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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«La palabra heredada», de Eudora Welty

No me pregunten por qué, pero a veces recuerdas días exactos y concretos como las manos que redactan estas líneas. Y esos días me llevan también al sur, como el que visitaba y retrataba Eudora Welty en sus relatos y novelas, ese sur de Estados Unidos donde tantas veces me he sumergido a través de la literatura y que tan cercano me resulta gracias a la obra de autores como Welty.

Los acontecimientos felices de nuestras vidas se suceden en una especie de secuencia temporal, pero en lo que atañe a su significación se impone un orden propio: un orden no necesariamente cronológico. Incluso puede que probablemente no lo sea. El tiempo, tal como lo conocemos, halla a menudo su esencia en la cronología que teje los relatos y las novelas: el tiempo obedece al hilo continuo de la revelación.

Ella habla de esos paisajes sureños en el libro que les voy a presentar. Hablar del ser humano no resulta una tarea fácil, pero para ella lo era. Hablaba y retrataba al ser humano, no por su condición, mas bien por su continuación. Sus relatos, que a veces, no eran tales, sino largos cruces de palabras que acababan conformando, el mapa de ese espacio delimitado por unos personajes cuyas relaciones personales eran el germen de todo lo que escribiría. La vida cotidiana a fin de cuentas. Y es eso lo que nos relata en La palabra heredada.

Eso por una parte, porque en esta maravillosa obra editada por Impedimenta, Eudora Welty, a lo largo de tres partes, o recorridos, nos habla de su niñez, su adolescencia, sus afición lectora que modeló con gusto la escritora que llegó a ser, y en último lugar, sus primeros pasos en la literatura como autora.

“… tuvieron que haber hecho un gran sacrificio para regalarme, por mi sexto o séptimo cumpleaños –fue después de que aprendiera a leer–, los diez volúmenes de Nuestro mundo maravilloso. Eran libros pesados, hermosamente confeccionados, con los que me tumbaba en el suelo, delante de la chimenea del comedor, sobre todo con el volumen 5, el que compendiaba “Todos los cuentos para niños”. Allí estaban los cuentos de hadas…”

A los 75 años redactó sus memorias y el resultado es este maravilloso libro, cuyo origen era una serie de conferencias impartidas en Harvard, que estructura de la siguiente manera: la primera repasa su niñez, su infancia, habla de sus padres y su familia, de esa irrefrenable pasión por el tiempo que se apreciaría posteriormente en su obra, su casa estaba llena de relojes…esta primera parte la titula “Escuchar”, como el pulso de esos relojes que escuchaba si cesar o como escuchaba los libros que con tanta inquietud leía, en esta parte comienza a narrar su pasión por la lectura (“desde la primera vez que me leyeron, y desde que empecé a leer por mí misma, jamás ha existido un solo renglón que no haya oído.”). “Aprender a ver”, la segunda parte del libro, habla de los viajes realizados con la familia, sobretodo en verano, menciona los orígenes de ésta; las visitas a los abuelos, etc…Y finaliza, en “Encontrar una voz”, con la etapa de estudios, tanto secundarios como universitarios que irían perfilando la escritora que llevaba dentro, sin olvidar otros períodos de su vida.

Hablar del recuerdo, la memoria o el tiempo, no resulta fácil y Eudora lo lleva a buen puerto, y de hecho, este aspecto unido a su celebración en el cuento de las relaciones humanas, de ese pequeño espacio donde ella disfruta acercándonos, entre otras cosas, a los mejores cuentos de hadas, porque en el sur también los hay. Y Welty, por esto y más, es considerada, junto con Carson McCullers, Flannery O´Connor y Katherine Anne Porter, como una de las grandes escritoras del siglo XX; y todas ellas rememoran en sus escritos el sur de Estados Unidos con sus paisajes y sus gentes, cada una en su estilo.

Eudora hablará, con la naturalidad de un niño, en estas paginas, sobre la posibilidad el recuerdo, sobre esa geografía de la memoria que resulta inagotable. La autora de La hija del optimista (también editado por Impedimenta y por la cual recibió el Premio Pulitzer en 1973), pasa sus manos por ese universo poblado de hadas, esos cuentos que tanto adoraba, y los transforma en su voz, in situ, para trasladarnos a su infancia.

“La memoria es algo vivo; la memoria es tránsito. Pero mientras dura su instante, todo lo que se rememora se une y vive: lo viejo y lo nuevo, el pasado y el presente, los vivos y los muertos”

dan con ganas de más, abran el libro: Érase una vez….