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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«El caballo negro»

Tengo El caballo negro, de Boris Savinkov, por el mayor descubrimiento del año.

(Boris Savinkov, ¿1923?)

Las ventanas abiertas, una trompeta a lo lejos y entre las manos una traducción de Marta Rebón: El caballo negro, de Boris Savinkov. A las sesenta páginas encargué su otro libro, El caballo amarillo: Diario de un terrorista ruso, que escribió primero y leo después siguiendo alguna suerte de ritual pagano.

«Cuando abrió el tercer sello, oí al tercer ser viviente, que decía: Ven y mira. Y miré, y he aquí un caballo negro; y el que lo montaba tenía una balanza en la mano». Reina-Valera, Ap 6,5.

En una parte del libro una mujer afirma que Cristo es un divertimento para niños. Lo único seguro resulta la parcialidad del juicio, que apañaríamos añadiendo un «entre otras cosas». Podríamos decir que toda historia bien mirada se revela historia de amor, incluso (sobre todo) la que enseñan en la facultad. También ésta historia de amor «entre otras cosas». Boris Savinkov entró en la URSS sin palmas, como enemigo del pueblo, al mando de un ejército de voluntarios para acabar con la Revolución, sin gloria ni soflamas, Blancos contra Rojos: rusos que «se distinguen por sus creencias, no por sus actos». Antes había sido el ideólogo de los atentados contra el ministro del Interior del Zar y el gobernador general de Moscú; muertos ambos, logró pasar a Rumanía: héroe del pueblo. Por ahí se ve: «Savinkov, prototipo del superhombre nietzscheano pasado por el cedazo de Byron, personaje sacado de Los demonios de Dostoievski metido a escritor…».

Fue derrotado, detenido y enviado a la Lubianka, el célebre cuartel general de la checa. En los pasillos montan guardia los demonios. El 7 de mayo de 1925, a los cuarenta y seis años, cae por una ventana. Sobre él un pedazo de cielo y una trompeta a lo lejos, ¿y entre las manos?

A 4 de julio lo tengo por el mayor descubrimiento del año. En forma de diario, el relato está sembrado de poesía genuina, de la que no pone trabas al lector de prosas por pasar por prosas. Se lee con ansia y acaba uno con la agradable sensación de que no le han mentido demasiado. Profundamente humano, sus virtudes reflejan las carencias del Ulises, transgresión de palabra viva que mueve similar a las hojas movidas del viento. Ideal para estaciones extremas; lo más cercano al frío eslavo, el calor de Andalucía.

Marta Rebón es una fantástica traductora del ruso con libro propio: En la ciudad líquida (Caballo de Troya, 2017), del que tenemos buenas referencias. Ha estado en la piel de Tolstói, Dostoievski, Pasternak, Vasili Grossman, Dombrovski… Su nombre garantiza la intimidad con el texto, signifique lo que signifique, y por eso le estamos agradecidos a ella y a su gremio.

Félix