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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«El fragor del día»

Analizamos la novela de Elizabeth Bowen editada por Impedimenta.

Entre 1935 y 1945 Elizabeth Bowen vivió sobre todo en Londres. Durante la segunda guerra mundial, por lo tanto, estaba en la ciudad. Era, además, una de las mujeres empleadas como «guardiana» antiaérea y también trabajó para el Ministerio de Información, viajando regularmente a Irlanda para poder elaborar informes sobre el posicionamiento de este país en la contienda.

Bowen, por tanto, vivió de primera mano no sólo los bombardeos (su propia casa fue destruida por una bomba nazi), sino también las intrigas diplomáticas y el espionaje edificado alrededor de la segunda guerra mundial. Todas estas experiencias están muy presentes en The Heat of the Day (1949), traducida como El fragor del día y publicada ahora en España con una traducción de Martín Schifino y editada por Impedimenta en un volumen físicamente tan cuidado y bello como lo son todos los de esta editorial.

De ritmo lento, sin prescindir de ningún detalle costumbrista y concediendo una gran importancia a la psicogeografía del Londres bombardeado (la ciudad convertida entonces, y por culpa de la guerra, en un lugar oscuro, peligroso, laberíntico), El fragor del día narra, fundamentalmente, la historia de tres personajes cuyos caracteres y cuya enmarañada historia sólo es posible, de hecho, en el contexto de una guerra.

Stella Rodney, divorciada, está enamorada y mantiene una relación con Robert Kelway desde hace dos años. Después de la muerte de un familiar de su ex marido, conoce a Harrison. Este dice ser un importante miembro del servicio secreto británico y le asegura a Stella que Robert está vendiendo información a los alemanes. Para que él no lo delate y salvar, así, la vida de Robert, Stella deberá acceder a tener una aventura con Harrison. Stella comenzará, desde ese momento, a observar a su amante, tratando de averiguar si es cierto lo que Harrison le ha contado, mientras trata de continuar con su vida habitual.

Elizabeth Bowen no narra, en esta novela, en todo caso, ni la guerra y sus efectos (aquí no hay casi ruinas, ni gente sin hogar, ni vida en los refugios… no al menos explícitamente: ese trasfondo sólo se intuye) ni tampoco, en un sentido estricto, la relación de amor entre Stella, Robert y Harrison. Lo que trata de captar esta novela es ese difuso estado psicológico creado por la guerra: la sensación de haber perdido todas las referencias y los límites sociales habituales, la de habitar una libertad más amplia, pero también más inestable.

Con una prosa descriptiva más que psicológica o activa, Bowen busca reconstruir no sólo la historia, sino el detalle de la historia de aquellos días del Blitz, concediendo para ello gran importancia al entorno y creando diálogos que, a fuerza de buscar ser profundos, resultan en algunos momentos un poco artificiales. La trama, inverosímil en un entorno habitual, es sostenible, precisamente, por lo excepcional de la situación. Desarrollada en calles o estancias oscuras, en una ciudad con carestía y sometida a vigilancia y ataques, el tiempo y el propio ser, parecen transcurrir de una manera muy diferente a la habitual.

Más una novela de ambiente que de misterio (aunque éste se sostiene casi hasta el final) y más cerca del costumbrismo que de la novela negra o policíaca, El fragor del día está recomendada, sobre todo, para quienes estén acostumbrados a leer saboreando, a quienes busquen no tanto una trama como una «impresión» y a quienes deseen adentrarse en una ciudad en guerra, Londres, convertida aquí en actor lejano, pero principal, de la tragedia que sin estridencias ni crímenes viven Stella, Robert y Harrison.