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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«El unicornio», de Iris Murdoch

«Hay libros que tienen esa virtud. Te atrapan como si fueran una criatura fascinante que no puedes dejar de mirar».

El itinerario de los libros es curioso. Enlazo unas lecturas con otras con la certeza de que son ellos, no yo, los que marcan el cómo y el cuándo. Voy de una lectura a la siguiente construyendo un trayecto que en absoluto está carente de sentido. Tal vez sea mi forma de leer, pero detecto un mapa, una geografía lectora que conforma, en realidad, mi propia vida. Conexiones insospechadas pero directas entre lo que leo y lo que vivo. ¿Cómo es posible? Es la magia de la literatura.

No había leído nada de Iris Murdoch. Ahí estaba Henry y Cato para estrenarme con ella. Las referencias eran inmejorables y sabía que no habría espacio para la decepción. Pero los caminos de los libros son inescrutables y, no por casualidad, llegó a mi buzón (literalmente) El unicornio. No venía solo, pero decidido como es, saltó el primero a mis manos.

Ahora viene la parte difícil. Contar esta lectura, contarme a mí. Encontrar el equilibrio. Porque este libro no me ha dejado indiferente, me ha sacudido como si fuera una maraca de Machín. En plan ciclón. Podría tomar distancia y hacer lo que nunca hago, una reseña ortodoxa. Pero ni hago reseñas ni soy ortodoxa. A ver cómo me las apaño.

Hay libros que tienen esa virtud. Te atrapan como si fueran una criatura fascinante que no puedes dejar de mirar. Te ponen el día a día patas arriba porque continuamente oyes su canto de sirena y no puedes eludirlo, solo quieres seguir leyendo, sumergirte en el fondo de sus páginas y olvidarte hasta de respirar. El unicornio tiene esa capacidad. Iris Murdoch la ha tenido conmigo. Qué bárbara.

Iris Murdoch es una narradora extraordinaria. Historia, ambientación, clímax, personajes, diálogos… todo impecable. He subrayado páginas enteras, de arriba abajo y la siguiente y la siguiente, casi de forma convulsiva. Larguísimos diálogos con los que yo establecía un diálogo paralelo en los márgenes de las páginas, como si fuera un personaje más y tuviera algo que decir. Dicen que esta novela es de las menos representativas de su obra, y posiblemente no sea la más valorada. No quiero pensar cómo serán las demás. A mí me parece perfecta, redonda, amplia, inconmensurable. Devoraba página a página este libro, absorta, noqueada, hipnotizada, temblando y, de repente, me encontré con lo que es, para mí, la clave de esta lectura (no os perdáis ni una coma):

“Perdón” es una palabra demasiado endeble. Recuerda el concepto de “Ate”, tan real para los griegos. Ate es la transferencia casi automática de sufrimiento de una persona a otra. El poder es una forma de Ate. Las víctimas del poder, y todo poder tiene sus víctimas, se ven afectadas de sufrimiento. Tienen entonces que traspasarlo, ejercer poder sobre otros. Esto es perverso, y la cruda imagen de un dios todopoderoso es un sacrilegio. El bien no es algo exactamente carente de poder. Dado que carecer de poder, ser una completa víctima, puede ser otra fuente de poder. Pero el bien no es poderoso. Y es el bien lo que finalmente acaba con el Ate, cuando este se encuentra con un ser puro que solo sufre y no intenta traspasar el sufrimiento.

¿Sabéis lo que es el efecto dominó, verdad? Ese juego en el que se colocan fichas de dominó una tras otra y que al empujar la primera, todas las demás van cayendo en una sincronía espectacular. Pues eso provocó el texto anterior en mí, dentro de mí. Una fiesta. Pero separando ambos planos, por un lado cómo en lo personal se ponía una luz que me hizo dar botes en el asiento, y por otro como persona que está inmersa en una lectura en la que aparecían muchísimas cuestiones, lo cierto es que este párrafo que cito fue definitivo para entender lo que Murdoch me estaba contando. Era una llave, más que una clave.

¿Y sabéis otra cosa? La palabra unicornio solo aparece una vez, una, en el libro y, sin embargo, traduce, al igual que el concepto de “Ate”, todo el simbolismo de esta espléndida novela.

Y si algo no esperaba encontrarme, era una historia de vampiros. Sí, de vampiros. No de esos de dientes afilados que te muerden la yugular y sacian su sed con tu sangre. No. Esos son corderitos. De vampiros emocionales. De esos habla Iris Murdoch. De cómo ingieren no tu sangre, sino tu propia alma. De cómo puedes convertirte en uno de ellos. También habla de espejos. Cómo somos, cómo nos ven. Lo que hacemos con esas imágenes que proyectamos y que nos proyectan los demás. ¿Aceptamos y queremos a los demás por lo que de ellos vemos o por lo que realmente son? Lo real, lo imaginado, lo verdadero, las creencias… contrarios que son inseparables y que se entrecruzan y mezclan como acuarelas que crean y configuran nuevas tonalidades.

Sufrimiento, violencia, amor, poder, manipulación, el bien, el mal, religión, familia, libertad, destrucción, deseos, culpa, egoísmo, miedos (siempre el miedo)… Son muchos los temas contenidos en El unicornio. Entrecruzados unos con otros, enlazándose en una turbadora armonía que da cuenta de esos hilos extraños, complejos e invisibles con los que se construyen las relaciones y los comportamientos. E Iris Murdoch hace eso que tanto me gusta encontrarme en los libros: no me dice qué tengo que pensar o interpretar. No decide por mí. Puedo tomar de este libro cuantas cosas quiera porque me ofrece muchas reflexiones posibles. Absolutamente magistral. Quiero más Iris Murdoch. Rendida. Cerrar el libro y sentir ganas de dar las gracias.

Ana Blasfuemia