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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

La vida escrita a ritmo de jazz

La vida de este escritor da para mucho, incluso para alumbrar un cómic. «Piscina Molitor. La vida swing de Boris Vian» (Impedimenta), de Christian Cailleaux y Hervé Bourhis, recrea en viñetas la vida de este precursor de muchos movimientos y tendencias de vanguardia.

Fue un provocador nato, un poeta del absurdo, un trompetista de jazz, un dramaturgo subversivo y un escritor proclive a experimentar con todos los géneros. Boris Vian (Ville-d’Avray, 1920-París, 1959) estaba aquejado de una dolencia cardiaca que arrastraba desde la adolescencia. Presintió pronto que su vida iba a ser breve. De ahí nació quizás su temperamento polifacético y su dedicación a disciplinas tan dispares como la ingeniería y la traducción, así como su gusto por camuflarse detrás de heterónimos. La vida de este escritor da para mucho, incluso para alumbrar un cómic. Piscina Molitor. La vida swing de Boris Vian (Impedimenta), de Christian Cailleaux y Hervé Bourhis, recrea en viñetas la vida de este precursor de muchos movimientos y tendencias de vanguardia. El título de la novela gráfica alude a la legendaria piscina en que Vian nadaba, convencido de que este ejercicio fortalecía su castigado corazón.

Nacido en el seno de una familia burguesa venida a menos, Vian heredó de su familia su amor por el arte, la música y la literatura. Su padre, que sufrió la devastación de la crisis de 1929, era poeta y traductor aficionado. A los 36 años no tuvo más remedio que arremangarse y trabajar de representante comercial a causa del desplome económico. Vian aprendió de su progenitor a desdeñar el dinero y aborrecer la milicia y la religión. Su madre, que adoraba la ópera, tocaba el piano y el arpa. Con estos antecedentes, la vida de joven Boris parecía irremediablemente abocada al arte.

Antes de que las tiendas de lujo y las boutiques se apoderaran de Saint-Germain-des-Prés, este barrio era el escenario en que Boris Vian y sus amigos noctámbulos se corrieron juergas antológicas. En el París bohemio de aquellos años, Boris Vian ofició de trompetista de largas veladas musicales, muchas de ellas en el Tabou, local de paso obligado para las huestes existencialistas. El escritor frecuentó la amistad de monstruos del jazz y conoció a Duke Ellington, Miles Davis y Charlie Parker, pero también a lo más granado de la intelectualidad francesa. Por el cómic desfilan Raymond Queneau, Jean-Paul Sartre, el violinista Yehudi Menuhin o la cantante Juliette Gréco.

El escritor vivió el jazz con más intensidad incluso que la escritura. Compuso unas 200 canciones y llegó incluso a grabar un disco y emprender una gira. El día que escuchó por primera vez en concierto a Duke Ellington fue uno de los más felices de su vida. En justa reciprocidad, el pianista y compositor fue padrino de su hija.

Durante la proyección privada de la adaptación cinematográfica de su novela Escupiré sobre vuestra tumba -firmada con el pseudónimo de Vernon Sullivan-, Boris Vian murió. Tenía 39 años. Era el 23 de junio de 1959 y antes había hecho unos largos en la piscina Molitor, una imagen recurrente a lo largo de todo el cómic. Algunos maldicientes aseguran que su corazón no pudo soportar el disgusto que le infligió el ver la película. Más allá de los méritos del filme, la novela rebosa sexo y violencia, circunstancia que le indispuso contra la sociedad biempensante, que le tachó de «pornógrafo». Por culpa del libro fue a juicio, acusado de «ultraje a la moral y las buenas costumbres».

Vian escribió obras maestras de la literatura como La espuma de los días (1947), una delicada historia de amor que es todo un contrapunto a la sórdida Escupiré… La espuma de los días destila la amargura por sus amores contrariados con Michelle, su mujer, que le puso los cuernos con Sartre. Como venganza, Vian se mofó del pensador llamándole Jean Saul Partre. Obras suyas son también El otoño en Pekín (1947), Las hormigas (1949), El lobo hombre (1948), Que se mueran los feos (1948) y La hierba roja (1950), tributarias de una visión del mundo que bascula entre lo absurdo y lo onírico.

Por Antonio Paniagua