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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Daisuke», de Natsume Sōseki

Daisuke es un joven imperturbable, refinado, intelectual, sumamente atento, secretamente despreciativo hacia el resto de mortales. Tocado unas veces por la hipersensibilidad y otras por la incompetencia emocional más obtusa, Daisuke se ha convertido en un soltero irredento.

Hay algunas grandes novelas que resultan frustrantes. Daisuke es una de ellas. Narrada a cámara lenta, la historia del protagonista que da nombre al libro consigue impregnar al lector del hastío existencial que se respira en cada una de sus páginas. Todos los ingredientes del gran acontecimiento literario están ahí: una prosa exquisita (y maravillosamente traducida en esta cuidada edición de Impedimenta), un conflicto tanto individual como social de calado, unos diálogos que abandonan la senda de lo normal, una profundidad reflexiva extraordinaria… y sin embargo, el conjunto no acaba de cuajar.

Daisuke es un joven imperturbable, refinado, intelectual, sumamente atento, secretamente despreciativo hacia el resto de mortales. Tocado unas veces por la hipersensibilidad y otras por la incompetencia emocional más obtusa, Daisuke se ha convertido en un soltero irredento. El reencuentro con Michiyo, la esposa de su amigo Hirakoa, le lanzará a una corriente tumultuosa de deseos de la que, lógicamente, no saldrá bien parado.

El conflicto entre el individuo “anti-sistema” y las convenciones sociales de una época en la que Japón acaba de abandonar el feudalismo para industrializarse a marchas forzadas está servido. Y Soseki suelta sus juicios tan certeros como lapidarios. «La sociedad moderna no era más que un agregado de individuos aislados», nos dice a través de los pensamientos de Daisuke. Cien años después, Soseki tiene aún todavía más razón.

Sin embargo, me parece que el tema central de la obra es otro, algo sintomático de las sociedades modernas pero también muy particular a las circunstancias personales de Daisuke. Estoy hablando del ennui, de la maldición de los que tienen demasiado tiempo libre para pensar y desesperarse.

Gracias a la asignación mensual que le pasa su padre, Daisuke puede permitirse el lujo de vivir solo en una pequeña pero hermosa casa con criados y dedicar su tiempo a la lectura y el estudio. Esa residencia constante en el cerebro le llevan a desarrollar un sentimiento no confesado de superioridad y una forma de entender la vida y la realidad que choca frontalmente con las actitudes o deseos del resto de personajes del libro, con la excepción, quizás, de Michiyo.

En Daisuke no encontramos del todo al Natsume Soseki de Kokoro o Soy un gato. Falta algo de ironía, algo de ese placer lúdico que puede hablar de temas tan profundos como el individualismo frente al grupo, la culpabilidad, la soledad, el amor o el paso inexorable del tiempo y hacerlo con vivacidad y ligereza. Quizás lo justo sea leer Daisuke en sus propios términos: como una obra menor de un gran escritor, o como un aperitivo introductorio para aquellos que quieran descubrir poco a poco las delicias de esta figura clave de las letras japonesas.

Héctor Pascual