Martine Desjardins nos ofrece, de la mano de esta mansión, una novela de factura impecable. Su prosa descriptiva y elegante se entremezcla con los momentos satíricos y de humor negro de forma natural, sin desentonar. Todo lo contrario: se introducen sutilmente, casi de puntillas, para ir creando un retrato y una atmósfera que, a medida que vamos avanzando en la lectura, se torna cada vez más abiertamente mordaz.
La historia de la familia no tiene desperdicio. Cada uno de los personajes está perfilado para que tenga un punto grotesco que podría despertar pena, pero no lo hace, pues hay una crueldad subyacente que poco a poco se va mostrando y que hace que se conviertan casi en una caricatura de una tendencia clara de la humanidad: la avaricia. No estamos ante una crueldad sádica, sino de rapiña. Y es ese espíritu de rapiña, de llevar al extremo la imagen del Tío Gilito (Scrooge McDuck), el que hace que el retrato humano sea brutal; divertido y ácido, pero brutal.
Hacinados en una mansión que los sostiene, aunque a ella no la cuide nadie, los Delorme poco a poco van demostrando la locura del dinero, al que divinizan hasta niveles enfermizos. Y todos los dioses son crueles, sobre todo los humanos, a los que entregamos todo el poder hasta convertirlos en el centro absoluto del universo. Quien intenta escapar, quien se aleja de los mandamientos del dinero, sufre las consecuencias. Y no son buenas.
«La cámara verde» es una divertida y mordaz sátira sobre la avaricia, sobre la capacidad humana de acumular sin criterio alguno, sin importar lo que se lleva por delante.