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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«El ala izquierda»

Editado en castellano por el empecinamiento enfermizo del editor de una pequeña editorial independiente madrileña, Mircea Cărtărescu, considerado en su país como uno de los escritores más relevantes de las letras rumanas actuales.

Tuvo un éxito relativo en castellano, a pesar de las buenas críticas mediáticas, reducido a lectores conocedores de la literatura centroeuropea contemporánea. La literatura rumana, vecina de las grandes literaturas mittleuropeas, a pesar de ser, ateniendo a su dimensión, una de las más prolíficas de la literariamente marginada literatura de los países de la órbita soviética, había exportado a occidente a autores como Mircea Eliade y Camil Petrescu, pero sus escritores más conocidos por el gran público fueron exiliados que acabaron adoptando otras lenguas de expresión, como Celan con el alemán y Tzara, Wiesel, Ionescu y Cioran con el francés; a partir de todos ellos, excepto casos relativamente anecdóticos –Ana Blandiana, Mihail Sebastian-, se abrió una brecha que se prolongó por décadas en la que no llegaron noticias del único país de la Europa del Este, con la recientemente independizada Moldavia, con lengua románica.

Todo parece indicar que Mircea Cartarescu ha venido a rellenar ese boquete; si el año pasado sorprendió con el enciclopédico Solenoide, este 2018 arranca la edición de la que los conocedores consideran su obra cumbre, la trilogía Cegador (Orbitor), de la cual este El ala izquierda (Aripa stângă, 1996, merecedor, entre otros, del premio Gregor Von Rezzori) constituye su primer volumen; para 2019 está anunciado, en la misma editorial, El cuerpo (Corpul, 2002), y para 2020 la conclusión, El ala derecha (Aripa dreaptă, 2007). Como en todos aquellos libros que apelan más a la inteligencia del lector que a su emoción -esta es una apreciación de índole personal sujeta a todos los cuestionamientos que se quiera-, no hay forma de resumir ni extractar el argumento de El ala izquierda, y eso contando con que la novela desarrolle un tema determinado, una afirmación muy controvertible; el primer volumen de Cegador es de una ambición desmesurada que, más que a un libro, a lo que se ve enfrentado el lector es a todo un mundo; cerrado, oscuro y, a ratos, impenetrable como lo acaban siendo todos, pero un mundo al fin y al cabo. Estupefacto como el salvaje ante un arma de fuego, este lector no ve otra forma de salir de su asombro que escribir estas notas de lectura con el convencimiento de que nada de lo que diga podrá dar una idea de la impresión que le produjo su lectura ni, mucho menos, de la calidad del texto.

Los sueños, la imaginación y los recuerdos son instancias mediante las cuales el ser humano suele relacionarse con su pasado que, curiosamente, llevan implícito cierto carácter azaroso: parece ser que los sueños, con independencia de su función terapéutica, provienen de lo más profundo de nuestro inconsciente y, como tales, no son programables ni manipulables; la imaginación, un proceso que, a diferencia de los sueños, suele ser consciente, pone en relación ciertos hechos cuando no están presentes, hayan sucedido o no, pero la variedad de vínculos que puede suscitar tiene también un sospechoso carácter aleatorio; los recuerdos, finalmente, parecen poseer un mecanismo de disparo que escapa a la comprensión, y si bien su generación parece potestativa, su cualidad tiene equívocos visos de eventualidad.

Otra instancia de relación con el pasado son los objetos, cuya materialidad -o realidad, o verdad- los dota de un pasado propio, objetivo -u objetivable-, intrínseco a su propia naturaleza -es decir, que tienen una realidad propia-, que no tiene por qué tener relación alguna con la experiencia que tenemos de ellos, con nuestra verdad.

El ala izquierda puede leerse como la huella que deja en el sujeto la acción combinada de las cuatro instancias, los sueños, la imaginación, los recuerdos y los objetos -considerando los hechos como objetos inmateriales-, en la búsqueda de sí mismo, así como el registro literario de la imposibilidad de distinguirlas.

Los mitos, otra forma de relación con el pasado, hunden sus raíces en la profundidad abismal del tiempo, inaccesibles a la comprensión humana, que forja su forma narrativa, el único acercamiento permitido, por mediación de las leyendas. Una vez incorporadas al acervo común de la colectividad, adquieren vida propia y se independizan de sus creadores hasta el punto de que estos llegan a olvidar que fueron ellos mismos quienes las forjaron. Es a partir de ese momento que adquieren el poder de influir de manera decisiva en la vida de los hombres porque estos, los olvidados artífices, le han otorgado naturaleza taumatúrgica.

De este modo, el mundo mitológico invade el mundo real y le impone sus condiciones. El Bucarest real, la ciudad gozosa a orillas del Dambovita, se transforma en una Tir na nÓg, a la que se accede desde la ciudad real a través de callejuelas que se despliegan a medida que se recorren, donde las dimensiones del espacio y del tiempo se confunden y en la que pululan personajes legendarios que el ojo humano distingue como soldados del III Reich o de la reciente invasión soviética pero que trascienden la realidad para imponerse a cualquier forma de percepción terrenal, influida por el ambiente feérico, el crepúsculo otoñal permanente, y envuelta en una mezcla ineludible de olor a putrefacción y a desinfectante.

Esa queste, esa búsqueda, no puede reproducirse ni de forma secuencial ni de forma direccional, pues toda relación causa-efecto sería una especulación sometida a la influencia del sujeto; ante la imposibilidad manifiesta de representarla mediante los sistemas clásicos de modelo, parece imprescindible hacerlo mediante un acercamiento fractal, mediante la simulación del proceso creador, la única forma posible de racionalizar el caos, pasado, presente y futuro concurriendo de forma simultánea y cuyo análisis solo puede emprenderse a partir de las repeticiones inapreciables a simple vista o mediante los métodos de observación tradicional.

De forma semejante a la de ciertos caracteres físicos, cabe la posibilidad que el ser humano herede también parte de las habilidades de sus progenitores, una especie de poso psíquico provocado por esas experiencias y que, de forma inconsciente e involuntaria, esté preparado para afrontar situaciones vitales para las cuales esa herencia sea de utilidad.

Esta hipótesis, por supuesto, daría al traste tanto con el sentimiento de identidad única del sujeto como con el significado que otorgamos al concepto de recuerdo, y la supuesta firmeza del triángulo formado por la realidad, el sueño y la memoria se vería menoscabada por la consustancial fragilidad de la hipótesis que considera ese triángulo el campo donde se juega la vida.

El ala izquierda es un gran texto y, a la vez, un reto lector de altura.

Joan Flores Constans