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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«El caballo negro», de Borís Sávinkov

Un testimonio diferente, auténtico, en el que se narra en primera persona los horrores y las confesiones de un hombre inmerso en una de las vicisitudes políticas y sociales más relevantes del siglo XX. Muy recomendable.

Quedan lejos los tiempos en los que los seres humanos debían conquistar sus derechos por medio de sanguinarias y violentas revoluciones en contra del poder establecido. Sin embargo, y más que nunca desde principios del siglo XX, se vuelven a escuchar voces que claman por una mayor implicación ciudadana en los problemas que nos afectan como miembros de una sociedad.

La literatura, a veces mejor que ninguna otra manifestación artística, puede dar testimonio de las mayores lacras a las que nosotros mismos hemos sometido, bajo el yugo de la opresión y la injusticia, a parte de nuestros congéneres. Impedimenta presenta, en brillante traducción de Marta Rebón, un clásico de la literatura inmersa en uno de los acontecimientos sociales de más enjundia del pasado siglo, la Revolución rusa de 1917: El caballo negro, de Borís Sávinkov.

Los animales salvajes matan cuando los atormenta el hambre, pero el hombre mata por cansancio, por pereza, por aburrimiento. Así es la vida. Es nuestra naturaleza más íntima, escapa a nuestra voluntad y no está en nuestras manos cambiarla. ¿De qué sirve, pues, arrepentirse? ¿Para que los cobardes, que nunca se atreverían a matar y que tiemblan ante su propia muerte, charlataneen sobre los mandamientos? ¡Qué farsa tan profana!

En esta novela, escrita en forma de diario, Sávinkóv traza un completo retrato antropológico de la condición humana, cuando ésta es atravesada por una de las más desgarradoras experiencias a las que puede enfrentarse: el conflicto armado. Y es que, como aseguraba Bertolt Brecht, “las revoluciones se producen en los callejones sin salida”. En la Introducción, Marta Rebón y Ferrán Mateo muestran esta misma opinión: “Si para los pintores románticos el paisaje es el escenario donde está representada la tensión entre la naturaleza y el espíritu humano y es donde se constata la soledad existencial del hombre de la modernidad, Sávinkov desplaza esa tensión hacia el paisaje en medio de la batalla. Para alguien que creía que las ‘guerras necesarias’ eran el motor de la historia, su hoja de servicio fue una demostración de esta máxima”.

Hemos ganado. Pero no siento alegría ni la famosa embriaguez de la victoria: unos rusos han vencido a otros rusos. En la pared blanquea una octavilla. La arranco. En ella, se nos llama “bandoleros” y “bandidos”. Y me pregunto: “¿Qué es esto? ¿Hermanos contra hermanos? ¿O piojos contra piojos?”.

El personaje central de la novela confiesa descarnadamente que “ahora se ha apoderado de mí una sensación animal: quiero lucha. ¡Luchar, aunque la victoria sea imposible!”. Se trata de un auténtico “soñador del absoluto”, en expresión hegeliana de Marx. Pero incluso un aguerrido revolucionario, trasunto literario del propio Sávinkov, puede llegar a preguntarse en el fragor de la batalla si todo el esfuerzo empleado en pos de hacer realidad sus ideales sociales y políticos encierra un verdadero sentido o si, por el contrario, este escenario que es el mundo nos empuja a representar papeles forzados que a menudo no son más que eso, papeles, guiones, estigmas con los que hemos de cargar… ¿resignados? Al fin y al cabo se trata de vidas humanas.

Y yo, ¿en qué me diferencio de un comisario? Nos distinguimos por nuestras creencias, pero no por nuestros actos. Estamos hechos de la misma pasta. Peleamos entre nosotros, pero la población maldice por igual tanto a los Blancos como a los Rojos.

Y puesto que de humanos se trata, tampoco la guerra ni la revolución pueden hacer olvidar a los contendientes los sentimientos más puros (amor, soledad, miedo, desamparo), que incluso se ven incrementados en un entorno de conflicto: “No me dan miedo la cárcel ni Lubianka. Quemaré la cárcel y haré saltar por los aires la Lubianka. Lo que me da miedo es vivir mi vida sin compartirla con nadie”. Una confesión que, de repente, hace olvidar por un momento al lector la situación en la que el protagonista de El caballo negro se encuentra.

Pero sin duda alguna, el tema que obsesiona al autor es la violencia que se ejerce entre personas bajo el telón de fondo de la defensa de ciertas ideologías. El individuo es puesto así al servicio de un ideal superior, al que queda supeditado como un mero engranaje ante al que ha de doblegarse bajo riesgo de represalias:

“¡No matarás…!”. Hubo un tiempo en que esas palabras me atravesaron como un cuchillo. Ahora… Ahora me suenan falsas. “¡No matarás!”, pero a mi alrededor todos matan. […] El hombre vive y respira por el asesinato, vaga entre las tinieblas sangrientas y en las tinieblas sangrientas muere.

Un testimonio diferente, auténtico, en el que se narra en primera persona los horrores y las confesiones de un hombre inmerso en una de las vicisitudes políticas y sociales más relevantes del siglo XX. Muy recomendable.

Por Carlos Javier González Serrano