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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

La flor azul – Penelope Fitzgerald

«No me atrae la riqueza, pero anhelo ver la flor azul» (pág. 90), escribe Friedrich (Fritz) von Hardenberg (1772-1801), conocido literariamente como Novalis, en el comienzo de una historia que dejó inacabada.

La flor azul, que en el contexto de esta obra se puede interpretar como la búsqueda de lo inalcanzable, de la existencia que huye («Si una historia comienza con un hallazgo, debe terminar con una búsqueda», pág. 151), se convirtió en símbolo del Romanticismo alemán y es el motivo elegido por la escritora inglesa Penelope Fitzgerald (1916-2000) como título de su última novela, basada en la vida de Novalis en su juventud, antes de adoptar este seudónimo. A diferencia de lo que ocurre en gran parte de la ficción histórica, Fitzgerald no novela las vivencias de Novalis con afán biográfico —orden cronológico, recreación precisa de la época, estilo informativo—, sino que, como ha señalado Jonathan Franzen, convierte el pasado en «una parte integral de la experiencia ficticia»*. Dicho de otro modo: lleva el material (obra del poeta y demás documentación) a su terreno, lo hace suyo.

De todas las facetas del protagonista que se podrían elegir, Fitzgerald toma como hilo conductor su enamoramiento de Sophie von Kühn, una niña de doce años que, para complicar aún más las circunstancias, pertenece a un círculo social inferior al de los Hardenberg («Ella es mi sabiduría, ella es mi verdad», pág. 130). La autora construye la novela a partir de capítulos breves centrados en personajes, lugares y momentos diferentes, como una visión poliédrica del entorno de Fritz. De esta manera, en las primeras páginas, el padre pregunta a un amigo de su hijo si sabe algo acerca de una muchacha, pero a continuación se da un paso atrás para evocar los años de estudiante de Fritz y no se vuelve a hablar de Sophie hasta bien avanzada la obra. Esta elaborada estructura, que convive con una escritura amena y fluida, llena de diálogos ingeniosos, es una primera muestra de la poderosa personalidad de Fitzgerald como novelista.

La segunda podría ser el trasfondo filosófico que se intuye en la novela, aunque no de la forma que cabría esperar. Lejos de las divagaciones, Fitzgerald intercala referencias al pensamiento y la poesía de Novalis con sutileza, por ejemplo, en las conversaciones. En la Sajonia de los años inmediatamente posteriores a la Revolución francesa (una revolución que se percibe fracasada), Fritz se presenta como un joven contemplativo y con ideales que se oponen al clasicismo de sus maestros. En efecto, se fija en Sophie, su contrapunto, en plena demostración de su espíritu romántico: una niña de clase media, alegre y despreocupada como cualquier chiquilla de su edad, incapaz de estar a la altura intelectual de él (los diarios de la chica son una divertida prueba de ello). Fritz y Sophie, representantes de lo metafísico y lo terrenal, están envueltos por un halo mágico que a menudo actúa como premonición, tal como apunta Terence Dooley, sobrino y albacea de la autora, en el postfacio: Sophie como lo carnal, con su espontaneidad y su humor, pero también con su vulnerabilidad; Fritz, retratado como un muchacho que se volvió listo, un alma de poeta y filósofo que con los años se transforma por el trabajo. Sucede lo mismo con otros personajes, como Bernhard, un hermano de Fritz, y su atracción por el lago («Tenga en cuenta que no todos los niños son infantiles», pág. 225). Fitzgerald demuestra una concepción muy singular de la ficción histórica, comparable, en algunos rasgos, a Jeanette Winterson.

Esta exaltación de la vertiente espiritual de Fritz coexiste con los ambientes hogareños de él mismo y de sus allegados, y también con el dolor físico. Karoline Just, una amiga soltera que se encarga de la casa de sus tíos, se convierte en la confidente de Fritz y en uno de los personajes dibujados con más delicadeza. La Mandelsloh, hermana mayor de Sophie, es otra de las que sobresalen por su fuerte temperamento y, a la vez, por su fragilidad en los momentos difíciles. En suma, la vida de Fritz se reconstruye desde múltiples caras, incluidas las escenas en las que él no está presente, los diálogos entre otros, entre gente con otra forma de pensar y de encarar la existencia. La flor azul, por mucho que se describa como una novela basada en Novalis, es ante todo una obra con su propio cuerpo, completa en sí misma, que a pesar de tomar a Novalis como eje no deja que todo dependa de él. Como dice Terence Dooley, «Fitzgerald se entrega a la labor de crear y organizar todo este universo en lugar de recrearlo y reorganizarlo», en definitiva, a hacer literatura.

La flor azul se publicó en 1997, fue galardonada con el National Book Critics Circle Award y está considerada su obra maestra. Mondadori la editó en castellano en su momento y ahora Impedimenta la rescata del olvido, al igual que está haciendo con el resto de su producción. Escritora tardía, Fitzgerald publicó su primer libro a los cincuenta y ocho años y es una de las autoras cuyo papel en la literatura del siglo XX se ha reivindicado recientemente (además de la labor de Impedimenta en España, en el Reino Unido se la ha reeditado con prólogos de novelistas contemporáneos y ha visto la luz, con gran éxito, una biografía de Hermione Lee). La flor azul, esta novela tan tierna y sin embargo tan dolorosa, justifica en cada página el prestigio que merece esta extraordinaria escritora.

* Cita original: «The Blue Flower is a model of what historical fiction can be at its best – when the radical otherness of other times is not merely acknowledged but made integral to the fictional experience. It’s also Fitzgerald at her best – elegant, inventive, hilarious, unsparing. I adore this book», Jonathan Franzen.

Por Rusta