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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«La investigación», de Stanislaw Lem.

¿Y si el mundo no fuera un rompecabezas desordenado ante nuestros ojos, sino una sopa en la que flotan, sin ton ni son, ciertos tropezones que, de vez en cuando y al azar, se juntan para constituir una unidad?

“¿Y si el mundo no fuera un rompecabezas desordenado ante nuestros ojos, sino una sopa en la que flotan, sin ton ni son, ciertos tropezones que, de vez en cuando y al azar, se juntan para constituir una unidad? ¿Y si todo lo que existe fuera fragmentario, prematuro, abortado, si los acontecimientos tuviesen un final sin un principio, o bien solo la parte intermedia, solo la parte delantera o la trasera, mientras nosotros seguimos empeñados en clasificar, en pescar y reconstruir hasta conseguir ver todo el amor, toda la infidelidad y todo el infortunio, sin tener en cuenta que, en realidad, somos parciales?”

Pues bien, en este párrafo de la página 230 se resume la esencia de la novela La investigación. Aunque ya veo que cegado por tener un elemento del que echar mano para la reseña, yo también me he saltado el principio y la mitad, empezando por el final.

Lo primero es contarle de qué va la obra: en un área determinada de Inglaterra empiezan a producirse extrañas desapariciones de cadáveres. “Extrañas” es un epíteto que debería haberme ahorrado si no le dijera esto: los muertos siempre se encuentran custodiados en morgues donde diligentes vigilantes nocturnos cumplen su cometido. Y como decía Super ratón, “no se vayan todavía que aún hay más”: todos los indicios apuntan a que los individuos de cuerpo presente (en este caso ausente), o fiambres, abandonan el lugar por su propio pie. Ni una cerradura forzada; cada puerta, cada ventana, solo pudo abrirse desde dentro; una cortina arrancada con el claro objetivo de cubrir la desnudez…

Pero si conoce aunque sea de oídas a Stanislaw Lem, ya sabrá que en este juego de muertos que desaparecen y tal y tal no es una astracanada propia de Quique Camoiras, quien falleciera el pasado 2 de marzo. Y si como es mi caso leyó su otra novela Retorno de las estrellas (que por cierto no se cita en la pestaña de la contraportada entre la producción de Lem) puede imaginar que ni siquiera de una novela ligera o de consumo rápido, si no una obra profunda con ramificaciones filosóficas. Si en aquella que he citado el problema era la inadaptación a un nuevo mundo por parte del astronauta que vuelve creo 100 años después (en el espacio-tiempo exterior solo habían transcurrido diez años me parece recordar), aquí, mediante ciertas trazas de seudo negro policial (según mis cortas entendederas) se nos despliega el problema que nos plantea nuestro interés por racionalizar y encontrar los mecanismos que rigen cualquier sistema. Pero ni las investigaciones del torpe policía Gregory (sobre quien finalmente recae la responsabilidad del caso), ni de todo el Yard que pusieran a su disposición son suficientes.

-Vuestra gente resulta inútil en este caso, porque no se trata de una investigación, sino de un trabajo científico –lo interrumpió Sciss, y se levantó.

En la página 134 el extraño asesor policial Sciss aporta otra de las claves. Un Sciss del que el propio Gregory llega a sospechar, escurridizo en cuanto a lo poco que logramos saber de él, y cuya estrambótica teoría que relaciona los factores que intervienen en la desaparición de los cuerpos, es finalmente la correa de transmisión de las acciones que suponemos ocurrirán una vez terminada la novela. Un Sciss que en un momento dado hace mutis por el foro y ya no aparece más, un pozo ciego (en el sentido de vía muerta), pero que sin embargo, igual que la extraña pareja que componen los señores Fenshaw, caseros de Gregory, antes ha abierto vías colaterales, (o al menos en el lector se crea la expectativa de subtramas).

Juan Madrid habla en muchas ocasiones del “narrador democrático”. Este es un narrador que deja libertad al lector para que saque sus propias conclusiones. ¿Podría ser en este caso Stanislaw Lem un narrador democrático? Pues por eliminación tiene que serlo: La investigación no es una mala novela, ni es el fruto de un narrador inexperto, ergo Stanislaw Lem es un narrador democrático, como bien suponíamos. No es una mala novela porque en ningún momento aburre, mantiene la atención del lector, le exige concentración, decidir sobre determinados extremos (el fenómeno tiene una explicación milagrosa vs. el fenómeno tiene que tener una explicación racional, voy a pensar sobre el encabezado que abre esta reseña y que aparece en la página 230, sobre lo que dice el policía Gregory de que “el hombre racional es el hombre estadístico”…). Y Lem no es un narrador inexperto, porque solo alguien terriblemente hábil puede en apenas seis páginas crear (como si del método Stanislawsky se tratara) en el lector la sensación angustiosa, de desorientación, de desastre inminente, de bloqueo mental en suma, que bien puede experimentar cualquier camionero de la empresa Mailer que conduce en la niebla.

Y luego ya podríamos seguir citando nuevos indicios, más pistas de ese narrador democrático que ante la pregunta de Gregory, -¿Es él? –dijo. En esa misma página 238 pone en labios de su superior, el inspector jefe Sheppard una respuesta que viene a significar algo así como “dílo tú”, o “termina tú mi discurso para confirmarme algo que yo sin embargo suelto veladamente porque asumido por mí puede parecer estrambótico”.

No sé que más puedo decirle. Tampoco sé por qué tengo la sensación de que sobra esta reseña, de que con leerse el primer párrafo de La investigación, el del extracto, le hubiera bastado para hacerse una idea. Después de todo, mi opinión no es más que un tropezón.

José Cruz Cabrerizo