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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Colegiala», de Osamu Dazai (Impedimenta)

Dazai duele. Dazai es implacable. Dazai no conoce la escala de grises en la que otros construyen su vida. Dazai prende fuego a las distintas tonalidades, se ríe a carcajada limpia. Dazai es o muy blanco, cegador, o muy negro, endiabladamente negro.

He dejado pasar unos días desde que leí Colegiala. Con Dazai siempre ocurre lo mismo. Hay que dejar que los sentimientos se aireen, se distraigan con otras lecturas; hay que dejar que el poso que deja Dazai en sus lectores se llene de agua, aire, letras de otros. Dazai duele. Dazai es implacable. Dazai no conoce la escala de grises en la que otros construyen su vida. Dazai prende fuego a las distintas tonalidades, se ríe a carcajada limpia. Dazai es o muy blanco, cegador, o muy negro, endiabladamente negro. La capacidad de Dazai por resucitar viejos miedos, viejas preguntas, viejas sensaciones, es realmente aterradora. Dazai no era un ser de este mundo. Era un maldito genio, un dios que se las vio y se las deseó para no linchar al mundo que lo amenazaba. Dazai es capaz de expresar con sutileza el horror más nauseabundo. En esto me recuerda a Pilar Adón en El mes más cruel; en esa capacidad de no decir nada mientras se dice todo. Esa es la esencia del relato, me digo: dejar vacíos que aprieten en el cuello. Ese es el poder y esa es la batalla. No existen guerras frías en Dazai, que afila las katanas, dispuesto a cercenarnos como uno de los personajes de un relato de En el bosque, bajo los cerezos en flor, de Ango Sakaguchi (Satori), del que os hablaré dentro de poco. Dazai decapita, y ríe. Dazai escribe y eso es lo que hace: asesinar. Es cruel, es tremebundo. Es despiadado. Y tierno. Esto es lo más impresionante de este escritor. Esto es lo que nos encontramos en Colegiala.

«La felicidad llega una noche, cuando ya es tarde. Recuerdo vagamente una frase que decía así. Tras esperar mucho, mucho tiempo a que llegue la felicidad, al final no aguantas más y abandonas precipitadamente tu casa; pero al día siguiente, llega una noticia maravillosa a esa casa que acabas de dejar, pero ya es demasiado tarde. La felicidad llega una noche, cuando ya es tarde. La felicidad…»

Dazai se disfraza de mujer, interioriza sus problemas, sus dudas, sus preguntas (incluso sus respuestas), sus razones, su locura, y escribe. Escribe sobre el embrujo de la literatura (y de los cerezos en flor de Sakaguchi, pienso, y de los cuclillos de Basho o Soseki), sobre la angustia, sobre la edad, sobre perderse en el camino (perderse sabiendo que no hay forma de encontrarse de nuevo, sabiendo que el final NO es un principio); escribe sobre la espera, sobre la desesperación, sobre la forma en la que no enfrentamos a la vida; escribe sobre cómo nos desenamoramos, sobre cómo habitamos en abismos sin darnos cuenta, o sobre cómo buscamos el dolor de un precipicio en llamas que intentamos escalar sabiendo que no y que, como siempre, perderemos porque eso es lo que queremos: perder. Escribe con la guerra y con la vida, con la muerte y la trinchera, con las armas en alto y las espadas bien afiladas. Escribe sabiendo que no hay salvación, que siempre habrá una parte de nuestro interior que queme, que arda como el mismísimo infierno. Escribe sabiendo que pertenecemos al Tártaro, ese lugar al que los dioses mandan a Trasímaco. Porque Dazai sabe que lo justo no es lo que conviene al más fuerte sino al más débil.

«También debe ser mentira eso que dicen de que por las mañanas te sientes más saludable. Las mañanas son grises. Siempre son lo mismo. Es lo más vacío que existe en el mundo.»

Colegiala está plagado de seres débiles que intentan disfrazarse de yunques capaces de todo. Son relatos de fracasos personales, interiores. Son relatos que hablan de huesos rotos que nadie soldará, que se convierten en polvo y se evaporan mientras intentamos volver a la senda correcta. No hay senda correcta, nos dice Dazai. No hay nada que vaya a calmar vuestra sed ni vuestra hambre, vuestra pena o nostalgia. No hay nada que os vaya a salvar de ser vosotros mismos, indignos de ser humano. Eso sí: dios mío, con qué valentía vivió y escribió Dazai. Sólo alguien que se duele tanto de todo puede relatar y narrar como lo hace él.

«Kikuko, creo que al final tenías razón. Los escritores son todos escoria, son lo peor. No, son monstruos. Son horribles.»

«¿Por qué será que todas las novelas hablan de la maldad oculta del ser humano?»