cabecera 1080x140

Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Las mujeres miserables de Osamu Dazai

Una chica joven, de familia pobre, se ve obligada a cometer un robo por amor. Una mujer mayor confiesa que una noche, muchos años atrás, se sintió fuertemente atraída por un hombre al que apenas conocía.

Un ama de casa narra su sufrimiento al descubrir que su marido tiene una amante. Una muchacha narra cómo empeoró su vida tras recibir un premio literario… Cuando recibí en casa el ejemplar de Colegiala, Enrique Redel, editor del sello independiente Impedimenta, me dijo que se trataba de «un libro magnífico», de una auténtica «delicia japonesa». La niña de la portada, inmóvil en su naif kimono floreado, con una mancha roja en sus labios mimetizados con el fondo níveo, me prometía que dentro se hablaba de mujeres como pocas veces había leído. Aún nacida dentro de una cultura, la occidental, que ha tardado siglos en devolverle a las mujeres el lugar equitativo en la sociedad que les era debido, no entiendes la abnegación por el silencio y el pudor de la mujer nipona, pero sí comprendes sus angustias, contradicciones e ilusiones. La niña de la portada podría ser feliz, pero se siempre ridícula, sucia y muy, muy miserable.

Leyendo todos los cuentos de Osamu Dazai (1909-1948), uno de los autores nacidos en el periodo Meiji japonés más conocidos junto a nombres como el Nobel Yasunari Kawabata (Mil grullas, Lo bello y lo triste) o Junichiro Tanizaki (Elogio de la sombra), no puedes evitar preguntarte -y dejo caer la bomba- hasta qué punto un hombre puede, no escribir a través de una voz femenina y conducirla y entenderla -que está claro que puede hacerse, y viceversa-, si no hacer suyos unos sentimientos y deseos y miedos que son únicamente femeninos porque así lo quiso la sociedad nipona. En esta edición de Impedimenta se agrupan catorce relatos del maestro del watakushi shoshetsu -estilo autobiográfico en primera persona-, cuyos protagonistas son siempre mujeres, casi todas jóvenes, que viven historias distintas pero que están unidas por un hilo invisible común. Antes, durante o inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, las mujeres de Dazai se avergüenzan de sus propios pensamientos y anhelos, que creen obscenos, terribles, deshonrosos, y preferirían morirse antes que verlos expuestos al público. Todas sienten un profundo sentido del ridículo y una incapacidad por adaptarse y sentirse felices en una sociedad a la que, por otra parte, deben respetar por encima de todo. Se sienten feas, saben que son feas, y les parece única y justa causa para su desgracia. Pecan -porque todas las mujeres son así, o al menos eso dice Dazai- de mentirosas, arrastradas, avariciosas, lujuriosas y mentirosas. ¿Hablaría así una mujer de sus congéneres, por muy de principios del siglo XX que sea?

Hay algunos comportamientos que al lector le parecerán los propios de un maníaco si antes no se ha adentrado en la historia de la Cultura japonesa. El giri (cumplimiento del deber) contra el ninjo (las pasiones humanas) conducen la antropología y el arte japonés. Sentimientos como el honor, la rectitud, la fidelidad, la benevolencia, la piedad filial y la vergüenza propia son heredados de la filosofía neoconfuciana de la época samurái. Las mujeres, invisibles y despreciadas en la ie -la familia-, durante el shogunato, ni siquiera recibían el amor de sus maridos, pues era deshonroso que estos caballeros mostrasen sus emociones en sociedad así que reservaban sus caricias para las prostitutas de los akusho (lugares perniciosos) creados a instancia del gobierno militar del siglo XVII. Sabiendo todo ésto, el lector podrá empatizar -que no simpatizar- más con las mujeres desgraciadas de los relatos breves, claustrofóbicos, delicados y desquiciados de Osamu Dazai. Por otra parte, habiéndose intentado suicidar varias veces desde los 19 años hasta finalmente conseguirlo a los 38 -siempre acompañado de mujeres a las que acababa de conocer y que sí morían en las tentativas de muerte a las que él sobrevivía-, repudiado por gran parte de su familia, casado y separado varias veces, padre no reconocido del hijo accidental que tuvo con una admiradora, enganchado a la morfina y paciente de una institución mental, se puede entender la autodestrucción que destilan estos relatos, que huelen a podredumbre y a crisantemo. Como me prometió Redel, y ahora yo os prometo, una auténtica «delicia japonesa».

Por Raquel Moraleja