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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«La hija del optimista», de Eudora Welty

No hay nada más previsible que la muerte. Los rituales que la rodean son siempre los mismos y las emociones no difieren mucho en cada persona. Muerte. Dolor. Entierro. Funeral. Vuelta a la rutina para sobrellevar, como se pueda, la pérdida. Y, sobre todo, el recuerdo. El recuerdo como un fantasma que flota en la atmósfera y que vive aferrado en los objetos y en las personas.

La escritora norteamericana Eudora Welty (Jackson, Misisipi, 1909-2001) se sirve de este esquema para esbozar la sencilla trama de La hija del optimista (The Optimist’s Daughter, 1972), obra en la que el recuerdo impregna las costuras y texturas de la narración. Publicada por primera vez en 1969 en el The New Yorker y premio Pulitzer en 1973, nos cuenta la historia de Laurel McKelva, una viuda de mediana edad que viaja a Nueva Orleans desde Chicago, ciudad en la que vive y trabaja, para acompañar a su septuagenario padre, un juez retirado, durante una operación de vista a la que éste se va a someter. Con el célebre Carnaval de fondo y rodeados de la explosión de alegría del Mardi Grass, el juez McKelva no logra superar la convalecencia en el hospital y fallece. Junto a su insoportable madrastra, Fay, Laurel regresa a su ciudad natal para celebrar el funeral, y, en la casa de sus padres, rodeada de viejos amigos y de la ruidosa y vulgar familia de Fay, recordará a su madre muerta, a su padre y a su esposo Phil, consciente de su soledad y del poder de los recuerdos.

La hija del optimista es una novela cimentada sobre la recreación de una atmósfera melancólica. Su prosa tiene algo de lánguida, una cadencia que compone la historia a través de la sugerencia y la evocación proustiana. Hay una luz especial, algo mortecina, que inconscientemente presupone el lector de las escenas que compone la autora, una sutil atmósfera que da forma y arropa a esos escenarios cotidianos que se cargan de recuerdos, como, por ejemplo, el velatorio, la biblioteca del juez McKelva o la habitación donde se almacenan los últimos objetos de la madre. En este sentido, Eudora Welty maneja el recorrido emocional de la protagonista a través de evocaciones ligadas a objetos que fragmentan su pasado pero que poco a poco permiten componer el puzzle de la historia de su familia: las cartas de sus padres, los libros del juez McKelva, la tabla para cortar el pan de su marido Phil, el escritorio de su madre… incluso los zapatos verdes de Fay, en los que quedará para siempre asociada la muerte de su padre en el hospital.

No obstante, no interesa en la historia tanto la muerte en sí o el acto de narrar los últimos momentos del duelo como las emociones que devienen de la pérdida y la despedida. Welty se identifica y nos hace identificarnos inmediatamente con su protagonista, y a través de ella hace fluir el estupor y dolor ante la muerte, la mirada perdida ante el comportamiento de amigos y familiares y, sobre todo, la propia aceptación de la soledad. En este sentido, no es La hija del optimista una novela complaciente con este concepto. Si algo advierte su protagonista a través de su contenido recorrido por el dolor que supone perder a un padre, es que el recuerdo no es otra cosa que arma de doble filo, capaz de devolver los rasgos de nuestra identidad y, a la vez, de impedirnos ser felices. Laurel, que evoca en sus silencios el pasado de sus padres, es incapaz de enfrentarse al presente porque se encuentra inmovilizada por los recuerdos.

En esta línea de evocación, la novela de Eudora Welty también dirige su mirada hacia los rasgos que identifican el carácter de ese sur de los Estados Unidos en el que nació y vivió. Así, Laurel y su familia representan la aristocracia del Sur ya perdida, frente al futuro que representa Fay, vulgar y chillón. Ese antagonismo permite plantear a Eudora Welty dos maneras de ver el mundo que colisionan, que difícilmente podrán entenderse.

La hija del optimista es, en definitiva, una historia sobre la reconstrucción de nuestra vida y la de aquellos a los que amamos, una novela emocionante sin caer en lo sentimental que evoca para el lector una atmósfera conservada casi como en una fotografía, con la luz tamizada y brillante de los recuerdos. La prosa de Eudora Welty es engañosamente sencilla, pero con una carga de profundidad fascinante.

Por Ana Matellanes