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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«La juguetería errante», en Melibro.com

En La juguetería errante se respira niebla británica, concretamente, la niebla de Oxford. Pero en este caso, la niebla se va dispersando y deja paso a un elegante, irónico y sutilísimo humor inglés enmarcado en esta delirante novela políciaca, con dos “detectives” un tanto atípicos...

Un excéntrico profesor de lengua inglesa en Oxford, Gervase Fen, y su amigo, Richard Cadogan, un poeta que decide pasar sus vacaciones en Oxford tras discutir con su editor. La pareja, heredera en formas de Holmes y Watson, pero no en contenido, actúan por intuición repentina, no por un metodo deductivo o totalmente razonado. Y ellos serán los protagonistas de esta maravillosa novela que edita Impedimenta.

El autor, Edmund Crispin, cuyo verdadero nombre era Robert Bruce Montgomery (1921-1978), no solo escritor, también compositor británico (compuso la banda sonora de numerosas películas), pero como escritor nos dejó una serie de nueve novelas y dos colecciones de cuentos protagonizados por el profesor, y detective aficionado, Gervase Fen, que, como el propio Crispin, estudió en Oxford. Como dato curioso, añadir que tomó, tanto su seudónimo como el nombre del protagonista, de una de las novelas del escritor y crítico literario escocés Michael Innes (seudónimo de J.I.M. Stewart) dedicadas al género negro.

La novela es delirante, producto del mas clásico humor británico, de hecho, tanto las situaciones como los personajes resultan inesperadas y a la vez, disparatadas, con ecos de Wodehouse o Stella Gibbons. La historia nos situa en Oxford, de madrugada, cuando Richard Cadogan, tras una decisión repentina de tomarse vacaciones, llega a la ciudad de madrugada, y vagabundeando para encontrar algún sitio donde dormir, entra en una juguetería cuya puerta principal está abierta, sin mayor dilación entra, curiosea y atónito al no encontrar a nadie, sube las escaleras y en la planta superior encuentra el cadaver de una señora, acto seguido, le golpean la cabeza. Horas despues despierta, no sabe muy bien dónde, pero tiene claro cuando consigue salir por una ventana, que no está en la juguetería. Tanto ésta como el cadáver, han desaparecido. Este es el pistoletazo de salida a una de las novelas clásicas del género de detectives. Cadogan, poeta en semihoras bajas, pide ayuda primero a la policía, sin mucho éxito, y a continuacón, a su amigo, el profesor Fen. Ambos deciden descubrir qué ha sucedido, al margen de la policía, que poco caso les hará, considerando parte de sus afirmaciones un tanto disparatadas. La juguetería ha desaparecido, en su lugar encuentran una tienda de ultramarinos, que poco o nada tiene que ver con lo acaecido horas antes, pero ellos no se detendrán hasta dar con la clave del misterio que les llevará a descubrir un enrevesado plan, cuya motivación final, como en muchas otras novelas de este género, será el dinero. Y hasta aquí puedo leer.

Las complicaciones aunmentan a medida que avanza la trama, como es habitual en las novelas de detectives (las que le gustaban a Edmund Crispin, las clásicas, ya que las de corte psicólogico y realista no eran de su agrado, de hecho, las detestaba, cada cual tiene sus filias y sus fobias…), la galeria de personajes que desfila por la obra no es menos interesante que esta pareja de detectives aficionados que mantienen conversaciones, tan delirantes como las situaciones que se dan en la narración y además, como era de esperar, por parte de un profesor de literatura de Oxford y un poeta, cargadas de citas literarias. No tienen desperdicio.

La juguetería errante, no solo se presenta como un clásico dentro del género detectivesco, va mas lejos aún, un clásico dentro de esa característica británica que tanto nos gusta, que es el humor, a veces, absurdo e irracional (no sólo hay ecos de los grandes detectives que descienden de Conan Doyle o Chesterton, o de la indiscutible Agatha Christie, también encontramos los ecos no solo de Wodehouse, también de Evelyn Waugh y su humor negro y satírco. Y creo que con todo esto, solo queda decir: son las cinco, vamos a tomar el té, después seguiremos con la investigación.