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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

La Soledad del Corredor de Fondo por Alan Sillitoe

Aunque fueron los punks quienes popularizaron el lema “No hay futuro”, la sensación de vértigo (y asco) ante un devenir que se prevé infaliblemente funesto ya existía antes de que se pusiera de moda el fijador de pelo, los sprays fosforitos o los Sex Pistols.

Es, por ejemplo, la sensación dominante que sobrevuela los nueve relatos de Alan Sillitoe recogidos aquí, ubicados en el Nottingham de la posguerra: un sitio arisco, frío, ruinoso y muy pero que muy gris. Sillitoe había nacido allí en 1928, y a los catorce dejó el colegio para ir a trabajar, igual que había hecho su padre, a una cadena de montaje. Lo sublime de sus historias es que ese frío, esa escasez y ese No Future no están dramatizados ni son la excusa para contarnos tragedias baratas de noticiero; su prosa aparentemente simple no tiembla a la hora de contarnos que la salvación no existe en casa del pobre, y que quizás la única puerta de salida en ese universo antipático y famélico en que habitan sus personajes sea la huida. El retiro –forzado en su caso, ya que Sillitoe volvió de la guerra en Malasia con tuberculosis– es lo que le salvó a él, y es lo que persiguen muchos de sus personajes, ya sea el loco del barrio, el viejo solitario, la cuarentona abandonada, el suicida confeso o el corredor de fondo.

Gran parte de la obra de Sillitoe va de eso: del desencanto y la miseria durante la posguerra, y de la falta de oportunidades de la clase obrera. De la determinación del sujeto en un ambiente hostil, y de la rebeldía como acto de poesía, o de salvación interior. Él mismo formó parte de esa juventud que jugaba a la guerra de piedras sobre vías del ferrocarril; chavales deambulando por las calles, terriblemente aburridos, dirigidos inexorablemente hacia el reformatorio o la fábrica.

Colin Smith, el protagonista de La soledad del corredor de fondo, acaba en el reformatorio. Él es quien mejor encarna, incluso mejor que su autor, esa rabia adolescente y el espíritu airado de los angry young men. Una rabia intensa, arrogante, briosa, contra los guardianes de un orden putrefacto. La soledad del corredor de fondo es el mejor relato de su autor por la fuerza y la bellaza de su joven protagonista, cuyo simbólico corte de mangas a los custodios de la supuesta honradez sublima como pocos el acto de resistencia ante el poder, embelleciéndolo hasta el deslumbramiento, y haciendo que las derrotas y los castigos parezcan victorias y recompensas.

Por Xavier Canadas.