillantez de la aguda mirada

«La escritora norteamericana vuelve a profundizar en los entresijos de la sociedad neoyorquina del siglo XIX con un relato mordaz y brillante que retrata las contradicciones de la alta sociedad.»

Reencontrarse con obras editadas por Impedimenta siempre es un placer, puesto que es un lujo, hoy en día, encontrar editoriales que apuesten tanto por cuidar los detalles y por traer al presente obras que vieron la luz en tiempos pasados. En esta ocasión, rescata una obra de Edith Wharton –archiconocida por escribir La edad de la inocencia, publicada en 1920 y ganadora del Premio Pulitzer– bajo el título de Madame de Treymes.

De la misma manera que en gran parte de sus obras, Wharton sitúa esta novela en las ciudades de Nueva York y París –ambas también escenarios de su propia vida– al contar la historia de un amor imposible entre dos americanos atrapados en la rigidez y las normas del decoro francesas: John Durham y Fanny Frisbee, a la que el anhelado fin de su matrimonio con el marqués de Malrive, no le lleva a encontrar la ansiada llave de la felicidad. El enamorado caballero, Durham, intentando luchar a la desesperada por conseguir a su amada recurre a la cuñada de ésta, madame de Treymes, para lograr, de alguna manera y a través de sus favores, que la familia le concediera el divorcio. Sin embargo, lo que en un principio parecer un camino fácil de recorrer, allanado principalmente gracias a su poder pecuniario, finalmente se torna en una trampa tejida bajo las redes del tradicionalismo, las apariencias, la rigidez de los valores y las mentiras.

A lo largo de todo el texto las características culturales de América y de Francia se contraponen constantemente en una dura pugna entre liberalismo y puritanismo, con este telón de fondo protagonizado por dos lugares tan antagónicos, la novelista americana le da al lector la oportunidad de adentrarse en un discurso tremendamente crítico contra las reglas sociales, así como de deleitarse en un brillante fresco de la época victoriana.

Wharton vuelca en sus personajes una sutil mordacidad, unos personajes perfectamente delineados y dotados de una elegante y refinada complejidad –especialmente visible en el caso de madame de Treymes, que además ostenta otros calificativos como el de calculadora, clasista, y especialista en equívocos dialécticos y maquinaciones–; impregnados de los convencionalismos sociales, subsisten atrapados por una doble moral que los asfixia, sacrificando la felicidad en detrimento del buen nombre social.

Su prosa, que aparece cubierta por una maravillosa y delicada capa de finísima ironía, destila belleza en cada frase, a pesar de narrar una historia trágica en la que los más profundos sentimientos, que emanan directamente del corazón, acaban diluidos entre las artimañas orquestadas por la aristocracia deseosa de mantenerse fiel a sus principios.

Sin lugar a dudas la pluma de Wharton nos da, una vez más, toda una lección de estilo literario, una cualidad que con la brevísima Madame de Treymes lleva a su máxima expresión, tanto que a esta ficción se le puede otorgar el calificativo de joya narrativa.

Por Ángela Belmar Talón.