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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

La guerra ensombrece a Flora

Gibbons aparca a su descarada heroína y edifica una novela muy crítica y más pegada a la realidad de su tiempo, los bombardeos alemanes sobre Londres.

En los diecisiete años que median entre la publicación de La hija de Robert Poste y de Flora Poste y los artistas, la periodista Stella Gibbons (Londres, 1902- 1989) escribió, entre otras, la novela Westwood (1946), que trae al español, una vez más, Impedimenta. Gibbons va camino del tono más desabrido, desesperanzado y crítico de la segunda entrega de las aventuras de Flora. Y es que —sin abandonar el humor y esa frivolidad tan exquisitamente ingleses que maneja— no puede dejar de reflejar el caos que la rodea, la pobreza y la falta de asideros espirituales para el hombre que han traído la Segunda Guerra Mundial y, en particular, los bombardeos de la aviación alemana sobre Londres. Es en este escenario donde sitúa Westwood y donde la romántica profesora Margaret Streggels trata de encontrar sentido a su vida. Quizá, con la lectura del relato sobre esta joven soñadora, resulta más fácil entender por qué se califica a Gibbons como la Jane Austen del siglo XX, ya que el amor, la emancipación de la mujer, la diferencia de clases sociales, la nostalgia pesan mucho más aquí que en las descaradas y pintorescas sátiras protagonizadas por la hija de Robert Poste. Igual de decidida que Flora, pero más vulnerable e ingenua, Margaret trata de romper sus límites de relación, quiere prosperar, busca algo espiritualmente elevado. Frente al pragmatismo de su vitalista amiga Hilda, ella no se conforma con ligar con unos soldados y divertirse, con disfrutar de la vida pese a los negros augurios de la guerra. La maestra tiene aspiraciones culturales y los artistas y su vida aparentemente superior la fascinan. Sus nuevos vecinos —la familia de los Challis y los Niland, con esos aires entre desenfadados, aristocráticos y condescendientes— podrían satisfacer todas sus aspiraciones. Un cúmulo de casualidades le franquearán las puertas de la mansión de Westwood. Con una minuciosa descripción de los personajes y del entorno, más pegada a la realidad, y con una narratividad un tanto morosa, Gibbons vuelve a servirnos un relato ejemplar en su posición crítica con las superficialidades del arte y de los intelectuales, y con la falta de compromiso con la sociedad de su tiempo.

Por Héctor J. Porto