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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«El libro y la hermandad», de Iris Murdoch

El libro y la hermandad es una excelente muestra de su talento para crear mundos literarios en los que conviven los personajes inolvidables con la profundidad de la literatura de ideas.

Rodrigo Fresán, en el postfacio que acompaña esta magnífica edición de Impedimenta, imagina una interesante ucronía cultural, en la que las adaptaciones televisivas y cinematográficas empeñadas en acercarnos el tarro de esencias de lo british no recurrirían una y otra vez a las ya conocidas novelas de Jane Austen o las hermanas Brontë, sino que tendrían como referente obras como la extraordinaria El libro y la hermandad. En las novelas de Iris Murdoch late –cómo no– el aliento de William Shakespeare, pero no de una forma evidente y perezosa. La autora de El mar, el mar reconfigura el universo del de Stratford-upon-Avon a través de la creación de sofisticados artefactos literarios, en los que, partiendo de la tradición de la novela satírica de costumbres, se construye un exuberante fresco vital que recrea una amplia panoplia de sentimientos y humores, desde la inocencia a la venganza, desde la decepción a la melancolía. El paso del tiempo y su efecto horadante sobre la condición humana es probablemente el gran tema de esta tragicomedia que parte del encuentro en una fiesta de un grupo de antiguos alumnos de Oxford durante una estrellada noche de verano. El dramatis personae nos presenta una relación de tipologías pintorescas que, superada la membrana de sofisticación y/o extravagancia, nos introducen en una maraña de relaciones humanas repletas de amores frustrados y pequeñas vilezas.

Llegados a la (teórica) vida adulta, los miembros de la antigua hermandad revolotean todavía en torno a la carismática figura de David Crimond, escritor en ciernes de un libro sobre filosofía política que catalizará sus ansias secretas de utopía. Crimond es, al fin y al cabo, un/a brillante retrato/caricatura del intelectual de izquierdas contemporáneo. A ratos su pensamiento resulta mullido y confortable, ideal para purgar las culpas por las pequeñas traiciones diarias; a ratos, catártico e incluso algo mesiánico. Cuando uno de sus interlocutores le acusa de encerrarse en una “jaula intelectual”, en el desgastado galimatías del marxismo, Crimond replica como un utopista de mirada prístina: “Me gustaría convencerte (…) Podría enseñarte muchas cosas”.

En las novelas que he leído de Murdoch, siempre me llama la atención su notable capacidad para construir una polifonía, para combinar diálogos y soliloquios mentales de unos y otros, prolongando la densidad narrativa de las literaturas del yo en un espectacular “ellos” que consigue reinventar los planteamientos de la morality play anglosajona. En una entrevista con The Paris Review, Murdoch confesaba que el novelista es al fin y al cabo, “un moralista forzoso”, pero que debe imponerse ciertos límites, para que la moral propia no interfiera en el rumbo de los personajes, para que el texto no se convierta en una “novela filosófica”. El libro y la hermandad es una excelente destilación de su sabiduría como novelista. Hay ideas y drama protagonizados por personajes de carne y hueso; todo eso que Murdoch aprendió de creadores como Shakespeare o su reverenciado John Cowper Powys, escritor poco conocido en nuestro país, pero capaz como Murdoch de combinar el placer por una buena trama con el puro pensamiento.

Enric Ros